sábado, 3 de diciembre de 2016

Hegemones y pueblo profundo

Libardo Sánchez Gómez

  Las  relaciones de clase en Colombia, dada la condición de dependencia neocolonial colombiana (coloniaje admitido por la clase hegemónica local en una especie de quid pro quo  con el HEGEMÓN universal,  expresado en:  me das todo y yo te haré  mi vasallo favorito) se desenvuelven en paralelo con la realidad social del imperio, por eso cualquier análisis sociopolítico local conlleva por lo menos  una mención, así sea tangencial, del entramado socio político y cultural del imperio. En términos generales la población norteamericana es una de las más desinformada,  ignorante y sometida  a nivel planetario. Es víctima de las más crueles e insospechadas tropelías por parte de la clase dominante; poblaciones enteras han sido utilizadas como conejillos de indias, para experimentar armas biológicas y los efectos de diversos tipos de  radiación en los humanos. Así  mismo, se sospecha que se manipula la mente de la gente mediante las llamadas “auroras irisadas” las mismas con las cuales causan terremotos y tormentas a lo largo y ancho del planeta  (ver: Qué tanto nos toca el Proyecto HAARP: http://libsang-elviajeroysusombra.blogspot.com/2013/05/que-tanto-nos-toca-el-pryecto-haarp.html) Por otro lado la pobreza en EEUU arropa al 80% de los habitantes, según cálculos de la misma ONU  unos cien millones de indigentes se han adueñado   de puentes y alcantarillas.   No obstante, su nada envidiable modus vivendi, las élites norteamericanos han fabricado una incomprensible  excepcionalidad,  en la que se incluye el famoso “sueño americano”. Pero más allá de la miseria humana física y espiritual causada por dichas élites, también, existe un pueblo profundo con   valores humanísticos,  el cual admite que no son únicos, que el mundo es múltiple y diverso y que lo que viven y exportan no es un sueño sino una pesadilla. Este pueblo profundo es consciente del agotamiento del modelo económico, y sabe que para cambiar el paradigma y sacudirse del yugo de las elites  tiene que ir más allá de las urnas.   Recientemente los medios de comunicación daban cuenta que en el Estado de Texas un grupo de comunistas se declararon en rebelión, asumiendo la lucha armada. Así están las cosas, mientras en el corazón del imperio nace la lucha armada en Colombia se silencian los fusiles.

Es sabido  que en los Estados Unidos de Norteamérica quien toma las decisiones económicas y políticas, que afectan al mundo entero, es un cerrado grupo de elites  las cuales conforman  el Establishment. Este     amorfo  Ente ha   fincado su accionar principalmente en el sistema financiero mundial con la  idea fija   de convertir a EEUU en el  HEGEMON universal.  En aras de lograr este propósito, que va más allá del “sueño americano”, ha sido necesario eliminar  sin miramiento alguno a líderes  y naciones enteras. Se  suman a este propósito  organizaciones mundiales como la  ONU y la OEA. Entre otros,   asesinaron a Salvador Allende en Chile y a Hugo Chávez en Venezuela, intentaron asesinar una seiscientas ochenta veces a Fidel Castro, solo que Fidel  durante toda su vida se les burló en su cara, los humilló muchas veces y se murió cuando le dio la gana.   Destituyeron mediante los llamados golpes blandos a Zelaya en Honduras, a Lugo en Paraguay y recientemente a Dilma en Brasil. Actualmente intentan destruir a como dé lugar a Nicolás Maduro y con Él la Revolución Bolivariana. Pero el imperio encuentra en su camino de dominación dos obstáculos, en jerga popular dos huesos duros de roer: Rusia y China. Para llegar a ellos  se ha trazado un plan de destrucción de naciones,  ya lo hicieron en gran parte con las naciones  africanas.  Destruyeron  Yugoslavia, y para  respirarle en la nuca a Rusia se asomaron  a Ucrania, pero ahí le salió al imperio el tiro por la culata, pues se le fue de su zona de influencia Crimea. Continúa trabajando ardorosamente para destruir el Medio Oriente, ya lo hizo con Irak, Libia y  Afganistán, ahora  intenta hacerlo con Siria, pero los rusos le están aguando la fiesta. Si no logran la balcanización de Siria   difícilmente podrán hacerlo con Irán, último escollo para llegarle a Rusia y China. Pero   más allá del Establishment,  miasma hedionda y letal, pervive  algo indefinido pero superior, más racional, se trata de lo que algunos han dado en llamar “el Estado profundo”, se podría decir que es la conciencia sana del Establishment. Ese  Estado profundo  ha   comprendido que el sueño de hegemonía universal es, apenas, un sueño, pues ha entendido que el sistema Financiero es una   carta de la baraja del castillo de naipes  hegemónico a punto de derrumbarse,  y que  Rusia y China, definitivamente,  están por fuera de sus posibilidades de dominación. Así que habiendo constatado  la cruda realidad no  queda otra posibilidad más que aceptar la multipolaridad; y, para sobrevivir a esa nueva realidad ese Estado profundo, sobreponiéndose al Establishment, quien en el pasado   nombró  en la presidencia unas veces  títeres estúpidos como los Bush y otras tipos inteligentes como Barack Obama, todos a cual más dóciles, ahora ha escogido como presidente  a uno torpe y loco, el millonario Donald Trump,  negociante venido a más gracias a que sus abuelos amasaron su fortuna  mediante el crimen y la prostitución.   En todo caso  ese  nuevo espíritu, que parece más realista, será quien, por encima de Trump, trazará en el inmediato futuro las nuevas líneas políticas y económicas del fallido HEGEMÓN.


En Colombia  el  Establishment  y el   Estado profundo funcionan como uno solo,  están al servicio del Establishment gringo,  y no van más allá de las intenciones y necesidades de dominación global del imperio. Les  guía un   espíritu perverso,   su nivel de felicidad es directamente proporcional al  nivel del dolor ajeno. A diario se  asesina  a las personas que se consideran enemigas del statu quo, y es enemigo todo aquel que cuestione o amenace  al hegemón local.  El grado de insensibilidad del Establishment es tal que a diario deja morir, que para el caso es lo mismo que matar, de  hambre  niños y ancianos a lo largo y ancho del país. Y en  cuanto se refiere a los sectores populares en Colombia   se pueden diferenciar dos tipos uno apático y superficial y otro profundo, pero a veces se funden y confunden. Lo cierto es que  el  pueblo indolente está de lado del Establishment, y parece haber sido alienado con algo más letal que   las “auroras irisadas”, el fanatismo político y el religioso.  Pareciera  que a este sector popular no le importara que sus hijos mueran de hambre, que estén por fuera del sistema de salud, que no vayan a la escuela y que ellos mismos  toda la vida respiren pobreza. El solo hecho que mueran niños de inanición es un motivo para alzarse en armas.  El   pueblo en general por un lado  sirve como incubadora de quienes  mantienen en su trono a las clases hegemónicas, pero por otro lado pare  los hombres que luchan para destronarles. En todo caso, el pueblo profundo  sueña y trabaja arduamente para   terminar con los  hegemones  tanto el  local como el gran HEGEMÓN universal. En el momento actual el pueblo profundo colombiano está pasando por una gran catarsis, no confundir con metamorfosis; es comprensible que en sesenta años de guerra, contra todos los hegemones, necesariamente se produzca, en buena parte de los guerreros, desgaste anímico y, desde luego, físico. Así que la entrega de las armas de quienes un día juraron vencer o morir, en lo que equivocadamente se ha dado en llamar proceso de paz,     no es más  que un reacomodo del pueblo profundo.  Eso implica que quienes   continúen tras las trincheras   combatiendo  la hegemonía lo harán   con más ahínco,  su tarea de cambiar la historia de negaciones será más efectiva sin los elementos indecisos.  Es de esperar que en tanto tiempo de guerra se acumule cansancio y desesperanza en muchos de los guerreros, y lo mejor para la causa es que los cansados y poco convencidos abandonen cuanto antes  el frente de batalla, pues de continuar solo derrotas se podrán esperar. El pueblo profundo confía en los hombres que continuarán con el fusil en alto, sabe de su infinito poder de resiliencia: cuando comenzaron la guerra eran apenas una docena, luego se multiplicaron por miles; muchas veces fueron diezmados, pero  enseguida la fe en la causa sirvió  como  fermento para crecer espiritual y físicamente.  El pueblo profundo sabe que  un día, cercano o lejano eso poco importa,  sus hijos levantarán el puño de la victoria.