lunes, 9 de marzo de 2015

50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas


us at war
JAMES PETRAS / REBELION – Introducción – En los últimos 50 años Estados Unidos y las potencias europeas han desatado incontables guerras imperiales en todo el mundo. La ofensiva hacia la supremacía mundial ha estado envuelta en la retórica del “liderazgo mundial”, y las consecuencias han sido devastadoras para los pueblos contra los que se han dirigido esas guerras. Las más grandes, largas y numerosas las ha llevado a cabo Estados Unidos. Presidentes de ambos partidos han estado al frente de esta cruzada por el poder mundial. La ideología que anima el imperialismo ha ido cambiando del “anticomunismo” del pasado al “antiterrorismo” actual. Como parte de su proyecto de dominación mundial, Washington ha utilizado y combinado muchas formas de guerra, incluyendo invasiones militares y ocupaciones; ejércitos mercenarios y golpes militares; además de financiar partidos políticos, ONGs y multitudes en las calles para derrocar gobiernos debidamente constituidos. Los motores de esta cruzada por el poder mundial varían según la localización geográfica y la composición económica de los países destinatarios.
Lo que queda claro cuando se analiza la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo es el relativo declive de los intereses económicos y la aparición de consideraciones de tipo político y militar. Esto se debe en parte a la desaparición de los regímenes colectivistas (la URSS y Europa Oriental) y a la conversión al capitalismo de China y los regímenes de izquierdas en Asia, África y Latinoamérica. El declive de las fuerzas económicas como motor del imperialismo es el resultado de la llegada del neoliberalismo global. La mayoría de las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea no están amenazadas por nacionalizaciones o expropiaciones que podrían desencadenar una intervención política imperial. De hecho, incluso los regímenes posneoliberales invitan a las multinacionales a invertir, comerciar y explotar recursos naturales. Los intereses económicos entran en juego en la formulación de políticas imperiales solo si (y cuando) surgen regímenes nacionalistas que desafían a las multinacionales estadounidenses, como en el caso de Venezuela bajo el presidente Chávez.
La clave de la construcción del imperio estadounidense en el último medio siglo se halla en las configuraciones del poder político, militar e ideológico que se han hecho con el control de las palancas del estado imperial. La historia reciente de las guerras imperiales estadounidenses ha demostrado que las prioridades militares estratégicas –bases militares, presupuestos y burocracia– han estado muy por encima de cualquier interés económico localizado de las multinacionales. Por otra parte, la mayoría de los gastos y las largas y costosas intervenciones militares del estado imperial estadounidense en Oriente Medio han sido a instancias de Israel. El acaparamiento de posiciones políticas estratégicas en el Ejecutivo y en el Congreso por parte de la configuración del poder sionista estadounidense ha reforzado la centralidad de los intereses militares en detrimento de los económicos.
La “privatización” de las guerras imperiales –el gran aumento y uso de mercenarios contratados por el Pentágono– ha supuesto el saqueo de decenas de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense. La industria militar privada, que provee de combatientes mercenarios, se ha convertido en una fuerza muy “influyente” que está moldeando la naturaleza y las consecuencias del proceso de construcción del imperio estadounidense.
Los estrategas militares, los defensores de los intereses coloniales israelíes en Oriente Medio y las corporaciones militares y de inteligencia son actores fundamentales del estado imperial, y es su influencia en la toma de decisiones la que explica porqué el resultado de las guerras imperiales estadounidenses no ha sido un imperio económico próspero y políticamente estable. En vez de eso, sus políticas han tenido como resultado economías devastadas e inestables que se rebelan continuamente.
Vamos a empezar identificando las cambiantes áreas y regiones implicadas en la construcción del imperio estadounidense desde mediados de los setenta hasta la actualidad. Luego examinaremos los métodos, las fuerzas impulsoras y los resultados de la expansión imperial. A continuación pasaremos a describir el actual mapa geopolítico de la construcción imperial y el carácter variado de la resistencia antiimperialista. Concluiremos examinando el porqué y el cómo de la construcción del imperio y, más concretamente, las consecuencias y los resultados de medio siglo de expansión imperial estadounidense.
Imperialismo en el periodo post Vietnam: guerras por poderes en América Central, Afganistán y el sur de África
La derrota del imperialismo estadounidense en Indochina marca el final de una fase de construcción del imperio y el comienzo de otra: el paso de invasiones territoriales a guerras por poderes. A partir de las presidencias de Gerald Ford y James Carter, el estado imperialista estadounidense empezó a recurrir cada vez más a apoderados. Reclutó, financió y armó ejércitos por poderes para destruir una gran variedad de regímenes y movimientos nacionalistas y social-revolucionarios en tres continentes. Con el apoyo logístico del ejército y las agencias de inteligencia paquistaníes, y con el respaldo económico de Arabia Saudita, Washington financió y armó fuerzas extremistas islámicas en todo el mundo para invadir y destrozar el régimen afgano, laico, progresista y apoyado por la Unión Soviética.
La segunda intervención por poderes tuvo lugar en el sur de África, donde el estado imperial estadounidense, aliado con Sudáfrica, financió y armó ejércitos por poderes contra los regímenes antiimperialistas de Angola y Mozambique.
La tercera ocurrió en América Central, donde Estados Unidos financió, armó y entrenó escuadrones de la muerte en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras para acabar con los movimientos populares y las insurgencias armadas, causando más de 300.000 civiles muertos.
La “estrategia de guerra por poderes” del estado imperial de Estados Unidos se extendió a América del Sur: la CIA y el Pentágono apoyaron golpes de Estado en Uruguay (general Álvarez), Chile (general Pinochet), Argentina (general Videla), Bolivia (general Banzer) y Perú (general Morales). La construcción del imperio por poderes se hizo en gran medida a instancias de las multinacionales estadounidenses, que durante ese periodo tuvieron un papel destacado a la hora de establecer las prioridades del estado imperial.
Las guerras por poderes estuvieron acompañadas por invasiones militares directas: la diminuta isla de Granada (1983) y Panamá (1989) bajo los presidentes Reagan y Bush padre. Blancos fáciles, con pocas víctimas y pocos gastos militares: ensayos generales para relanzar importantes operaciones militares en un futuro cercano.
Lo que sorprende de las “guerras por poderes” son sus resultados contrapuestos. En América Central, Afganistán y África esas guerras no desembocaron en prósperas neo-colonias ni resultaron lucrativas para las corporaciones estadounidenses. En cambio, los golpes de Estado por poderes en América del Sur se tradujeron en extensas privatizaciones y abultados beneficios para las multinacionales estadounidenses.
La guerra por poderes en Afganistán trajo consigo el ascenso y la consolidación del “régimen islámico” talibán, que se oponía tanto a la influencia soviética como a la expansión imperial estadounidense. Con el tiempo el ascenso y la consolidación del nacionalismo islámico desafiaría a los aliados de Estados Unidos en el sur de Asia y en la región del Golfo, y conduciría a la invasión militar estadounidense de 2001 y a una larga guerra (15 años) que aún no ha terminado, y que probablemente supondrá la derrota y retirada militar de Estados Unidos. Los principales beneficiarios desde el punto de vista económico fueron los clientes políticos afganos de Washington, los “contratistas” mercenarios estadounidenses, los funcionarios militares responsables de adquisiciones y los administradores coloniales que saquearon cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense a través de transacciones ilegales o fraudulentas.
Las multinacionales no-militares no se beneficiaron en absoluto del saqueo del Tesoro de Estados Unidos. De hecho, la guerra y el movimiento de resistencia dificultaron la entrada de capital privado estadounidense a largo plazo en Afganistán y las regiones fronterizas limítrofes de Pakistán.
La guerra por poderes en el sur de África arrasó las economías locales, especialmente las economías agrícolas nacionales, desarraigó a millones de trabajadores y campesinos e impidió la entrada de las empresas petrolíferas estadounidenses durante más de dos décadas. El resultado “positivo” fue la des-radicalización de la elite nacionalista revolucionaria. Sin embargo, la conversión política de los “revolucionarios” del sur de África al neoliberalismo no benefició demasiado a las multinacionales estadounidenses, pues los nuevos gobernantes se volvieron oligarcas cleptócratas y pusieron en marcha regímenes patrimoniales asociándose con diversas multinacionales, sobre todo asiáticas y europeas.
Las guerras por poderes en América Central también tuvieron resultados contrapuestos. En Nicaragua la revolución sandinista derrotó al régimen de Somoza apoyado conjuntamente por Estados Unidos e Israel, pero inmediatamente después tuvo que enfrentarse a un ejército mercenario contrarrevolucionario financiado, armado y entrenado por Estados Unidos (“la contra”) con base en Honduras. La guerra estadounidense destrozó muchos proyectos económicos progresistas, socavó la economía y eventualmente derivó en la victoria electoral de Violeta Chamorro, que contó con el patrocinio y el respaldo de Estados Unidos. Dos décadas más tarde los apoderados de Estados Unidos fueron derrotados por una coalición política liderada por sandinistas des-radicalizados.
En El Salvador, Guatemala y Honduras, las guerras por poderes estadounidenses terminaron consolidando regímenes clientelistas que se encargaron de destruir la economía productiva y provocaron la huida de millones de refugiados de guerra hacia Estados Unidos. El dominio imperial estadounidense erosionó las bases del mercado laboral productivo y engendró bandas asesinas de narcotraficantes.
En resumen, en la mayoría de los casos las guerras por poderes de Estados Unidos lograron evitar el ascenso de regímenes nacionalistas de izquierdas, pero también condujeron a la destrucción de las bases económicas y políticas de un imperio neocolonial próspero y estable.
El imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable, contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales
Para entender las operaciones, la estructura y la actuación del imperialismo estadounidense en América Latina es necesario reconocer la constelación de fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado imperial. A diferencia de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la facción militarista-sionista ha establecido su hegemonía, en América Latina las multinacionales han jugado un papel fundamental dirigiendo la política del estado imperial. En América Latina, los militaristas desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado por (1) el poder de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la derecha a la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el auge de las materias primas.
Al contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista ha tenido poca influencia en la política del estado imperial en esta región, ya que los intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y, con la posible excepción de Argentina, América Latina no es una prioridad.
Durante más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos estadounidenses dominaron y dictaron la política imperial de Estados Unidos hacia América Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la CIA fueron instrumentos del imperialismo económico mediante la intervención directa (invasiones), “golpes militares” por poderes, o la combinación de ambos.
El poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su punto más alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por poderes, invasiones militares directas (República Dominicana, Panamá, Granada) y elecciones controladas civil y militarmente se crearon estados vasallos y se impusieron nuevos gobernantes clientelistas.
Los resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la imposición de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por las multinacionales, y sus apéndices financieros internacionales (FMI, BM, BID) se encargaron de privatizar sectores económicos estratégicos muy lucrativos, se hicieron con el control del comercio y proyectaron un plan de integración regional que afianzó el dominio imperial de Estados Unidos.
La expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el resultado de las estructuras y las dinámicas internas de las multinacionales, sino que dependió de (1) la receptividad del país “anfitrión” o, más exactamente, de la correlación interna de las fuerzas de clase en América Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2) desempeño de la economía: su crecimiento o su susceptibilidad a las crisis.
América Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los regímenes clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un impacto negativo enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el poder del estado imperial y revirtiendo el avance económico de las multinacionales.
El avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el periodo que va desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción de políticas neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el incremento de deudas ilícitas y la transferencia de miles de millones de dólares al exterior. Sin embargo, la concentración de riqueza y propiedad desencadenó una profunda crisis socioeconómica en toda la región, la cual eventualmente condujo al derrocamiento o destitución de los colaboradores imperiales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua. En Brasil y en los países andinos surgieron poderosos movimientos sociales antiimperialistas, sobre todo en el campo. En las ciudades, los movimientos de trabajadores desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder gobiernos de centro-izquierda que “re-negociaron” las relaciones con el estado imperial estadounidense.
La influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina se fue debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de recursos militares del estado imperial para intervenir e imponer de nuevo presidentes clientelistas neoliberales, pues sus prioridades militares estaban en otra parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.
A diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América Latina no contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno respaldo de las fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos regímenes cívico-militares clientelistas de Estados Unidos en América Latina.
El plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en torno a Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de centro-izquierda. El estado imperial recurrió entonces a los acuerdos de libre comercio con México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. Como resultado de la crisis económica y del colapso de la mayoría de las economías latinoamericanas, el “neoliberalismo”, la ideología de la penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus partidarios fueron marginados.
Los cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las relaciones comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América Latina. El crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la demanda y el aumento de los precios de las materias primas condujo a un considerable debilitamiento del dominio estadounidense en los mercados latinoamericanos.
Los países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y encontraron nuevos mercados exteriores, especialmente China. El incremento de los ingresos de las exportaciones se tradujo en una mayor capacidad de autofinanciación. Y tanto el FMI, como el BM y el BID, los instrumentos económicos que sirvieron para impulsar las imposiciones económicas de Estados Unidos (“condicionalidad”), fueron orillados.
El estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes latinoamericanos que adoptaron opciones económicas, mercados y medidas de financiamiento muy diversas. Con considerable apoyo popular en sus países y los mandos civil y militar unificados, América Latina fue saliendo tímidamente de la esfera estadounidense de dominación imperialista.
El estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los “éxitos” cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de su influencia utilizando el método de “ensayo y error” para enfrentar los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron apoyando a los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda credibilidad en América Latina. El estado imperial no supo adaptarse a los cambios, lo que hizo que aumentara la oposición popular y de los gobiernos de centro-izquierda a los “mercados libres” y la desregulación bancaria. A diferencia de las reformas sociales promovidas por el presidente Kennedy vía la “Alianza para el Progreso” para contrarrestar el impacto generado por la revolución cubana, esta vez no se diseñaron programas de ayuda económica a gran escala para imponerse a la centro-izquierda, quizás debido a las restricciones presupuestarias derivadas de las costosas guerras en otros lugares.
La desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo unidas a las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a propuestas rivales de cómo recuperar el dominio. La “facción militarista” recurrió a (y revivió) la fórmula del golpe militar para llevar a cabo la restauración: se organizaron golpes de Estado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay; salvo los dos últimos, todos fracasaron. La derrota de los representantes de Estados Unidos consolidó los regímenes independientes y antiimperialistas de centro-izquierda. Incluso el “éxito” del golpe estadounidense en Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota diplomática: los gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el papel de Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.
La derrota de la estrategia militarista reforzó la facción político-diplomática del estado imperial. Con propuestas positivas hacia los en apariencia “regímenes de centro-izquierda”, esta facción ganó influencia diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la expansión de las multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con los dos últimos países la facción económica del estado imperial consolidó acuerdos bilaterales de libre comercio.
Una tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras dos, combinó cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia muy agresiva de desestabilización política dirigida al “cambio de régimen” (golpe de Estado) en Venezuela.
La heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus orientaciones enfrentadas refleja la complejidad de los intereses implicados en la construcción del imperio en América Latina y tiene como consecuencia políticas aparentemente contradictorias, un fenómeno que resulta menos evidente en Oriente Medio, donde la configuración del poder militarista-sionista domina la formulación de políticas imperiales.
Por ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones contrainsurgentes en Colombia (una prioridad de la facción militarista) se acompaña de acuerdos bilaterales de libre comercio y negociaciones de paz entre el gobierno de Santos y la insurgencia armada de las FARC (una prioridad de la facción de las multinacionales).
Recuperar el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las posibilidades electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el neoliberal Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado mediático imperial, Clarín, enfrentando la legislación que desconcentra el monopolio mediático; (3) explotar la muerte del fiscal Alberto Nisman, colaborador de la CIA y el Mossad, para desacreditar al gobierno de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a los fondos de inversión especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el pago de intereses desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales cuestionables, bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.
Tanto la facción militarista como la de las multinacionales del estado imperial coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con múltiples flancos, la cual busca restaurar el poder de un régimen neoliberal controlado por Estados Unidos.
 Las contingencias que evitaron la recuperación del poder imperial durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del precio de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de derechas apoyados por el estado imperial. El menor crecimiento de China ha afectado a las estrategias de diversificación del mercado latinoamericano. El equilibrio interno de las fuerzas de clase se ha desplazado hacia la derecha, hacia los clientes políticos de Estados Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay. 
Reflexiones teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina
La construcción del imperio estadounidense en América Latina es un proceso cíclico que refleja los cambios estructurales registrados en el poder político y la reestructuración de la economía mundial: fuerzas y factores que “ignoran” el estado imperial y la tendencia del capital a acumularse. La acumulación y expansión del capital no dependen simplemente de las fuerzas impersonales “del mercado”, pues las relaciones sociales bajo las cuales funciona el “mercado” operan dentro de los límites de la lucha de clase.
La pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las largas guerras territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América Latina. Lo que mueve la política del estado imperial estadounidense es la búsqueda de recursos (agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por cuenta propia con bajos ingresos) y mercados (tamaño y poder adquisitivo de 600 millones de consumidores). Detrás de la expansión imperial se hallan los intereses económicos de las multinacionales.
Aun cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur están situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos económicos, no los militares.
Sin embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora estos motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar teniendo en cuenta otras prioridades: el control de las zonas productoras de petróleo, la destrucción de las naciones o los movimientos islámicos, o simplemente acabar con los adversarios antiimperialistas. La facción militarista-sionista consideró que los “beneficios” para Israel, su supremacía militar en Oriente Medio, eran más importantes que asegurar la supremacía económica de Estados Unidos en América Latina. Este hecho se observa claramente si analizamos las prioridades imperiales en función de los recursos estatales utilizados para fines políticos.
Incluso si tenemos en cuenta el objetivo de la “seguridad nacional” y lo interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de los territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense a países islámicos impulsado por la ideología islamofóbica concomitante, los asesinatos masivos y el desarraigo de millones de musulmanes resultantes han producido el efecto contrario: terrorismo recíproco. Las “guerras totales” de Estados Unidos contra civiles han provocado ataques islamistas contra ciudadanos occidentales.
Los países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico son menos beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la mira de los militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio demostraría el carácter absolutamente “irracional” de la estrategia militarista. Sin embargo, si tenemos en cuenta la composición y los intereses concretos que mueven individualmente a los responsables de las políticas del estado imperial, vemos que existe algo así como una perversa “racionalidad”. Los militaristas defienden la “racionalidad” de costosas e interminables guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse de “las puertas al petróleo” mientras que los sionistas esgrimen el mayor poder regional alcanzado por Israel.
Si bien durante más de un siglo América Latina fue un objetivo prioritario de la conquista económica imperial, en el siglo XXI ha perdido su primacía a favor de Oriente Medio.
La desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo
El mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos no se lo dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más bien, el imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista con la ayuda de líderes políticos clientelistas, organizaciones y estados vasallos en la URSS, Europa del Este, los estados bálticos, los Balcanes y el Cáucaso. La estrategia de penetración política y financiación a gran escala y a largo plazo que llevaron a cabo Estados Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa al derrumbe de los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de estados vasallos. Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y serían incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexionó Alemania Oriental y dominó los mercados de Polonia, la República Checa y otros estados de Europa Central. Los banqueros de Estados Unidos y Londres colaboraron con los mafiosos oligarcas ruso-israelíes en actividades conjuntas para llevar a cabo el expolio de recursos, industrias, bienes inmuebles y fondos de pensiones. La Unión Europea explotó a decenas de millones de científicos, ingenieros y trabajadores altamente cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de ellos como mano de obra barata en sus propios países.
El “imperialismo por invitación” avalado por el régimen vasallo de Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas militares del Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión extranjera en las guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán, Iraq y Siria. Sus instalaciones militares fueron convertidas en bases militares y emplazamientos de misiles para cercar a Rusia.
La conquista imperial estadounidense del Este creó un “mundo unipolar”, en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de Washington creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían intervenir impunemente.
El alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se ampliaron con la incorporación de China al capitalismo y la invitación de su gobierno a las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea a entrar y explotar la mano de obra barata del país. La expansión global del imperio estadounidense reforzó la sensación de poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer dicho poder contra cualquier adversario o competidor.
Entre 1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la frontera de Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su posición en China e Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados Unidos en América Latina desmantelaron sus economías nacionales, privatizando y desnacionalizando más de cinco mil empresas públicas de sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se vieron afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y finanzas.
A lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose mediante la estrategia de la penetración política y la fuerza militar. El presidente George H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq. Clinton bombardeó Yugoslavia, y Alemania y la Unión Europea se unieron a Estados Unidos para dividir Yugoslavia en “mini-estados”.
El crucial año 2000: la cima y el declive del imperio
El rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones para el declive del imperio de Estados Unidos.
El saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo liderazgo bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el estado y la economía y poner fin al vasallaje.
El liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología de Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado. Los centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una regulación excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del imperio se estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que competir con el sector financiero por las partidas presupuestarias y los subsidios federales.
El crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las zonas de conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del resentimiento y la hostilidad ante la destrucción provocada por los bombardeos y las invasiones. Los gobernantes clientelistas, estrechos colaboradores del imperio, vieron debilitado su poder. El imperio mundial superó la capacidad de Estados Unidos para controlar satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos avanzados coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las tensiones internas exigía el recorte y el repliegue.
Todas las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La sensación de invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del imperio a sobrestimar su capacidad de expandirse, de mantener el control y de contener la inevitable resistencia antiimperialista.
Las crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América Latina se aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron desde Venezuela (1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y Bolivia (2003-2005). Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil, Uruguay y Honduras. Los movimientos de masas conformados por comunidades indígenas y mineras tomaron un nuevo impulso en las zonas rurales. Los planes imperiales que se habían elaborado para garantizar la integración centrada en Estados Unidos fueron rechazados. En su lugar proliferaron múltiples acuerdos regionales que excluían a Estados Unidos: ALBA, UNASUR, CELAC. La rebelión interna de América Latina coincidió con el ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias primas debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.
Washington perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, su intervención en Venezuela (2001) y el embargo en contra de Cuba fueron repudiados por todos los gobiernos, incluso por los aliados conservadores.
Washington se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender un imperio global que establecerlo. Los estrategas imperiales en Washington vieron las guerras de Oriente Medio a través del prisma de las prioridades militares israelíes, ignorando los intereses económicos globales de las multinacionales.
Los estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar de vasallos y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para gobernar en países con movimientos armados de resistencia nacional. Aumentaron las guerras, las invasiones y las ocupaciones militares. A Iraq y Afganistán se sumaron Yemen, Somalia, Libia, Siria y Paquistán. Los gastos del estado imperial estadounidense excedieron con mucho cualquier transferencia de riqueza desde los países ocupados.
Cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron saqueados por una enorme burocracia mercenaria civil y militar.
El papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura institucional y las bases económicas necesarias para que las multinacionales pudieran instalarse y ganar dinero.
Aferrado a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo militar-político del estado imperial diseñó una ideología global para justificar y fundamentar una política de guerra permanente y múltiple. La doctrina de la “guerra al terror” justificó la guerra en todas partes y en ninguna. La doctrina era “elástica”, se podía adaptar a cada zona de conflicto e invitaba a nuevos compromisos militares: Afganistán, Libia, Irán y el Líbano fueron designados como zonas de guerra. La “doctrina del terror”, de alcance global, ofreció una justificación para múltiples guerras y para la destrucción (no explotación) masiva de sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la “guerra contra el terrorismo” justificó la tortura (Abu Ghraib), los campos de concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a Afganistán e Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de efectivos de las fuerzas especiales estuvieron en activo en montones de países, sembrando el caos y la muerte.
Además, el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de pueblos islámicos enteros propagó la violencia en los centros imperiales de París, Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización del terror del estado imperial se tradujo en terror individual.
 El terror imperial dio lugar al terror al interior de los estados: el primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras, conducido y justificado por representantes políticos electos y autoridades militares. El segundo mediante un grupo transversal de “internacionalistas” que inmediatamente se identificaron con las víctimas del terror del estado imperial.
El imperialismo contemporáneo: perspectivas presentes y futuras
Para entender el futuro del imperialismo estadounidense es importante resumir y evaluar la experiencia y las políticas del último cuarto de siglo.
Entre 1990 y 2015 observamos un declive económico, político e incluso militar en la construcción del imperio estadounidense en la mayoría de regiones del mundo, aunque el proceso no es lineal y probablemente tampoco irreversible.
A pesar de que en Washington se ha hablado mucho de la necesidad de reconfigurar las prioridades imperiales para tener en cuenta los intereses económicos de las multinacionales, se ha conseguido muy poco… La estrategia de Obama de “bascular hacia Asia” se ha concretado en nuevos acuerdos militares con Japón, Australia y Filipinas alrededor de China, y refleja la incapacidad de diseñar acuerdos de libre comercio que excluyan a este país. Entre tanto, Estados Unidos ha reanudado la guerra y ha vuelto a entrar en Iraq y Afganistán, además de haber iniciado nuevas guerras en Siria y Ucrania. Está claro que la primacía de la facción militarista sigue siendo el factor determinante en el diseño de las políticas del estado imperial.
El motor militar imperial es aún más evidente en la intervención estadounidense en apoyo del golpe de Estado en Ucrania y la decisión subsiguiente de financiar y armar a la junta de Kiev. La ofensiva imperial en Ucrania y los planes para incorporarla a la Unión Europea y la OTAN constituyen una flagrante agresión militar: la extensión de las bases, las instalaciones y las maniobras militares estadounidenses hasta la frontera de Rusia, junto con la imposición de sanciones económicas, han perjudicado duramente el comercio y las inversiones estadounidenses en Rusia. La construcción del imperio estadounidense sigue dando prioridad a la expansión militar incluso a costa de los intereses económicos imperiales occidentales en Europa.
El bombardeo de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea arruinó el floreciente comercio y los acuerdos de inversión entre las multinacionales imperiales del petróleo y el gas y el gobierno de Gadafi… Los ataques aéreos de la OTAN destrozaron la economía, la sociedad y el orden político, convirtiendo Libia en un territorio invadido por clanes enfrentados, bandas, terroristas y la violencia armada.
Durante el último medio siglo, el liderazgo político y las estrategias del estado imperial han cambiado drásticamente. En el periodo que va de 1975 hasta 1990 las multinacionales tuvieron un papel central marcando la dirección de la política del estado imperial: aprovechando los mercados asiáticos, negociando la apertura del mercado con China, promoviendo y apoyando gobiernos neoliberales militares y civiles en América Latina, e instalando y financiando gobiernos pro-capitalistas en Rusia, Europa del Este, los Balcanes y los estados bálticos. Incluso en los casos donde el estado imperial recurrió a la intervención militar, Yugoslavia e Iraq, los bombardeos crearon oportunidades económicas favorables para las multinacionales estadounidenses. El gobierno de Bush padre favoreció los intereses petroleros de Estados Unidos mediante el programa “petróleo por comida” acordado con Sadam Husein en Iraq.
Por su parte, Clinton promovió gobiernos de libre comercio en los mini-estados resultantes de la división de la Yugoslavia socialista.
No obstante, el liderazgo y las políticas del estado imperial cambiaron radicalmente desde finales de los noventa en adelante. El estado imperial del presidente Clinton estaba formado por antiguos representantes de las multinacionales, banqueros de Wall Street y conocidos militaristas y sionistas recién ascendidos.
El resultado fue una política híbrida con la que el estado imperial promovió de manera activa las oportunidades de las multinacionales bajo los regímenes neoliberales de los países ex comunistas de Europa y de América Latina, y amplió los lazos de éstas con China y Vietnam, mientras llevaba a cabo devastadoras intervenciones militares en Somalia, Yugoslavia e Iraq.
El “equilibrio de fuerzas” dentro del estado imperialista cambió drásticamente, inclinándose a favor de la facción militarista-sionista, a partir del 11 de septiembre de 2001: el ataque terrorista de origen dudoso y las demoliciones de bandera falsa en Nueva York y Washington sirvieron para afianzar a los militaristas que estaban al mando del enorme aparato del estado imperial. Como consecuencia del 11 de septiembre la facción militarista-sionista del estado imperial subordinó los intereses de las multinacionales a su estrategia de guerras totales. Esto, a su vez, llevó a la invasión, ocupación y destrucción de la infraestructura civil de Iraq y Afganistán (en lugar de aprovecharla para la expansión de las multinacionales). El régimen colonial de Estados Unidos desmanteló el estado iraquí (en lugar de reorganizarlo en función de las necesidades de las multinacionales). El asesinato y la migración forzosa de millones de profesionales cualificados, administradores y miembros del ejército y de la policía paralizaron cualquier recuperación económica (en lugar de emplearlos al servicio del estado colonial y las multinacionales)
La enorme influencia militarista-sionista en el estado imperial introdujo importantes cambios en la política, la orientación, las prioridades y el modus operandi del imperialismo estadounidense. La ideología de la “guerra global al terror” sustituyó a la doctrina de las multinacionales a favor de la “globalización económica”.
Las guerras perpetuas (los “terroristas” no estaban circunscritos a determinados lugares ni momentos) reemplazaron a las guerras limitadas y a las intervenciones para abrir mercados o instalar regímenes favorables a las políticas neoliberales que beneficiaran a las multinacionales estadounidenses.
Las guerras en Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África –contra países islámicos que se oponían a la expansión colonial de Israel en Palestina, Siria, el Líbano y el resto– pasaron a ocupar el centro de la actividad del estado imperial, desplazando a la estrategia para explotar las oportunidades económicas en Asia, América Latina y los países ex comunistas de Europa del Este.
La nueva concepción militarista de la construcción del imperio supuso gastos billonarios y no tuvo en cuenta ni se preocupó por las ganancias del capital privado. En cambio, bajo la hegemonía de las multinacionales, el estado imperial intervino para garantizar concesiones de petróleo, gas y minerales en América Latina y Oriente Medio, y las ganancias de las multinacionales compensaron de sobra los gastos de la conquista militar. La configuración militarista del estado imperial permitió el saqueo del Tesoro estadounidense para financiar sus ocupaciones, gastando enormes sumas en un ejército de colaboradores coloniales corruptos, en los “contratistas militares” privados, y en funcionarios militares estadounidenses responsables de adquisiciones (sic).
Anteriormente la expansión de las multinacionales en el exterior había generado beneficios para el Tesoro de Estados Unidos por el pago de impuestos directos y mediante los ingresos procedentes del comercio y la transformación de materias primas.
En la última década y media los mayores y más estables beneficios de las multinacionales se han producido en zonas y países donde la participación del estado imperial militarizado ha sido mínima: China, América Latina y Europa. Donde menos beneficios han obtenido y más han perdido las multinacionales ha sido en las regiones donde la implicación del estado imperial ha sido mayor.
Las “zonas de guerra” que se extienden desde Libia hasta Somalia, el Líbano, Siria, Iraq, Ucrania, Irán, Afganistán y Paquistán son las regiones donde las multinacionales imperiales han sufrido un mayor deterioro y abandono.
Los principales “beneficiarios” de las actuales políticas del estado imperial son los contratistas militares privados y el complejo militar-industrial-securitario estadounidense. En el exterior, los beneficiarios del estado incluyen a Israel y Arabia Saudita. Por otro lado, los gobernantes clientelistas jordanos, egipcios, iraquíes, afganos y paquistaníes han guardado decenas de miles de millones en cuentas off-shore.
Entre los beneficiarios “no estatales” se encuentran los ejércitos mercenarios por poderes. En Siria, Iraq, Libia, Somalia y Ucrania también se han visto favorecidos decenas de miles de colaboradores en las autodenominadas organizaciones “no gubernamentales”.
El análisis coste-beneficio o la construcción del imperio bajo la protección del estado imperial militarista-sionista
Una década y media es tiempo suficiente para evaluar los resultados del dominio militarista-sionista en el estado imperial.
Estados Unidos y sus aliados de Europa Occidental, sobre todo Alemania, lograron expandir su imperio en Europa Oriental, los Balcanes y las regiones del Báltico sin disparar un solo tiro. Estos países fueron convertidos en estados vasallos de la Unión Europea, sus mercados conquistados y sus industrias desnacionalizadas. Sus fuerzas armadas fueron contratadas como mercenarios de la OTAN. Alemania Occidental se anexó Alemania Oriental. La mano de obra cualificada barata, los inmigrantes y desempleados, aumentaron los beneficios de las multinacionales de la Unión Europea y Estados Unidos. Rusia fue temporalmente reducida a estado vasallo entre 1991 y 2001. El nivel de vida descendió vertiginosamente y se redujeron los programas del estado de bienestar. Aumentó la tasa de mortalidad. Las desigualdades de clase se ampliaron. Los millonarios y los mil millonarios se apropiaron de los recursos públicos y participaron con las multinacionales imperiales en el saqueo de la economía. Los líderes y partidos socialistas y comunistas fueron reprimidos o cooptados. En cambio, la expansión militar imperial en lo que va del siglo XXI está siendo un fracaso muy costoso. La “guerra en Afganistán” resultó una sangría de vidas y de dinero y provocó una ignominiosa retirada. Lo que quedó fue un débil gobierno títere y un ejército mercenario poco fiable. Ha sido la guerra más larga de la historia de Estados Unidos y uno de sus mayores fracasos. Al final, los movimientos de resistencia nacionalistas-islamistas –los llamados “talibanes” y los grupos de resistencia antiimperialistas etno-religiosos y nacionalistas aliados– dominan las zonas rurales, atacan continuamente las ciudades y se preparan para tomar el poder.
La guerra de Iraq, la invasión y los diez años de ocupación por parte del estado imperial diezmaron la economía del país. La ocupación fomentó la guerra etno-religiosa. Oficiales baazistas y militares profesionales se unieron a los islamistas-nacionalistas y formaron un poderoso movimiento de resistencia (EIIL) que derrotó al ejército mercenario chiita apoyado por el imperio durante la segunda década de la guerra. El estado imperial se vio forzado a volver a entrar y participar directamente en una larga guerra. El coste de la guerra se disparó hasta más de un billón de dólares. Se obstaculizó la explotación del petróleo y el Tesoro de Estados Unidos vertió decenas de miles de millones de dólares para sostener una “guerra sin fin”.
El estado imperial estadounidense y la Unión Europea, junto con Arabia Saudita y Turquía, financiaron milicias mercenarias islámicas para invadir Siria y derrocar al régimen secular, nacionalista y anti-sionista de Bachar al Assad. La guerra imperial abrió la puerta para que las fuerzas islámicas-baazistas –EIIL– se extendieran hasta Siria. Los kurdos y otros grupos armados les arrebataron territorio y fragmentaron el país. Después de casi cinco años de guerra y crecientes costes militares, las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea se han quedado fuera del mercado sirio.
El apoyo estadounidense a la agresión israelí contra el Líbano ha hecho que aumente el poder de la resistencia armada antiimperialista de Hezbolá. El Líbano, Siria e Irán constituyen en este momento una alternativa seria al eje de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudita e Israel.
La política estadounidense de sanciones a Irán no ha logrado debilitar el régimen nacionalista y, en cambio, ha cercenado las oportunidades económicas de todas las grandes multinacionales del petróleo y el gas de Estados Unidos y la Unión Europea, así como las de los exportadores de artículos de fabricación estadounidense. China ha ocupado su lugar.
La invasión de Libia por parte de Estados Unidos y la Unión Europea destruyó la economía y supuso la pérdida de miles de millones de dólares en inversiones de las multinacionales y la interrupción de las exportaciones.
La toma del poder por el estado imperial estadounidense mediante un golpe de Estado por poderes en Kiev, provocó una poderosa rebelión antiimperialista dirigida por milicias armadas en el Este (Donetsk y Lugansk) y la aniquilación de la economía ucraniana.
En resumen, el control militar-sionista del estado imperial ha conducido a largas y costosas guerras imposibles de ganar que han debilitado los mercados y los proyectos de inversión de las multinacionales estadounidenses. El militarismo ha reducido la presencia económica imperial y ha provocado movimientos de resistencia antiimperialistas cada vez más amplios, a la vez que ha aumentado la lista de países inviables, inestables y caóticos que escapan al control imperial.
El imperialismo económico ha seguido obteniendo beneficios en partes de Europa, Asia, América Latina y África a pesar de las guerras imperiales y las sanciones económicas que el enormemente militarizado estado imperial ha llevado a cabo en otros lugares.
Sin embargo, la toma del poder en Ucrania por los militaristas estadounidenses y las sanciones a Rusia han erosionado el lucrativo comercio y las inversiones de la Unión Europea en Rusia. Bajo la tutela del FMI, la Unión Europea y Estados Unidos, Ucrania se ha convertido en una economía fuertemente endeudada, al borde de la quiebra, dirigida por cleptócratas totalmente dependientes de los préstamos del extranjero y la intervención militar.
Al priorizar las sanciones y el conflicto con Rusia, Irán y Siria, el estado imperial militarizado no ha conseguido profundizar y ampliar sus lazos económicos con Asia, América Latina y África. La conquista política y económica de Europa del Este y partes de la URSS ha perdido importancia. Las guerras perpetuas perdidas en Oriente Medio, el norte de África y el Cáucaso han mermado la capacidad del estado imperial para llevar adelante la construcción del imperio en Asia y América Latina.
La pérdida de riqueza, los costes internos de las guerras perpetuas, ha erosionado las bases electorales de la construcción del imperio. Solamente un cambio radical en la composición del estado imperial y una reorientación de sus prioridades para situar la expansión económica en el centro de las mismas podrían impedir el actual declive del imperio. El peligro está en que si el estado imperialista sionista militarista sigue interviniendo en guerras perdidas puede subir la apuesta y deslizarse hacia una confrontación nuclear: ¡un imperio entre cenizas nucleares!
Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza

miércoles, 4 de marzo de 2015

¿Año de la Cabra, Siglo del dragón?

Nuevas rutas de la seda y la visión china de un magnífico nuevo mundo (comercial)
ICH/Tom Dispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Pekín.– Visto desde la capital china a comienzos del Año de la Cabra, el malestar que afecta Occidente parece un espejismo en una galaxia lejana, muy lejana. Por otra parte, la China que te rodea parece demasiado sólida y en nada parecida a la nación agobiada que presentan los medios occidentales con sus cifras industriales descendentes, su burbuja inmobiliaria y sus amenazantes desastres ecológicos. A pesar de las profecías catastrofistas, mientras los perros de la austeridad y de la guerra ladran enloquecidos a lo lejos, la caravana china pasa en lo que el presidente Xi Jinping llama “nuevo modo normal”.
La actividad económica “desacelerada” todavía significa una impresionante tasa de crecimiento anual del 7% en la que es ahora la principal economía del globo. En el interior, una reestructuración económica inmensamente compleja tiene lugar mientras el consumo supera a la inversión como principal impulso del desarrollo económico. Con el 46,7% del producto interno bruto (PIB) la economía de servicios ha sobrepasado la manufactura, que llega a un 44%.
Geopolíticamente Rusia, India y China acaban de enviar a Occidente un poderoso mensaje: están ocupados poniendo a punto una compleja estrategia trilateral para establecer una red de corredores económicos que los chinos llaman nuevas rutas de la seda" a través de Eurasia. Pekín también está organizando una versión marítima de la misma, modelada según las proezas del almirante Zhen He quien, en la dinastía Ming, navegó siete veces por los “mares occidentales”, comandando flotas de más de 200 navíos.
Por el momento Moscú y Pekín trabajan en la planificación de una nueva versión de un tren de alta velocidad del legendario Tren Transiberiano. Y Pekín se ha comprometido a convertir su creciente cooperación estratégica con Rusia en una crucial ayuda financiera y económica si Moscú, asediado por las sanciones, y enfrentando una desastrosa guerra de precios del petróleo, lo pide.
Al sur de China Afganistán, a pesar de los 13 años de guerra que los estadounidenses siguen librando allí, se mueve rápidamente hacia su órbita económica , mientras un oleoducto China-Myanmar planificado aparece como una reconfiguración trascendental del flujo de energía euroasiática a través de lo que he llamado hace tiempo “ Ductistán ”.
Y esto solo es parte de la frenética acción que forma lo que la dirigencia en Pekín define como "Cinturón Económico de la Nueva Ruta de la Seda" y Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI". Estamos hablando de una visión de creación de una infraestructura potencialmente alucinante, empezada en gran parte desde cero, que conectará China con Asia Central, Medio Oriente y Europa Occidental. Semejante desarrollo incluirá proyectos que van de una actualización de la antigua ruta de la seda a través de Asia Central al desarrollo de un corredor económico Bangladesh-China-India-Myanmar, un corredor China-Pakistán a través de Cachemira, una nueva ruta marítima de la seda que se extenderá por todo el camino del sur de China, como en un camino de Marco Polo al revés, hasta Venecia.
No hay que ver esto como una versión china del Siglo XXI del Plan Marshall de EE.UU. para Europa después de la Segunda Guerra Mundial, sino como algo mucho más ambicioso y con un alcance potencial mucho más vasto .
China como megaciudad
Si se considera este frenesí de planificación económica desde Pekín, se termina con una perspectiva inexistente en Europa o en EE.UU. Aquí las vallas publicitarias en rojo y oro promueven la nueva consigna, lanzada con tanto alboroto por el presidente Xi Jinping para el país y el siglo, “el Sueño chino” (que recuerda el “Sueño estadounidense” de otra era). No hay estaciones del metro que no las tenga. Recuerdan por qué se considera que 65.000 kilómetros de nuevos trenes de alta velocidad son tan esenciales para el futuro del país. Después de todo, no menos de 300 millones de chinos han realizado, en las últimas tres décadas una migración que rompe todos los paradigmas del campo a áreas urbanas en plena explosión en busca de ese sueño.
Se espera que otros 350 millones se pongan en marcha, según un estudio de McKinsey Global Institute . De 1980 a 2010 la población urbana de China creció 400 millones, dejando al país con por lo menos 700 millones de habitantes de las ciudades. Se espera que esa cifra llegue a mil millones en el año 2030, lo que significa un tremendo esfuerzo para las ciudades, la infraestructura, los recursos y la economía en su conjunto así como niveles de contaminación del aire casi apocalípticos en algunas de las principales ciudades.
160 ciudades chinas ya tienen más de un millón de personas. (Europa solo tiene 35.) No menos de 250 ciudades chinas han triplicado su PIB per cápita desde 1990 mientras la renta disponible ha aumentado en un 300%.
En la actualidad no hay que pensar en China en términos de ciudades individuales sino en grupos urbanos, agrupaciones de ciudades de más de 60 millones de habitantes. El área Pekín-Tianjin, por ejemplo, es en realidad un grupo de 28 ciudades. Shénzhen, la más importante megaciudad de migrantes en la provincia sureña de Guangdong, es ahora también un centro de tránsito en un grupo de ciudades. De hecho China tiene más de 20 grupos semejantes, cada uno del tamaño de un país europeo. Muy pronto los principales grupos representarán un 80% del PIB de China y un 60% de su población. Por eso el frenesí de trenes de alta velocidad y sus dinámicos proyectos de infraestructura –parte de una inversión de 1,1 billones (millones de millones) de dólares en 300 obras públicas– todos tienen que ver con la administración de esos grupos.
No es sorprendente que este proceso esté íntimamente vinculado con lo que Occidente considera una notoria “burbuja de la vivienda” que en 1998 no podría haber existido. Hasta entonces todas las viviendas eran todavía de propiedad del Estado. Una vez liberalizado, el mercado de la vivienda provocó paroxismos de inversión en la emergente clase media china. Sin embargo, en raras excepciones, los chinos de clase media todavía pueden permitirse las hipotecas porque los ingresos rurales y urbanos también han aumentado.
De hecho el Partido Comunista Chino (PCC), presta cuidadosa atención a este proceso y permite que los agricultores alquilen o hipotequen sus tierras, entre otras cosas, y así financien su migración urbana y sus nuevas viviendas. Ya que estamos hablando de cientos de millones de personas, sin embargo, es posible que haya distorsiones en el mercado de la vivienda, incluso la creación de completas desastrosas ciudades fantasmas con extraños y vacíos centros comerciales asociados.
El frenesí de la infraestructura china es financiado por un pool de inversiones de fuentes del Gobierno central y local, empresas de propiedad estatal y el sector privado. El negocio de la construcción, uno de los mayores empleadores del país, incluye más de 100 millones de personas directa o indirectamente. El negocio de bienes raíces representa hasta un 22% de la inversión nacional total en activos fijos y todo esto está vinculado a la venta de electrodomésticos, menaje y un volumen de negocios anual de un 25% de la producción china de acero, 70% de su cemento, 70% de su vidrio de plancha y 25% de sus plásticos.
Por lo tanto no es de extrañar que durante mi reciente estadía en Pekín los hombres de negocios me aseguraran continuamente que la permanente posibilidad de que la “burbuja de la vivienda estalle” en realidad es un mito en un país en el cual, para el ciudadano promedio, la inversión absoluta son los bienes raíces. Además el vasto impulso de la urbanización asegura, como el primer ministro Li Keqiang destacó en el reciente Foro Económico Mundial en Davos, una “demanda a largo plazo de viviendas”.
Mercados, mercados, mercados
China también está modificando su base manufacturera, que se multiplicó por 18 en las últimas tres décadas. El país sigue produciendo un 80% de los acondicionadores de aire, 90% de sus ordenadores personales, 75% de sus paneles solares, 70% de sus teléfonos celulares y 63% de sus zapatos. La manufactura representa un 44% del PIB chino, empleando directamente más de 130 millones de personas. Además el país ya concentra el 12,8% de la investigación y desarrollo global, mucho más que Inglaterra y la mayor parte de Europa Occidental.
A pesar de todo el énfasis se orienta ahora a un mercado interior en rápido crecimiento, que significará aún más inversión en infraerstructuras, la necesidad de la llegada de aún más talento de ingeniería y una base de suministro en rápido desarrollo. Globalmente, a medida que China comienza a enfrentar nuevos desafíos –aumento de los costes laborales, una cadena global de suministro cada vez más complicada y volatilidad del mercado– también EMPRENDE un agresivo impulso para pasar de montaje de baja tecnología a manufactura de alta tecnología. La mayor parte de las exportaciones chinas ya son teléfonos inteligentes, sistemas de motorización, coches (y pronto aviones). En el proceso tiene lugar una transferencia geográfica en la manufactura de la costa sur a China Central y Occidental. La ciudad de Chengdu en la provincia sudoccidental de Sichuan, por ejemplo, se está convirtiendo en un grupo urbano de alta tecnología mientras expande alrededor de firmas como Intel y HP.
Por lo tanto China intenta modernizar audazmente en términos de manufactura, interior y globalmente al mismo tiempo. En el pasado las compañías chinas se han destacado en la entrega de cosas básicas a precios reducidos con niveles aceptables de calidad. Ahora muchas compañías están modernizando rápidamente su tecnología y se mudan a ciudades de segundo y primer nivel mientras las firmas extranjeras, tratando de reducir costes, pasan a ciudades de segundo y tercer nivel. Mientras tanto, globalmente, los directores ejecutivos chinos quieren que sus compañías lleguen a ser verdaderas multinacionales en la próxima década. El país ya tiene 73 compañías en las 500 de Fortune Global, con lo que se posiciona en el número dos después de EE.UU.
En términos de ventajas chinas hay que recordar que el futuro de la economía global reside claramente en Asia con su aumento récord en ingresos de clase media. En 2009 la región Asia-Pacífico tenía solo un 18% de la clase media del mundo; en 2030, según el Centro de Desarrollo de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, esa cifra aumentará hasta un sorprendente 66%. Norteamérica y Europa tenían el 54% de la clase media global en 2009. En 2030 será solo un 21%.
Sigamos la pista del dinero y también del valor que se obtiene por ese dinero. Por ejemplo, no menos de 200.000 trabajadores chinos estuvieron involucrados en la producción del primer iPhone, supervisados por 8.700 ingenieros chinos. Fueron reclutados en solo dos semanas. En EE.UU. ese proceso habría necesitado más de nueve meses. El ecosistema de manufactura chino es ciertamente rápido, flexible, e inteligente y está respaldado por un sistema educativo cada vez más impresionante. Desde 1998 el porcentaje del PIB dedicado a la educación casi se ha triplicado, el número de universidades se ha duplicado y solo en una década China ha construido el mayor sistema de educación superior del mundo.
Pros y contras
China tiene más de 15 billones de dólares en depósitos bancarios que aumentan en la friolera de 2 billones de dólares al año. Las reservas de moneda extranjera se aproximan a 4 billones de dólares. Todavía no existe un estudio definitivo de cómo circula este torrente de fondos dentro de China entre proyectos, compañías, instituciones financieras y el Estado. Nadie sabe realmente, por ejemplo, cuántos préstamos hace realmente el Banco Agrícola de China. Altas finanzas, capitalismo de Estado y gobierno de un partido se mezclan y combinan todos en el campo de los servicios financieros chinos, en los cuales la realpolitik se une al gran dinero.
Los cuatro grandes bancos de propiedad estatal –Bank of China, Industrial and Commercial Bank of China, China Construction Bank, y Agricultural Bank of China– se han desarrollado todos de organizaciones gubernamentales a entidades semicorporativas de propiedad estatal. Se benefician magníficamente de bienes patrimoniales y conexiones gubernamentales, o guanxi, y operan con una mezcla de objetivos comerciales y gubernamentales. Son los impulsores que hay que considerar cuando se trata del formidable proceso de rediseño del modelo económico chino.
En cuanto al ratio deuda a PIB de China todavía no es gran cosa. En una lista de 17 países se encuentra muy por debajo de los de Japón y EE.UU., según Standard Chartered Bank y a diferencia de Occidente el crédito al consumidor es solo una pequeña fracción de la deuda total. Por cierto,Occidente muestra una particular fascinación por la industria bancaria paralela de China: productos de la administración de riqueza, finanzas soterradas, préstamos fuera del estado de cuentas. Pero semejantes operaciones solo representan cerca de 28% del PIB, mientras, según el Fondo Monetario Internacional, es un porcentaje mucho más elevado en EE.UU.
Es posible que resulte que los problemas de China provengan de áreas no económicas en las que la dirigencia en Pekín ha resultado más propensa a dar pasos en falso. Es, por ejemplo, en la ofensiva en tres frentes, cada uno de los cuales puede tener su propia forma de bumerán: aumentar el control ideológico sobre el país bajo la rúbrica de soslayar “valores occidentales”, reforzar el control de la información en línea y redes de medios sociales, incluyendo el refuerzo de “el gran contrafuegos de China” para controlar internet y aumentar su control sobre minorías étnicas inquietas , especialmente sobre los uigures en la crucial provincia occidental de Sinkiang.
En dos de estos frentes –la controversia sobre “valores occidentales” y el control de Internet– los dirigentes en Pelín podrían obtener muchos más beneficios promoviendo el debate, especialmente entre la vasta cantidad de ciudadanos más jóvenes, bien educados, con conexiones globales, pero la hipercentralizada maquinaria del Partido Comunista Chino no funciona de esa manera.
Cuando se trata de esas minorías en Sinkiang es posible que el problema esencial no tenga que ver con los principios guía de la política étnica del presidente Xi. Según el analista residente en Pelín Gabriele Battaglia Xi quiere gestionar el conflicto étnico local aplicando las tres “J”: jiaowang, jiaoliu, jiaorong (“contacto interétnico”, “intercambio” y “mezcla”). Sin embargo lo que representa un impulso desde Pekín a favor de la asimilación han/uigur puede significar poco en la práctica cuando la política cotidiana en Sinkiang es manejada por cuadros han inexpertos que tienden ver a la mayoría de los uigures como “terroristas”.
Si Pekín echa a perder el manejo de su Lejano Oeste, Sinkiang no se convertirá, como se espera, en el nuevo centro pacífico, estable, de una parte crucial de la estrategia de la ruta de la seda. A pesar de todo ya se considera una conexión esencial en la visión de integración eurasiática de Xi, así como un conducto crucial para el masivo flujo de suministros de energía de Asia Central y Rusia. El gasoducto Asia Central-China, por ejemplo, que lleva gas natural de la frontera turkmena-uzbeka a través de Uzbekistán y el sur de Kazajstán, ya está agregando una cuarta línea a Sinkiang. Y uno de los gasoductos Rusia-China acordado recientemente también llegará a Sinkiang.
El libro de Xi
La dimensión y complejidad de la miríada de transformaciones de China, apenas pasan el filtro de los medios de información estadounidenses. Las informaciones en EE.UU. tienden a subrayar la“decreciente” economía del país y el nerviosismo sobre su futuro papel global, la manera en que ha “engañado” a EE.UU. sobre sus intenciones y su naturaleza como una “amenaza” militar para Washington y el mundo.
Los medios de información estadounidenses tienen una fiebre china que conduce a informaciones típicamente febriles que no reflejan el pulso del país o a su líder. Como resultado,se pierde mucho. Una receta podría ser que lean The Governance of China, (una compilación de discursos, conferencias y entrevistas editada por Foreign Language Press el año pasado). Ya es un éxito de ventas de tres millones de copias en su edición en mandarín y ofrece una visión notablemente digestible de lo que significará el muy proclamado “Sueño de China” de Xi en el nuevo siglo chino.
Xi Dada (“Xi Big Bang” como lo apodan aquí) no es una deidad post-Mao. Se parece más a un fenómeno pop y no es en realidad sorprendente. En este remix “enriquecerse es glorioso”, no se podría lanzar la tarea sobrehumana de reconfigurar el modelo chino siendo un burócrata frio como el acero. En su lugar Xi ha tocado una vena colectiva al subrayar que la gobernanza del país debe basarse en competencia, no en el uso de información privilegiada y corrupción partidaria, y ha presentado hábilmente la transformación que se propone como un “sueño” al estilo estadounidense.
Tras la estrella pop se encuentra evidente un hombre de inteligencia y sustancia que los medios occidentales deberían asumir. Después de todo no se dirige por accidente una semejante historia de éxito económico. Puede ser particularmente importante tomar su medida ya que él ha tomado la medida de Washington y Occidente y ha decidido que la suerte y la fortuna de China se encuentran en otro sitio.
Como resultado, en noviembre pasado oficializó un trascendental cambio geopolítico. Desde ahora Pekín dejará de tratar a EE.UU. o a la Unión Europea como su principal prioridad estratégica y se concentrará en los vecinos asiáticos de China y en los demás países de los BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica, en especial en Rusia), también conocidos aquí como “las principales potencias en desarrollo” (kuoda fazhanzhong de guojia). Y solo para que conste, China ya no se considera como un “país en desarrollo”.
No es sorprendente que haya habido últimamente semejante guerra relámpago de megaacuerdos y meganegociaciones chinas a lo largo de “Ductistán ”. Bajo Xi, Pekín está cerrando rápidamente la brecha con Washington en el poder de fuego intelectual y económico y a pesar de todo su ofensiva de inversiones globales apenas ha comenzado, incluyendo las nuevas rutas de la seda .
El exministro de exteriores de Singapur, George Yeo, considera que el nuevo orden mundial emergente es un sistema solar con dos soles, EE.UU. y China. La nueva Estrategia de Seguridad Nacional de Obama afirma que “EE.UU. ha sido y seguirá siendo un poder del Pacífico” y señala que “aunque habrá competencia rechazamos la inevitabilidad de un enfrentamiento” con Pekín. Las “principales potencias en desarrollo”, intrigadas como están por el extraordinario ímpetu infraestructural de China, internamente y a lo largo de esas Nuevas Rutas de la Seda, se preguntan si un sistema solar con dos soles podría no funcionar. La pregunta es, por lo tanto: ¿Qué “sol” brillará sobre el planeta Tierra? ¿Podría tratarse, de hecho, del siglo del dragón?
Tomado: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=196066 

domingo, 22 de febrero de 2015

El apoyo gringo a los acuerdos en La Habana


Libardo Sánchez Gómez

La  búsqueda de equidad y justicia social generalmente  se asocia con un  trivial romanticismo, y a quien está dispuesto a ofrendar su vida para lograrlas se le señala como trasnochado soñador. Más no se considera  iluso a quien cree  en las bondades de un modo de producción (capitalismo) esencialmente contradictorio  fincado en una ilusoria “sana competencia” y en el robo de la plusvalía del trabajo; este fatídico modelo luego de más de dos centurias ha demostrado que no puede resolver mínimamente los problemas de supervivencia de las mayorías.  Por esto en el mundo entero  muchos hombres y mujeres, como medida extrema, han recurrido a las armas para defenderse del oprobio y para limar las contradicciones.  Invariablemente el imperio norteamericano está presto a intervenir donde quiera que aparecen grupos de insurgencia armada. Los gringos consideran las luchas de liberación como un ataque directo a sus intereses, pues suponen que todos los bienes terrestres y extraterrestres les pertenecen como asunto de su seguridad nacional.  Han colonizado, en el sentido literal de la palabra, casi al mundo entero;  se puede decir que Colombia es un departamento asociado de EEUU. Los distintos jefes de gobierno fungen simplemente como dóciles vasallos.   No obstante, la omnipotencia de la omnímoda presencia gringa, como común denominador, donde quiera que el monstruo mete las narices sale de allí con el rabo entre las piernas; así ocurrió, por ejemplo, en   Cuba, Corea, Vietnam, China y Argelia. Recientemente en Irak y Afganistán repitieron la historia de derrotas.


Colombia es teatro  del conflicto social y armado interno más largo que país alguno haya soportado.  El  asesinato de labriegos, la violación de sus mujeres y el robo de   tierras y animales, hacia la década de los cuarenta del siglo pasado llevaron a que  un puñado de campesinos de pueblos como Marquetalia, el Pato y Guayabero,  con  Pedro Antonio Marín mejor conocido como Manuel Marulanda Vélez a la cabeza, tuvieran que desempolvar sus morochas de dos cañones,   convirtiéndose en obligados y fieros soñadores.  Tratando  de hacer realidad sus sueños, los campesinos, a los que se han sumado soñadores citadinos,  durante  más de media centuria han luchado aguerridamente contra la oligarquía vándala;  pero ésta  resiste  gracias a que se ha blindado con la tecnología y los dólares del imperio USA, el más sanguinario y con mayores ansias de dominación global que la especie humana haya parido. Y si no fuese por el apoyo   gringo hace tiempos que los soñadores se hubiesen tomado el poder. Precisamente el rey  Obama acaba de designar al virrey Bernard Aronson  para que supervise los diálogos en La Habana y delinee los acuerdos de “paz” para la futura Colombia; según el secretario de Estado  John Kerry, Aronson es “un verdadero conocedor de la región y de extensa experiencia en proceso de paz, pues participó en los diálogos tanto en Nicaragua como en el Salvador”. Y no es sino mirar el  desastre que dejó en Centroamérica ¡pobre Colombia lo que le espera¡ Sin embargo, ya era hora de negociar directamente con el dueño de casa.   Así lo han entendido las FARC, en un comunicado señalan, “Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP), saludan el anuncio oficial del Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, sobre la determinación de designar al señor Bernard Aronson como enviado especial de su país, para atender el proceso de paz que se adelanta entre el Gobierno colombiano y nuestra organización insurgente”. Para la insurgencia la presencia directa de los norteamericanos acorta el camino de las negociaciones; afirman, “consideramos una necesidad, tomando en cuenta la presencia e incidencia permanente que Estados Unidos tiene en la vida política, económica y social de Colombia, pudiendo ahora, entonces, coadyuvar al establecimiento de la justicia social, la democracia verdadera y la superación de la desigualdad y la miseria, que es la manera de ir abriendo el camino cierto hacia la paz”. Claro que no deben olvidar que a los gringos la paz con justicia social en Colombia les importa un pepino sólo buscan afanosamente quitar del camino cualquier perturbación que afecte el accionar de sus empresas transnacionales. Tampoco le interesa si los insurgentes van a la cárcel o no y si participan en política, lo importante es que sigan el modelo neoliberal globalizado y se pongan de lado de sus intereses.

Desde la “independencia” (de España) la  clase usurpadora viene traslapando generación tras generación la   historia     de sangre y vejámenes   contra los menos favorecidos en campos y ciudades. Y hoy,  como en aquel entonces, el latifundio armado,  contando con el respaldo de las fuerzas “del orden” estatales y paraestatales, sigue siendo incomparablemente salvaje, inhumano y moralmente repugnante.  Con el agregado que ahora las tierras dedicadas a cultivos de pan coger  se le arrebata al campesino para ponerlas en manos del sector agroindustrial transnacional, para sembrar palma africana y caña dulce con el objeto de producir biocombustibles.  Las políticas agrarias (diseñadas para la postguerra)  van direccionadas a favorecer a los grandes latifundios; cabe citar  la cacareada Ley de restitución de las tierras robadas la cual ha sido hecha al tamaño de  la avaricia de   los propios ladrones,  al respecto dice Allende La Paz, “…la restitución de tierras” que ha implementado casi nada en lo relativo a la verdadera restitución y le ha servido al gobierno y sus bandas de asesinos para masacrar a los dirigentes populares por la restitución de tierras, en aplicación del Terrorismo de Estado de la Doctrina de Seguridad Nacional, aplicado por las fuerzas militares-narcoparamilitares estatales”. Así que los herederos del desarraigo    no pueden siquiera  voltear la mirada sobre sus huellas no porque teman como la esposa de Lot quedar convertidos en estatuas de sal sino para no ver rodar cuesta  abajo las cabezas y esperanzas de los “reclamantes de tierras”.

En la media centuria de cruenta lucha fraticida en el campo de Marte se ha ofrendado la vida de muchos de los mejores soñadores colombianos  y, desde luego,  también,   las vidas de miles de soldados hijos de madres colombianas pobres, quienes por gusto, necesidad u obligación se han puesto del lado de los vándalos en el poder. 

No hay duda alguna que la solución política de las causas objetivas, que engendran obligados soñadores,  siempre ha estado presente en el alma de los guerreros. Y tampoco hay duda acerca de que esta es la razón principal que hoy mantiene a los herederos marquetalianos  conversando en La Habana sobre cómo poner fin al conflicto social y armado.  Pero la verdad verdadera, que ha llevado a la insurgencia y al Gobierno a  La Habana, es que en el campo de batalla no ha habido vencidos ni vencedores. Claro que muchos, de manera suspicaz, se preguntan si  ¿el no haber podido cosechar los frutos de justicia y paz mediante los fusiles, en apenas cincuenta años, ha terminado por minar los sueños?  ¿Si los curtidos guerreros  comienzan a  entonar el verso   de  Neruda, “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…”? ¿Ya  no los trasnocha la toma del poder?

Otro aspecto nodal de las conversaciones entre guerrillas y Gobierno (el ELN quiere entrar en el proceso) está en lograr consensos dado que lo perseguido por unos y otros se ubica en esquinas  muy distantes; a pesar que existe una agenda básica con las FARC de cinco puntos no hay meridiana claridad sobre si los temas  que se discuten    al final  entrarán en los posibles  acuerdos en La Habana; hasta ahora se entiende que    las FARC persiguen  la paz con justicia social (remoción de las causas que los obligaron a empuñar las armas) y el Gobierno pretende simplemente la desmovilización y el desarme de la insurgencia. La estrategia del Gobierno consiste en dejar que las FARC hablen y hablen  sobre toda la problemática que afecta a la sociedad, y luego el atormentado jefe de negociadores  Humberto de la Calle Lombana dice no a todos los planteamientos de la insurgencia.

Cualquier análisis al respecto, también, debe tener en cuenta que, al no existir claros vencidos o vencedores,  por un lado la oligarquía quiera preservar el statu quo sin cambiarle una coma y por otro la guerrilla aspire siquiera a la mínima resolución de las principales causas que los mantiene en armas.   De acuerdo a lo divulgado a través de los medios de comunicación   el Gobierno no se ha movido un ápice de su posición inicial de no aceptar algo que  altere  mínimamente estructuralmente el statu quo (léase privilegios acumulados a través de décadas de dominación) Se afirma que el conflicto social sólo se resolverá durante la post guerra. Pero se tiene que ser un verdadero iluso para creer que esto será posible, si no se logró mejorar en algo la situación de penuria del grueso de la población mediante la presión de los fusiles menos será  sin estos.


Cabe preguntar, ¿y si, como es de esperar, el imperio no permite alteraciones al statu quo, habrá firma de paz?