domingo, 25 de septiembre de 2016

¿Fracasó la izquierda latinoamericana?

 Categoría: Linea Formación popular  Publicado: Domingo, 25 Septiembre 2016
Por: Martín Caparrós. New York Times
Ya no sé cuántas veces lo he visto escrito, lo he oído repetido: está por todas partes. La frase se ha ganado su lugar, el más común de los lugares, y no se discute: la izquierda fracasó en América Latina.
Es poderoso cuando un concepto se instala tanto que ya nadie lo piensa: cuando se convierte en un cliché. El fracaso de la izquierda en América Latina es uno de ellos. El fracaso de los gobiernos venezolano, argentino o brasileño de este principio de siglo es evidente, y es obvio que sucedió en América Latina; lo que no está claro es que eso que tantos decidieron llamar izquierda fuera de izquierda.
Hubo, sin embargo, un acuerdo más o menos tácito. Llamar izquierda a esos movimientos diversos les servía a todos: para empezar, a los políticos que se hicieron con el poder en sus países. Algunos, en efecto, lo eran —Evo Morales, Lula— y tenían una larga historia de luchas sociales; otros, recién llegados de la milicia, la academia o los partidos del sistema, simplemente entendieron que, tras los desastres económicos y sociales de la década neoliberal, nada funcionaría mejor que presentarse como adalides de una cierta izquierda. Pero las proclamas y la realidad pueden ser muy distintas: del dicho al lecho, dicen en mi barrio, hay mucho trecho.
La discusión, como cualquiera que valga la pena, es complicada: habría que empezar por acordar qué significa “izquierda”. Es un debate centenario y sus meandros ocupan bibliotecas, pero quizá podamos encontrar un mínimo común: aceptar que una política de izquierda implica, por lo menos, que el Estado, como instrumento político de la sociedad, trabaje para garantizar que todos sus integrantes tengan la comida, salud, educación, vivienda y seguridad que necesitan. Y que intente repartir la riqueza para reducir la desigualdad social y económica a sus mínimos posibles.
Creo que, en muchos de nuestros países, poco de esto se cumplió. Pero creer y hablar es relativamente fácil. Por eso, para empezar a pensar la cuestión, importa revisar las cifras que intentan mostrar qué hay más allá de las palabras discurseadas. Por supuesto, el espacio de un artículo no alcanza para un recorrido completo: cada país es un mundo. Así que voy a centrarme en el ejemplo que mejor conozco: la Argentina del peronismo kirchnerista.
Primero, las condiciones generales: entre 2003 y 2012 el precio de la soja, su principal exportación, llegó a triplicarse. Los aumentos globales de las materias primas ofrecieron a la Argentina sus años más prósperos en décadas. Con esa base privilegiada y 12 años de discursos izquierdizantes, Cristina Fernández de Kirchner dejó su país, en diciembre pasado, con un 29 por ciento de ciudadanos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas: 10 millones de pobres, dos millones de indigentes. El 56 por ciento de los trabajadores no tiene un empleo estable y legal: desempleados, subempleados, empleados en negro y en precario. Un tercio de los hogares sigue sin cloacas y uno de cada diez no tiene agua corriente. Y hay casi cinco millones de malnutridos en un país que produce alimentos para cientos de millones, pero prefiere venderlos en el exterior.
Aunque, por supuesto, el relato oficial era otro: en junio de 2015, la presidenta Fernández dijo en la Asamblea de la FAO que su país sólo tenía un 4,7 por ciento de pobres; su jefe de gabinete, entonces, dijo que la Argentina tenía “menos pobres que Alemania”. Para conseguirlo, su gobierno había tomado, varios años antes, una medida decisiva: intervenir el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y obligar a sus técnicos a producir datos perfectamente inverosímiles.
Pese a los discursos, en los años kirchneristas también aumentó la desigualdad en el acceso a derechos básicos como la educación y la salud. En 1996, el 24,6 por ciento de los alumnos iba a escuelas privadas; en 2003 la cifra se mantenía; en 2014 había llegado al 29 por ciento. Los argentinos prefieren la educación privada a la pública, pero no todos pueden pagarla: su uso es un factor de desigualdad importante, y creció un 20 por ciento en estos años.
En 1996 la mitad de la población contaba con los servicios médicos de los sindicatos, el 13 por ciento un plan médico privado y el resto, el 36 por ciento más pobre, se las arreglaba con la salud pública. La proporción se mantiene: entre 15 y 17 millones de personas sufren la medicina estatal, donde tanto funciona tan mal. Es la desigualdad más dolorosa, como bien pudo ver la presidenta Fernández cuando —diciembre de 2014— se lastimó un tobillo en una de sus residencias patagónicas y la llevaron al hospital provincial de Santa Cruz. Allí le explicaron que no podían curarla porque el tomógrafo llevaba más de un año roto, y la mandaron en avión a Buenos Aires, 2.500 kilómetros al norte.
Mientras las diferencias entre pobres y ricos se consolidaban, mientras la exclusión de un cuarto de la población producía más y más violencia, las grandes empresas seguían dominando. En agosto de 2012 Cristina Fernández lo anunciaba sonriente: “Los bancos nunca ganaron tanta plata como con este gobierno”. Era cierto: en 2005 se llevaban el 0,33 por ciento del Producto Interno Bruto; en 2012, más de tres veces más. Ese mismo año el Fondo Monetario Internacional informaba que la rentabilidad sobre activos de los bancos argentinos era la más grande del G-20, cuatro veces mayor que la de los vecinos brasileños. Y la economía en general siguió con la concentración que había inaugurado el menemismo: en 1993, 56 de las 200 empresas más poderosas del país tenían capital extranjero y se llevaban el 23 por ciento de la facturación total; en 2010 eran más del doble —115— y acaparaban más de la mitad de esa facturación.
Y esto sin detenerse en el sinfín de corruptelas que ya colman los tribunales de justicia con ministros, secretarios, empresarios amigos, la propia presidenta. ¿Se puede definir “de izquierda” a un grupo de personas que roba millones y millones de dineros públicos para su disfrute personal?
Ni detenerse en la locura personalista que hace que estos gobernantes –y por supuesto la Argentina– identifiquen sus políticas consigo mismos. ¿Se puede definir “de izquierda” a una persona que desprecia tanto a las demás personas como para creerse indispensable, irreemplazable?
Son más debates. Mientras tanto, sería interesante repetir la operación en otros países: comparar también en ellos las proclamas y los resultados. Quizás allí también se vea la diferencia entre el reparto de la riqueza que llevaría adelante un gobierno de izquierda y el asistencialismo clientelar que emprendió éste. Quizás entonces se entienda por qué, mientras algunos de estos gobiernos se reclamaban de izquierda, sus propios teóricos solían llamarlos populistas, una tendencia que la izquierda siempre denunció, convencida de que era una forma de desviar los reclamos populares: tranquilizar a los más desfavorecidos con limosnas —subsidios, asignaciones— que los vuelven más y más dependientes del partido que gobierna.
Pero el lugar común pretende que lo que fracasó fue la izquierda –y eso les sirve a casi todos. A aquellos gobiernos, queda dicho, o a sus restos, para legitimarse. Y a sus opositores del establishment para tener a quien acusar, de quien diferenciarse, y para desprestigiar y desactivar, por quién sabe cuánto tiempo, cualquier proyecto de izquierda verdadera.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El futuro político de las FARC

Libardo Sánchez Gómez

Parece mentira que se organice una guerra, y que dure sesenta años, con la idea central de tener un espacio político; pues no se trata de un chiste sino de una parte de nuestra realidad macondiana, esa que le permitió al nobel Gabriel García Márquez escribir  Cien años de Soledad y “El Coronel no tiene quien le escriba”. Las FARC-EP nacieron y crecieron (¿morirán en el intento?) con la idea de hacer política, de   ser “políticos exitosos”.  Durante el largo periodo activo de la  confrontación armada la respectiva comandancia, el mayor tiempo en cabeza de su fundador Manuel Marulanda, intentaba entablar diálogos con el Gobierno de turno con miras a deponer las armas, pero la oligarquía por  un lado desconfiaba de las intenciones de los rebeldes y por otro   pensaba que tendrían que negociar y ceder sus privilegios; entonces,  cuando accedían a dialogar lo hacían para tomar ventaja militar, con la idea fija de derrotarlos militarmente.

Pero por fin se cumplió el anhelo,  Juan Manuel Santos les abrió la puerta al hermoso mundo de la política  donde, en palabras del mandatario,  podrán “disparar votos en vez de balas”.  Pero, como era de esperar,  las intenciones de éste vocero de la oligarquía no son las mejores,  recientemente ridiculizó las aspiraciones de los futuros políticos, decía en su mejor tono irónico: “pues vayan a ver que van hacer en elecciones, ¿van vender marxismo-leninismo? Eso… es algo trasnochado;   ¿Socialismo del Siglo XXI?  Ja ja, miren a Venezuela, que es el ejemplo de eso…” la oligarquía sabe de antemano que difícilmente podrán desenvolverse en la arena política, y si  lo logran  no los dejarán medrar.  Un sector  mayoritario de   rebeldes ha  aceptado hacer de la política  su forma de vida.  Se les augura éxitos en esa  actividad que, al decir de muchos, es sinónimo de criminalidad.  Ojalá  puedan demostrar lo contrario.  En Colombia, como en la mayor parte del mundo capitalista, la política no se ejerce para buscar soluciones generales sino para satisfacer ambiciones personales. Se busca llegar al parlamento y/o a la dirección del Estado, en sus distintos niveles,  para legislar y actuar a favor no sólo de la clase dominante sino de  intereses y privilegios muy particulares. Tradicionalmente los intereses de las distintas corrientes políticas ya sean progresistas o retardatarias, por lo general,   terminan amalgamadas en un mismo crisol;  y, salvo contadas excepciones, los representantes de los  sectores populares  actúan abiertamente en la misma dirección de la burguesía, mendigando mendrugos de pan y mermelada.

Aún no está clara la futura línea política de las FARC, como nunca lo estuvo  durante los sesenta años de guerra. Algunas veces se declararon revolucionarios marxistas leninistas, otras veces  lo negaron; eso   sí  dejaron  en claro  que la guerra no era  por el poder, ¿ahora como políticos tampoco lo buscarán?  No obstante,  con miras al futuro, las FARC deben tener en cuenta que quienes les apoyaron, principalmente  los campesinos, creyeron que la guerra apuntaba    a cambiar el mundo de violencia,  inequidad y pobreza  desde una posición revolucionaria.  Hace  unos días, se desconoce cuáles eran sus intenciones,  Iván Márquez    en un tuiter    escribió, “no duden que somos    socialistas”. Ojalá no sea un nudo más en el enredo ideológico por el que han trasegado  durante la vida guerrillera. ¿Se mantendrá esa línea? En todo caso, sea esta su brújula ideológica o no el   camino político a futuro de las FARC será extremadamente tortuoso.    Para tirios y troyanos, los guerrilleros siempre guerrilleros serán, así en la realidad  su intención no haya sido ni sea la de amenazar    seriamente  los privilegios de la clase hegemónica.  Si quieren seguir por el sendero de los partidos tradicionales liberal y conservador, su cauda política se puede esfumar antes de comenzar.  Por el lado de los políticos de    “izquierda”, pazólogos de profesión y potenciales aliados,   estos no creen  en el socialismo, les gusta el capitalismo “con  rostro humano”, y no les van a admitir muy cerca de  sus toldas construidas a la sombra  de los campamentos de la derecha.  Mientras en el mundo entero, incluido  los EEUU, se pone en primera línea el socialismo, como única  posibilidad que tienen las formas vivas incluido el hombre  para sobrevivir, en Colombia la izquierda prefiere el capitalismo depredador.  En este sentido Manuel E. Yepe (Elecciones en EE.UU. son distracción masiva.  2016) Opina: “Así como la angustia y desesperación se va haciendo cada vez más presionante para las masas de desposeídos en el mundo y presagian una inevitable insurrección popular a escala global, en el seno de Estados Unidos se hace más aguda la contradicción entre el 1% que lo domina todo y el 99% que no puede seguir engañado con mitos y trucos de la democracia representativa bajo control de los ricos”.   

Probablemente las FARC quieran acomodarse  en la socialdemocracia al lado del   Partido  Comunista Colombiano  (partido liberal chiquito) pero esta puede ser una alianza peligrosa,  los jerarcas desde siempre han gustado   establecer  alianzas con las clases en el poder. Por ejemplo, en el siglo pasado, lo hicieron con el retrógrado Gabriel Turbay en vez de hacerlo con el progresista JORGE Eliécer Gaitán.   Lozano, actual director del Semanario VOZ y máximo jerarca del Partido,    enciende una  vela  a dios y otra al diablo al mismo tiempo. En alguna oportunidad fue testigo estrella a favor de Cesar Pérez,  condenado como determinador de la masacre de miembros de la UP en Segovia. En aquella época, tratando de defender a Parez, dejó  entrever que había sido el ELN. Luego  funge como artífice de la entrega de las FARC; y, ahora,  través de VOZ se presta para hacerle el juego a la oligarquía,   acusa al ELN de asesinar un miembro del Partido, creando una matriz mediática en contra del ELN, para hacer que éste grupo insurgente, también, abandone la  lucha armada. Pero el ELN ha dejado en claro que no abandonará las armas hasta tanto no se lleven a cabo las transformaciones que remuevan las causas que les obligaron a tomarlas.

 Pero  la competencia política dura de las FARC la tendrá con los partidos de la   “izquierda light”,  como el Verde, variopinta amalgama  de políticos francamente reaccionarios. Entre los progresistas, que abrevan en fuentes izquierdistas, están Antonio Navarro y Claudia López, esta última declarada enemiga de las FARC. Por el lado del POLO, partido con una línea política difusa, sobresale Jorge Robledo habilidoso senador   de corte pequeño burgués defensor de los gremios y por ende del  modo de producción capitalista. Otro político sobresaliente del POLO, quien anda en este partido porque no hay más en el espectro de la “izquierda”,  es Iván Cepeda,      honesto y muy comprometido con las causas populares.  Pero dada  su soledad en el parlamento es una voz opositora inofensiva, por eso  la oligarquía lo cuida con esmero, pues lo  necesita para darle al Régimen un viso de democracia.    En cuanto a la UP, este Movimiento   murió en manos de una señora totalmente desorientada, quien admite que   le “gusta el capitalismo” y,  además, se mueve a la sombra de Lozano. En el “progresismo” será imposible prosperar, pues es un Movimiento  político construido por Gustavo Petro exclusivamente para  Gustavo Petro. Con quien sí podrán contar Las  FARC,  como  aliado confiable, es con la liberal Piedad Córdoba más revolucionaria y comunista que todos los “izquierdistas” y comunistas juntos,   a quien recientemente la Corte Suprema de Justicia restableció sus derechos políticos alevemente cercenados por el ex procurador Ordoñez.

Las FARC  tienen la posibilidad de perdurar como agrupación política cohesionada  por lo menos  durante un par de años, es decir, durante el tiempo que  el gobierno  les ayude a sobrevivir económicamente.  Si  la FARC POLÍTICA no   logra   interpretar los anhelos de la base popular, es decir, de  la izquierda   de los sectores revolucionarios, aquellos que quieren tomarse      el poder a nombre del pueblo excluido, para abolir el sistema capitalista e instaurar el socialismo, antes de lo esperado va a terminar atomizada y refundida entre los diversos movimientos y partidos políticos, incluido el Centro Democrático, como aconteció con ciertos miembros del M-19.

Hasta ahora se ha hablado de la FARC POLÍTICA,  nombre que una vez entreguen las armas debe ser cambiado, pues ya no serán más fuerzas armadas revolucionarias.  El nombre lo deberán conservar quienes perseveren en la lucha armada, tras  la toma del PODER para poder efectuar las transformaciones que la sociedad colombiana requiere.   Se espera que quienes  abandonen la causa tengan la gallardía de respetar la decisión de sus compañeros y compañeras y omitan las descalificaciones injuriosas.  Los  guerrilleros en armas, por el contrario,  han dicho de manera gallarda que respetan la decisión de los compañeros que se desmovilicen y les auguran éxitos en su actividad política.  Parece que se trata de un número respetable que se acerca a las dos mil unidades. En todo caso, es preferible un combatiente a plena luz que mil en la oscuridad.   No le hacen bien a la causa libertaria      quienes no están convencidos de lo que hacen, por eso el pueblo colombiano  debe votar masivamente por el SI  al plebiscito,  en el frente de combate seguramente quedará  únicamente gente que sabe lo que quiere.


jueves, 1 de septiembre de 2016

¿Paz en Colombia?

 Escrito por JAVIER GIRALDO, sacerdote Jesuita. 

Si bien hay una euforia de paz que se traduce en eslóganes o en frases de cliché que se repiten por todas partes, cuando se profundiza un poco en lo que hay detrás de esos eslóganes o en los aspectos que esas frases superficiales eluden, aparecen muchas preocupaciones. Colombia ha vivido en los últimos 4 años una búsqueda de acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, luego de 60 años de conflicto armado que ha dejado muchos millones de víctimas y ha llevado a la degradación progresiva de la guerra en muchos aspectos. Este proceso ha ido revelando progresivamente los laberintos, a veces sin salida, en que es necesario internarse para buscar acuerdos de paz. El país ha vivido ya 33 años de procesos de paz fracasados durante el último ciclo de violencia, sin contar las negociaciones, acuerdos y eliminaciones de ex combatientes de ciclos anteriores que se identifican con las mismas causas. Una larga tradición demuestra que los acuerdos no se cumplen y que los combatientes rebeldes son eliminados tras el desarme, pero no sólo ellos sino las fuerzas sociales y políticas que les son cercanas. 

Hace pocos días se firmó en La Habana un documento que define el penúltimo de los 6 puntos de la agenda acordada al comienzo de los diálogos, incluyendo ya el compromiso de un cese de fuego bilateral y supuestamente definitivo. Sin embargo el país se encuentra profundamente polarizado por el crecimiento y poder creciente de posiciones políticas de extrema derecha. Parece que reviven las posiciones de la Guerra Fría, potenciadas por el monstruoso poderío económico de un empresariado multinacional que defiende rabiosamente sus intereses excluyentes con medios muy poderosos. 

Si bien hay una euforia de paz que se traduce en eslóganes o en frases de cliché que se repiten por todas partes, cuando se profundiza un poco en lo que hay detrás de esos eslóganes o en los aspectos que esas frases superficiales eluden, aparecen muchas preocupaciones. Algunos analistas más críticos llaman la atención sobre ciertas contradicciones como las siguientes: 

1) Se percibe un doble lenguaje: en uno de ellos se afirma que el proceso no se ha enfocado como una rendición de rebeldes delincuentes sino como un reconocimiento de una guerra que tenía raíces sociales y en la cual los dos polos cometieron crímenes; el otro lenguaje, usado por el gobierno fuera de la mesa de diálogos, tiene todo el enfoque de la rendición, la derrota y el sometimiento a una legalidad y una estructura de poder supuestamente democrática. El gobierno y la clase dominante repiten que el proceso es fruto de un triunfo militar del Estado que ha doblegado a la guerrilla y la ha obligado a sentarse a la mesa de negociación. 

2) Aunque en los formalismos de la mesa de negociaciones se aceptó discutir las raíces del conflicto, sobre todo en los temas de tierra y democracia, predominó la negativa rotunda del gobierno a tocar en lo más mínimo el modelo económico y el modelo político, quedando todas las propuestas relativas a esas raíces del conflicto como “salvedades” o “constancias” de lo que fue imposible discutir. El gobierno repite que no negocia el modelo vigente y que sólo invita a la guerrilla a que, una vez dejadas las armas, se presente a los debates electorales para solicitarle a la sociedad que apoye sus propuestas de reformas. Esto sería normal si hubiera democracia, pero el gobierno sabe que mientras no reforme el sistema electoral, uno de los más corruptos del mundo, y el sistema de propiedad de los medios masivos de información, ni la guerrilla ni ningún movimiento de oposición podrá conquistar triunfos democráticos. 

3) Muchas polémicas interminables llevaron finalmente a los rebeldes a aceptar la simetría de trato a los combatientes de ambos lados, desconociendo la gravedad enormemente mayor de los crímenes de Estado y las características del delito político y del derecho a la rebelión. También tuvieron que aceptar la inmunidad de los ex presidentes frente a la justicia y la ruptura de las responsabilidades de mando, ambos principios consagrados en el Estatuto de Roma cuyo desconocimiento refuerza y amplía la impunidad rutinaria. 

4) El desarrollo de los diálogos ha producido perplejidad en las capas más conscientes de la sociedad, al comprobar que el Estado ha recurrido simplemente a la negación de los obstáculos más grandes para la paz, considerándolos como inexistentes o realidades del pasado ya superadas: el paramilitarismo, la doctrina militar del enemigo interno y de la seguridad nacional y la criminalización de la protesta social. Nadie puede entender tampoco que las negociaciones no hayan llevado a un acuerdo sobre la reducción de la fuerza armada del Estado sino más bien a anunciar que esa fuerza se va a aumentar y a reforzar. Todo el mundo se pregunta: ¿si es verdad que se acaba la guerra, por qué el monstruoso gasto militar no se va a acabar sino a aumentar? 

5) El recurso a la justicia transicional, que ha sido el punto de llegada en el tema de las víctimas del conflicto, uno de los aspectos más polémicos y que más tiempo han consumido en las negociaciones, no deja tranquilos a numerosos analistas de ambos lados. Se pactó una Jurisdicción Especial para la Paz, diseñada por un grupo de juristas de alto nivel, dentro de los criterios básicos de la justicia transicional. Supuestamente el derecho nacional no operará allí sino sólo los tratados internacionales; habrá magistrados también extranjeros; los que confiesen crímenes internacionales, sean guerrilleros, militares, empresarios u otros, tendrán penas alternativas y no de prisión, y los que no confiesen serán condenados a prisión. La fórmula ha sido elogiada por muchos aunque se critica la violación flagrante de algunos artículos del Estatuto de Roma para favorecer a los gobernantes. Sin embargo dicha fórmula alberga dos principios que pueden dar al traste con las escasas expectativas de justicia: los principios de priorización y de enfoque hacia los máximos responsables. Ya hay aplicaciones en curso de esos principios por parte de la justicia colombiana, frente a modalidades concretas de genocidio, que anuncian la utilización corrupta de esos dos principios, como mecanismos privilegiados de impunidad. Esto hace mirar el acuerdo de justicia con reservas. 

6) En general, las motivaciones de disuasión que han sido utilizadas para promover los acuerdos de paz, descansan en gran parte en la imposibilidad práctica de lograr cambios sociales por medio de la lucha armada, dado el poder monstruoso y apabullante de las armas estatales respaldadas por el poderío imperial de mayor alcance destructivo en la historia reciente de la humanidad: los Estados Unidos. Brilla por su ausencia, sin embargo, toda consideración ética de los clamores y sufrimientos que llevaron a levantarse en armas a los combatientes contra el Estado. El discurso político predominante es pragmático y egoísta y muestra indiferencia arrogante por posibilidades reales de justicia. Los discursos del Presidente Santos en el exterior han insistido, ante todo, en una paz que beneficiará a los empresarios e inversionistas transnacionales, quienes podrán intensificar su extracción de recursos naturales, pero entre tanto su gobierno reprime con una violencia cruel las protestas sociales de las comunidades afectadas por la destrucción ecológica y social que han causado y siguen causando esas empresas multinacionales. 

Desde la extrema derecha se condena el proceso porque favorece la impunidad de los rebeldes, seguramente responsables de no pocos crímenes de guerra, pero desde el movimiento popular se teme más a la impunidad de los poderosos y de los agentes del Estado y del paramilitarismo, cuyos crímenes de guerra, de lesa humanidad y genocidios superan enormemente en cantidad y en crueldad los crímenes de la insurgencia y su impunidad se traduce en la continuidad de un poder represivo que seguirá afectando a los sectores más desprotegidos de la sociedad y bloqueará con violencia las reformas sociales que se reclaman con urgencia. A pesar de los esfuerzos formales por construir un Estado de Derecho, sobre todo desde la Constitución de 1991, el poder real lo sigue ejerciendo una minoría poderosa articulada a intereses transnacionales, llegando a configurar un Estado esquizofrénico en el cual lo formal se apoya en lo legal y lo real se apoya en las mil redes clandestinas de violencia paraestatal cuya relación con el Estado es negada rotundamente por los funcionarios del régimen y los medios masivos de información. La primera experiencia reciente de justicia transicional la realizó un gobierno de extrema derecha  del Presidente Álvaro Uribe- en 2005, mediante la ley 975 llamada paradójicamente “Ley de Justicia y Paz”. Hubo entonces una negociación con los paramilitares, quienes a todas luces apoyaron su candidatura a la presidencia. Luego de negociaciones con los líderes paramilitares más connotados, obtuvo su sometimiento a una justicia indulgente en que la pena máxima fluctuaba entre 5 y 8 años aunque los crímenes atroces en cada caso sumaran muchos millares. Supuestamente se desmovilizaron 32.000 paramilitares autores de 42.000 crímenes atroces pero sólo fueron condenados a las penas mínimas 22 de ellos y casi todos están en libertad desde 2015. A esa estrategia de negociación con grupos que no podían identificarse como delincuentes políticos puesto que eran agentes clandestinos del mismo Estado, el ex Presidente Uribe añadió otras estrategias para que el paramilitarismo continuara activo: la configuración de un paramilitarismo legalizado, vinculando a varios millones de personas a tareas de guerra mediante redes de informantes y cooperantes y remodelando los estatutos de las compañías privadas de seguridad para vincularlas a tareas bélicas como auxiliares de la fuerza armada oficial. El paramilitarismo ilegal, en grandes franjas, retornó muy pronto a sus acciones criminales con sus mismos objetivos, a saber: persecución a todo movimiento social o de protesta mediante escritos de clara inspiración contrainsurgente, anticomunista y fascista; respaldo incondicional al gobierno y a sus fuerzas armadas; apoyo a las empresas transnacionales cuya destrucción ecológica denominan “progreso”, y sustento financiero en las redes más poderosas del narcotráfico. El gobierno ha acuñado para ellos nuevas siglas que los inscriben en la delincuencia común ajena a toda relación con el Estado. Hoy se articulan y coordinan con calculada astucia las franjas legales y las ilegales del paramilitarismo, cobijadas por un lenguaje que las cubre con la negación rotunda de su existencia. 

Desde el comienzo de las negociaciones actuales, las FARC habían afirmado que jamás se someterían a la justicia colombiana, dada su extrema corrupción, su responsabilidad en la impunidad monstruosa de los crímenes más atroces del Estado y del paramilitarismo y su desvergonzada parcialidad y dependencia del régimen, conceptos que comparten grandes franjas de población que consideran la justicia como éticamente colapsada. Muchas fórmulas se propusieron para buscar imparcialidad, incluyendo la creación de una corte penal regional apoyada por regímenes progresistas de América Latina. Y mientras la insurgencia buscaba estructuras judiciales más independientes, los agentes del Estado eran atormentados por la evaluación de lo ocurrido en otros países que emitieron leyes audaces de impunidad para militares y funcionarios, leyes que fueron posteriormente invalidadas por tribunales internacionales. El ex Presidente César Gaviria lanzó una carta pública pidiendo que se blindaran de manera definitiva las medidas de impunidad, para protegerlas de un eventual desconocimiento posterior por tribunales internacionales o por las mismas cortes nacionales, por ello el Acuerdo incluye también unos mecanismos de blindaje hacia el futuro, no sea que tribunales internacionales o nacionales puedan desconocer lo acordado. Esos blindajes no dejan de ser frágiles y en su análisis se descubre con mayor contundencia la dependencia del derecho respecto a la política y a los vaivenes de los poderes de turno. 

En el momento en que escribo aún no se ha firmado el Acuerdo definitivo, pero ya se piensa que el Combo Amarillo 8 proceso es irreversible y que en pocas semanas se convocará a la ceremonia solemne de la firma. Se ha concertado ya un calendario de entrega de las armas a las Naciones Unidas y de concentración provisional de los guerrilleros en 23 zonas rurales mientras comienzan a implementarse los diversos puntos de los acuerdos. Como lo reconoce el cerebro de las negociaciones de parte del gobierno, lo que se firmará no es propiamente la paz sino un cese de fuego. La paz habrá que comenzar a construirla, principalmente en las zonas en que la guerra ha sido más intensa. La polarización es muy grande en este momento y muchos opinamos que, mientras no se solucionen las raíces más profundas del conflicto, como son la extrema desigualdad, la concentración de la propiedad de la tierra, la falta de democracia y la criminalidad estatal tendiente a reprimir toda protesta social y a destruir todo movimiento de base que busca modelos alternativos y justos de sociedad, el conflicto se puede reactivar sin que sean previsibles sus consecuencias. Es necesario anotar, que el Acuerdo no se va a firmar, por el momento sino con la guerrilla de las FARC. La otra guerrilla que tiene importancia numérica e histórica: el Ejército de Liberación Nacional, no ha logrado aún llegar a acuerdos mínimos de agenda para iniciar el diálogo con el gobierno, aunque ha dado pasos significativos. 

Javier Giraldo Moreno, S. J. Roma, julio 4 de 2016

miércoles, 31 de agosto de 2016

La tragedia brasileña.

 Por Atilio Boron

Una banda de “malandros”, como canta el incisivo y premonitorio poema de Chico Buarque -“malandro oficial, malandro candidato a malandro federal, malandro con contrato, con corbata y capital”- acaba de consumar, desde su madriguera en el Palacio Legislativo de Brasil, un golpe de estado (mal llamado “blando”) en contra de la legítima y legal presidenta de Brasil Dilma Rousseff.
Y decimos “mal llamado blando” porque como enseña la experiencia de este tipo de crímenes en países como Paraguay y Honduras, lo que invariablemente viene luego de esos derrocamientos es una salvaje represión para erradicar de la faz de la tierra cualquier tentativa de reconstrucción democrática.

El tridente de la reacción: jueces, parlamentarios y medios de comunicación, todos corruptos hasta la médula, puso en marcha un proceso pseudo legal y claramente ilegítimo mediante el cual la democracia en Brasil, con sus deficiencias como cualquier otra, fue reemplazada por una descarada plutocracia animada por el sólo propósito de revertir el proceso iniciado en el 2002 con la elección de Luiz Inacio “Lula” da Silva a la presidencia.

La voz de orden es retornar a la normalidad brasileña y poner a cada cual en su sitio: el “povao” admitiendo sin chistar su opresión y exclusión, y los ricos disfrutando de sus riquezas y privilegios sin temores a un desborde “populista” desde el Planalto.

Por supuesto que esta conspiración contó con el apoyo y la bendición de Washington, que desde hacía años venía espiando, con aviesos propósitos, la correspondencia electrónica de Dilma y de distintos funcionarios del estado, además de Petrobras. No sólo eso: este triste episodio brasileño es un capítulo más de la contraofensiva estadounidense para acabar con los procesos progresistas y de izquierda que caracterizaron a varios países de la región desde finales del siglo pasado.

Al inesperado triunfo de la derecha en la Argentina se le agrega ahora el manotazo propinado a la democracia en Brasil y la supresión de cualquier alternativa política en el Perú, donde el electorado tuvo que optar entre dos variantes de la derecha radical.

No está demás recordar que al capitalismo jamás le interesó la democracia: uno de sus principales teóricos, Friedrich von Hayek, decía que aquella era una simple “conveniencia”, admisible en la medida en que no interfiriese con el “libre mercado”, que es la no-negociable necesidad del sistema. Por eso era (y es) ingenuo esperar una “oposición leal” de los capitalistas y sus voceros políticos o intelectuales a un gobierno aún tan moderado como el de Dilma.

De la tragedia brasileña se desprenden muchas lecciones, que deberán ser aprendidas y grabadas a fuego en nuestros países. Menciono apenas unas pocas.

Primero, cualquier concesión a la derecha por parte de gobiernos de izquierda o progresistas sólo sirve para precipitar su ruina. Y el PT desde el mismo gobierno de Lula no cesó de incurrir en este error favoreciendo hasta lo indecible al capital financiero, a ciertos sectores industriales, al agronegocios y a los medios de comunicación más reaccionarios.

Segundo, no olvidar que el proceso político no sólo transcurre por los canales institucionales del estado sino también por “la calle”, el turbulento mundo plebeyo. Y el PT, desde sus primeros años de gobierno, desmovilizó a sus militantes y simpatizantes y los redujo a la simple e inerme condición de base electoral. Cuando la derecha se lanzó a tomar el poder por asalto y Dilma se asomó al balcón del Palacio de Planalto esperando encontrar una multitud en su apoyo apenas si vio un pequeño puñado de descorazonados militantes, incapaces de resistir la violenta ofensiva “institucional” de la derecha.

Tercero, las fuerzas progresistas y de izquierda no pueden caer otra vez en el error de apostar todas sus cartas exclusivamente en el juego democrático. No olvidar que para la derecha la democracia es sólo una opción táctica, fácilmente descartable. Por eso las fuerzas del cambio y la transformación social, ni hablar los sectores radicalmente reformistas o revolucionarios, tienen siempre que tener a mano “un plan B”, para enfrentar a las maniobras de la burguesía y el imperialismo que manejan a su antojo la institucionalidad y las normas del estado capitalista. Y esto supone la organización, movilización y educación política del vasto y heterogéneo conglomerado popular, cosa que el PT no hizo.

Conclusión: cuando se hable de la crisis de la democracia, una obviedad a esta altura de los acontecimientos, hay que señalar a los causantes de esta crisis. A la izquierda siempre se la acusó, con argumentos amañados, de no creer en la democracia. La evidencia histórica demuestra, en cambio, que quien ha cometido una serie de fríos asesinatos a la democracia, en todo el mundo, ha sido la derecha, que siempre se opondrá con todas la armas que estén a su alcance a cualquier proyecto encaminado a crear una buena sociedad y que no se arredrará si para lograrlo tiene que destruir un régimen democrático. Para los que tengan dudas allí están, en fechas recientes, los casos de Honduras, Paraguay, Brasil y, en Europa, Grecia. ¿Quién mató a la democracia en esos países? ¿Quiénes quieren matarla en Venezuela, Bolivia y Ecuador? ¿Quién la mató en Chile en 1973, en Indonesia en 1965, en el Congo Belga en 1961, en Irán en 1953 y en Guatemala en 1954?
Tomado:http://cubaendefensadelahumanidad.blogspot.com.co/2016/08/la-tragedia-brasilena-por-atilio-boron.html

jueves, 11 de agosto de 2016

Las FARC, cuando no sabe para dónde va cualquier camino le sirve


Libardo Sánchez Gómez

Un adagio popular dice que “cuando no sabe para va dónde va cualquier camino  le sirve”, y éste dicho le cae “como anillo al dedo” a las FARC, desde sus inicios su derrotero ha sido  incierto.  La  lucha de clases en medio de formas atrasadas de producción, a nivel urbano  capitalismo dependiente colonial y en el campo semifeudalismo y feudalismo, enmarcaron la aparición de las FARC.  La toma de las armas por parte de Manuel Marulanda, familiares y vecinos, fue una manera obligada, para contener de manera efectiva la violencia de los grandes latifundistas. En  “Quiénes somos y por qué luchamos” (http://www.farc-ep.co/nosotros.html) el secretariado cuenta que los campesinos con las armas defendían “Las colonias agrícolas fundadas por el campesinado desterrado de sus zonas de origen” las cuales  “pasaron a ser consideradas Repúblicas Independientes a las que había que aniquilar”. 

Se  puede decir que las  FARC inicialmente tuvieron   vocación revolucionaria, así lo testimonia  el Secretariado, “…De la agresión iniciada contra las colonias de Marquetalia, el Pato, Riochiquito y El Guayabero nacimos las FARC-EP como respuesta armada que se propone la toma del poder político en el país”. Asunto que con el tiempo, como se verá más adelante,  dejaron de lado.   Para Revolución Obrera. 2016.  (http://www.revolucionobrera.com/secciones/editorial/)  desde los inicios de las FARC  se evidencia “la ausencia de una correcta dirección de clase que hizo que el proceso poco a poco tome distintos rumbos hasta anidar en el reformismo pequeño burgués y éste se mimetice en el discurso seudo marxista”.

Con el paso de los años las FARC se fueron desdibujando como guerrilla revolucionaria, se puede concluir que terminaron  llevando a cabo  una guerra  reivindicatoria por la tierra, lejana a cualquier proceso transformador del sistema de producción vigente.   En  realidad nunca quisieron luchar por el poder.  ¿”El poder para qué”? Ese  parece ser el dilema de algunos líderes políticos colombianos.  Y la  defensa de la tierra no iba más allá de evitar el despojo.  Por eso, al final de las negociaciones con el Gobierno,   la estructura de  tenencia de la tierra en vez de haber avanzado hacia la democratización profundizó, aún más, su concentración en un puñado de individuos y empresas. Durante los diálogos, en sus propias narices, el presidente Santos hizo aprobar la ley ZIDRES, y las FARC ni se fruncieron. Esa actitud desafiante de la oligarquía  hubiese sido suficiente para haberse levantado de la Mesa. Cualquiera podría pensar que las FARC, con esa actitud autista, estaba traicionando su causa y   su pueblo, pero no, nada de eso, pues hay que tener  en cuenta que su esencia no es ni ha sido  transformadora, sino simplemente  maquilladora del modelo. Recientemente Timochenko despejó cualquier duda al respecto:  “…Este no es un proceso que va encaminado contra el empresariado. Este no es un proceso que va encaminado a tumbar el Estado colombiano, es un proceso que está tratando de generar las condiciones para que en Colombia se produzcan transformaciones para que nos dejemos de matar por las ideas que cada uno defienda”. En otro aparte agrega: “…nosotros lo que queremos es una Colombia que se desarrolle. Que se desarrollen las fuerzas productivas. Necesitamos rescatar la industria nacional, que rescatemos las riquezas…”. ¿Cómo llamar una guerra de cinco décadas que no se hace para tomar el poder? ¿Y riquezas para quién? Se sabe que en un mundo capitalista (y salvaje como en  el que los reinsertos van a vivir)   las riquezas, necesariamente, van a dar a manos de quienes poseen la tierra y el capital.  Eso no es ser revolucionario y menos marxista leninista.

Las  FARC no entendieron que la paz sólo  se logra eliminando por la fuerza las relaciones de producción que generan explotación, violencia, miseria, hambre y dolor. No se puede entender cómo las grandes campañas militares emprendidas por las FARC nunca hayan apuntado a  destruir  el viejo Poder, para construir uno nuevo más afable con el hombre y el medio ambiente.  Las demostraciones de poderío militar no iban más allá  de la construcción de mecanismos  de presión,  para obligar a la oligarquía a sentarse a conversar  con la comandancia ciertas condiciones de favorabilidad para su reinserción al establecimiento.

 Es difícil explicar cómo las FARC  terminan claudicando  de una manera   nunca  vista  en un proceso de  reincorporación a la legalidad burguesa de rebeldes armados; ni siquiera en el caso del M-19, una guerrilla derrotada y, también, sin una línea revolucionaria definida, pero por lo menos este grupo   armado logró presionar una Asamblea Constituyente.   A pesar del  innegable compromiso social el objetivo principal fariano se ha centrado en la llamada solución política al conflicto social y político. El Secretariado lo confirma, “…Hemos promovido luchas sociales y políticas en defensa de los intereses populares y hemos buscado en múltiples ocasiones llegar a acuerdos de paz que pongan fin al largo desangre que azota a nuestro país”.  Así que cuando  las FARC   encuentran  el espacio ideal, que venían buscando   para dar por terminada la lucha armada,   deciden   desarmarse de manera irrevocable.  Juan Manuel Santos, sabiendo que nada le costaría a la oligarquía,  les brinda en bandeja de plata el espacio que andaban buscando. Este proceso, a diferencia de los anteriores intentos de reinserción a la “vida civil”, se hizo posible gracias a que fue más aséptico desde el punto de vista de la participación ciudadana, la cual fue apenas marginal.  El régimen fue más cuidadoso en evitar que se contaminara con la presencia de la llamada sociedad civil. El proceso del Caguán con Pastrana se vino a pique  debido a que  se convirtió en una tarima donde los más diversos grupos sociales ventilaban sus angustiantes problemáticas, las cuales exigían profundas transformaciones al oprobioso modelo socioeconómico vigente.  El  proceso actual es tan exigente en la exclusión de la participación ciudadana   que los guerrilleros tienen prohibido tener contacto directo con las personas que habitan en sus zonas de influencia, y no por temor a que la guerrilla les ”lave el cerebro” sino, por el contrario, para que los campesinos no   recriminen a la guerrilla por abandonar  la lucha a cambio de nada.

Los acuerdos alcanzados  parecen, apenas, arandelas al hecho de fondo que es el desarme y la reinserción de los rebeldes. El     plebiscito para refrendar los acuerdos que llevan al desarme y entrega de los guerrilleros, se convirtió en un seudo pugilato político entre el ex presidente Álvaro Uribe Vélez a la cabeza de la oligarquía terrateniente, empresarios agrarios, mafiosos y sus ejércitos mercenarios y Juan Manuel Santos en representación de los intereses del imperio, la oligarquía financiera y el capital corporativo transnacional. Al final de cuentas,  a las FARC les debe dar  lo mismo que se apruebe o rechace dicho plebiscito, la decisión de entregarse ya nada la podrá hacer cambiar. Un vocero dijo irónicamente que si no se aprueba el plebiscito “ …se hará lo que propone Uribe”, y así va  a ser.  Cualquiera diría que es suicida o, por lo menos, incomprensible que la guerrilla concentre sus hombres en  pequeñas áreas y el propio Régimen sea quien le eche cerrojo a las armas, para luego   someterse a un incierto plebiscito. En estas condiciones al mismo Juan Manuel Santos le conviene que dicho plebiscito no sea aprobado, así no tendrá  que cumplir nada de lo acordado, como es su costumbre,  las FARC confinadas ya nada podrán hacer.

Sí bien no se puede hablar de traición de las FARC, pues han sido fieles a su concepción reivindicatoria y  reformista inicial, sí hay mucha gente desilusionada, francamente defraudada. Entre los desilusionados están en primer lugar sus bases y la gente de su entorno. Su  discurso mimetizado en el marxismo leninismo logró calar en  buena parte de la intelectualidad de izquierda, sectores proletarios y en la propia base guerrillera. Entre los sorprendidos está el suscrito. En julio de 2103 escribí el artículo titulado “Acuerdos en La Habana, van mis restos” (http://libsang-elviajeroysusombra.blogspot.com.co/2013/07/acuerdos-en-la-habana-van-mis-restos.html)  en este escrito apostaba una semana de ayuno convencido de ganar ya que la entrega de las FARC era un imposible. En aquel entonces expresé:  “Como premisa fundamental partí del hecho de que la FARC es un movimiento de orientación marxista leninista- y me dije -sí así es- ellos más que nadie saben que las transformaciones sociales únicamente son posibles gracias a revoluciones  violentas, más  en Colombia donde a los reales opositores se les elimina físicamente”.  Así que tendré una larguísima semana, con las “tripas pegadas al espinazo”, por haber creído, como muchos, en la orientación revolucionaria de las FARC.

¿Las FARC llegaron  al final de su camino?  Parece que no.   Su  paso por el  marxismo les llevó a crear   el Partido Comunista Clandestino y a conformar  cuadros con alto grado de  conciencia social y política al interior del grupo insurgente. Muchos  de los reinsertos   no van a poder  ni querrán  virar su discurso revolucionario marxista leninista hacia uno liberal reformador socialdemócrata. Y se  rumora que un grueso número de rebeldes de la base no irán a los sitios de concentración.  



miércoles, 27 de julio de 2016

Ego y poder

Por D. Nelma Forero Sánchez*


Reza un dicho popular que: “las sedes de  los políticos de izquierda, para que quepan sus líderes,  necesitan ser más altas   que las iglesias donde habita el altísimo”. El  ego de los   izquierdistas antiguos y nuevos, en estos momentos de reconciliación con la  oligarquía,  están muy henchidos; los acomodados  y los por acomodar están que no se cambian por nadie, gracias a que  ya no serán estigmatizados como “enemigos internos”, aunque quien sabe que tan cierto sea esto, pues   la oligarquía no perdona ni olvida.

Nadie puede atreverse a disentir de los antiguos y nuevos izquierdistas  porque la estigmatización y humillación están siempre presentes, incluso recurren  a la clase dominante para que repriman  a quienes les incomodan.

Veamos un ejemplo de lo antes dicho, Le Monde Diplomatique  promovió un encuentro en Bogotá el 14 de julio del presente año, para analizar   “el blindaje de los acuerdos de La Habana”, en este foro  intervinieron el ex magistrado Jaime Araujo, el Dr. Bernardo Díaz y el politólogo Horacio Duque.   El politólogo Horacio Duque, columnista del estigmatizado y victimizado medio alternativo Agencia de Noticias para una Nueva Colombia ANNCOL, se vino lanza en ristre contra Jaime Araujo y “Walter”  Pérez, asistente al debate, con expresiones violentas, más dañinas que las que hubiera podido emplear cualquier columnista de derecha.  Ilustró, torticeramente, su publicación en ANNCOl con la foto de un Pariente de Araujo, por cierto  afecto a Álvaro Uribe Vélez, pero hubiese podido colocar también la foto de otro pariente de Araujo, Simón Trinidad, hoy detenido en las mazmorras del Imperio; pero no, cuando se trata de humillar se debe hacer con saña. Dice Horacio Duque: “…Araujo un pintoresco personaje de provincia cesarense”, pareciera  que Duque no es provinciano, y que perteneciera  a las familias de la señoras de la 85, pero parece que también es provinciano, pues sus arraigos están en Armenia.  Y refiriéndose a uno de los asistentes expresa Duque: “…Perez es una especie de lumpenesco sicario verbal.” Vaya expresiones de un individuo que lucha por una  sociedad  más igualitaria y quien, también, fue víctima del régimen, que  lo señaló como:  “narcoterrorista de las FARC”. La revista    Semana  en aquel entonces tituló: “comienza el destape de la farc-política”; y  cuando   detuvieron a Duque éste gritaba: fui asesor de la campaña presidencial de Serpa”, como era de esperarse, Serpa lo desconoció tres veces. Contrario de lo esperado de esa victimización Duque aprendió una  lección, y bien aprendida: cuando se tiene el poder hay que “aplastar” al contradictor.

ANNCOL incontables  veces ha sido  hackeado y cerrado, habiendo tenido que cambiar de dominio web, hasta   quedar como anncol.eu. El dominio web inicial fue robado, quien  hoy ingrese al portal anncol.co se encuentra  con una página reaccionaria.  El  director de ANNCOL Joaquín Pérez, exiliado mucho tiempo luego de ser entregado por Hugo Chávez a la oligarquía colombiana, estuvo varios años en las mazmorras del régimen. El  subdirector Dick Emanuelson también fue victimizado. ANNCOL surge como un medio de comunicación alternativo,  durante mucho tiempo ha sido uno de los pocos  medios por el cual se puede conocer la realidad social, política y económica de Colombia.  Pero  últimamente su esencia ha venido   cambiando, desde que las FARC toman la decisión de acabarse como grupo alzado en armas, el ego de los directivos y columnistas se ha venido elevando hasta ponerse a la misma  altura  de la clase dominante, con la que hoy comparten manteles, tal vez siguiendo  las huellas del comandante  Timochenko quien dijo,  “…ahora somos aliados”.

De otro lado, ante las opiniones de los antiguos amigos que disienten de los acuerdos entre Gobierno y  FARC, vaya lo que se ha escuchado; el guerrillero Gabriel Ángel   tilda de “ultraizquierdistas” a cualquier contradictor, el médico Alberto  Sánchez Pinzón, columnista de ANNCOl, para referirse a los mismos, acuñó el término  de “hipermarxistas”.  Y  No falta el que dice que “son  enemigos de la paz al mejor estilo de los uribistas”.


Cuando se iniciaron los diálogos, la columnista lumpen proletaria  pro -oligarca María Isabel Rueda escribió en El Tiempo el artículo:   “Nos las están montando”,  en él aconsejaba: “quítenle los micrófonos a las FARC”, le pregunté (respuesta que fue publicada en ANNCOL)   ¿Esa es la libertad de expresión que tanto profesa? Ahora a los llamados “ultraizquierdistas e híper marxistas”, quienes siempre hemos defendido a las FARC, a ANNCOL y al mismo Joaquín Pérez,  somos víctimas de censura por parte de ANNCOL. Ya  sabemos qué esperar a futuro de la nueva “izquierda” aliada de la clase dominante.      No obstante, esperemos que en Colombia no ocurra lo mismo que en El Salvador donde los reinsertados se aliaron a la clase dominante, para fusilar a los “marxistas-leninistas”. En  Colombia ya se vio algo parecido, algunos reinsertados del EPL se pasaron a las filas del  paramilitarismo para combatir a los guerrilleros de las FARC y el ELN.   Será premonitorio la solicitud expresa de Horacio Duque, refiriéndose a las opiniones del ex magistrado Jaime Araujo y Sebastián Pérez:   “Debe tomar nota el gobierno de este descontrolado coletazo de fuerzas oscuras que amenazan prematuramente la convivencia, por su manifiesta agresividad.”

*Docente Universitaria. Líder social.


domingo, 24 de julio de 2016

Las bases de las FARC, del paraíso al infierno del que huyeron


Libardo Sánchez Gómez*

Ad portas de la entrega de armas y reinserción  de  las FARC ha venido quedando al  desnudo la metamorfosis conceptual de su cúpula negociadora.  Abiertamente renuncian a la revolución, en el futuro serán   evolucionistas,  y dejarán de lado  la combinación de las formas de lucha, un axioma marxista para transformar el modelo de producción capitalista, con votos esperan retocar   la cara salvaje del capitalismo.    De  ahora en adelante lo intentarán    a través de las urnas, solo que, lamentablemente,  el parlamento es el sitio menos adecuado para lograr transformación social alguna. Eduardo Galeano dijo que “si el voto sirviera para algo la oligarquía ya nos lo hubiese prohibido”. Pero los dirigentes sueñan con  llegar a  ser políticos exitosos, arrolladores en la plaza pública,  políticos victoriosos; en palabras de Gabriel Ángel,   el buen político es “aquel que consigue un número aplastante de seguidores”.  Claramente sus utopías serán otras, de ahora en adelante, para acabar con la pobreza lo harán “creando riqueza”.  Este ideal no está lejos de lo expresado por Jorge Majfud,  “Quizás por naturaleza los humanos siempre tratamos de proteger nuestro optimismo, por poco que sea, negando la realidad y negando las consecuencias negativas de nuestras acciones en nombre del progreso y de la supuesta felicidad de ser ricos, que se sostiene sobre todo por el hecho de que por norma general es una aspiración perpetua, es decir, una utopía individual, renacentista” (Los universos paralelos. Resumen de la ponencia en Naciones Unidas. 26 de mayo 2016)

Los amigos de los nuevos farianos serán otros, parafraseando a Neruda, “nosotros los de entonces, ya no seremos los mismos”, ni ellos tampoco.  Sus amigos no seremos los revolucionarios, pues para su gusto somos unos  radicales “ultraizquierdistas”.   Al respecto el revolucionario e intelectual Isa Conde dice en su respuesta al camarada, espero que el término no le ofenda, Gabriel Ángel, reconocido analista y vocero de las FARC,  “…Gabriel Ángel, por demás, conociéndonos, ha recurrido a un ataque desconsiderado. Apeló sin rubor a la descalificación, a la estigmatización y al maltrato sin fundamento de quienes asumimos sin vacilación la condición de aliados estratégicos de las FARC en la lucha por la Patria Grande y del socialismo  de cara a aquellas izquierdas, que al renunciar a la revolución y abrazar diferentes variantes del reformismo y de las corrientes posibilistas (incluido el social pendejismo) se empeñaron en excluirnos de sus foros”.

Son muchas las justificaciones esgrimidas por la cúpula fariana para abandonar las armas, entre otras,   “el clamor del pueblo”, seguramente será el clamor de la “izquierda progresista” a quien la existencia de las guerrillas daña su imagen de izquierdistas buenos, y    por la imposibilidad de derrotar a la oligarquía (¿derrotismo?) Dice Gabriel Ángel en su análisis, “Podrá decirse todo cuanto se quiera del odiado imperialismo y la malvada burguesía, pero mientras cuenten con la aquiescencia de unas mayorías que, por la razón que sea, prefieran acogerse a su sombra en lugar de combatirlos, por fuerte que griten los rebeldes o por ruidosos que sean sus disparos, será imposible vencerlos” (Las vías para la revolución y el socialismo aún siguen siendo exploradas.  La Pluma de Gabriel Ángel. Julio 2016)  Da entender el analista fariano que cinco décadas de resistencia no tuvieron sentido. Olvida la cúpula que las condiciones de asimetría de la guerra contra el Estado desde cuando Manuel Marulanda empuñó la escopeta eran peor que las de ahora, y miren hasta dónde llegaron ocho campesinos, hoy se dice que hay activos más de ocho mil combatientes bien armados, con retaguardias casi inexpugnables.  También, dice Gabriel Ángel que el triunfo de David sobre Goliat es puro cuento, ya ni siquiera es una utopía.  Pero, también, olvida que en todos los enfrentamientos David ha salido victorioso, Corea del Norte, Cuba, Vietnam, entre otros, así lo demuestran.  Y se nota en la cúpula de las FARC afán desmedido por concluir las negociaciones, el tiempo por el que comienzan a transitar hacia su nuevo mundo es raudo y tenso   contrario al relajado de la   guerra de guerrillas. Aquel era otro, los segundos no eran rápidos ni lentos, apenas eran, y el futuro, como en la cosmogonía de nuestros indígenas,  el tiempo no iba  hacia adelante.  Para nuestros aborígenes amazónicos el futuro va en la espalda, en el recuerdo, en la memoria. En las guerras de liberación el  tiempo no cuenta solo la historia. Y los cincuenta y dos años de historia, por cierto victoriosa, de las FARC no son nada. Tal vez, para la victoria final, se  requieran otros cincuenta años, y tampoco son nada.

La  cúpula afirma  que “Las FARC nos transformaremos en un movimiento político legal, conservando nuestra cohesión y unidad históricas, con todo el propósito de trabajar de manera amplia con las masas de inconformes en Colombia, por el cumplimiento de todo lo acordado en la Mesa de Conversaciones y al mismo tiempo por su profundización. No hemos abandonado ni abandonaremos nuestras convicciones ideológicas y políticas por la revolución y el socialismo”, buenas intenciones, pero  se avizora una realidad distinta. Pero será casi imposible conservar  la anhelada “cohesión y unidad histórica”,  pues tan pronto firmen los acuerdos cada uno tendrá que coger su propio camino. Y así será simplemente porque aceptan reintegrarse a una realidad social,  política y cultural ya construida, es decir, al viejo statu quo inequitativo y excluyente sin modificación alguna. Según Isa Conde, “un Estado, por demás, intacto en sus estructuras y vocación criminal-represiva, bajo tutela e intervenido por un imperialismo pentagonizado en mayor grado que antes”. La unidad y cohesión, tampoco, serán posibles, pues como parte de un todo  cada guerrero recibía  sustento, protección e, incluso, educación _sobre todo política_  Los campamentos eran el paraíso  proveedor de bienes. Nada  de eso en adelante podrá ser. Del paraíso saldrán, por voluntad de  la todopoderosa cúpula, hacia el mundo de los mortales.  Algunos ex combatientes encontrarán    trabajo, pero la gran mayoría tendrá que subsistir como lo hacen  sus familias, es decir, de milagro. En ninguna parte del mundo ningún partido o movimiento político puede mantener a todos sus miembros y/o adeptos.  Pero peor, aún, es lo que tiene que ver con la seguridad de los reinsertados, todo mundo sabe que sin armas serán presa fácil de  los ejércitos de los terratenientes y empresarios del campo. El anhelo de convertirse en “movimiento político legal” será traumático. Los farianos con armas o sin ellas serán considerados “el enemigo interno”. Esa es una concepción que trasciende los ámbitos domésticos, pues es impuesta por el imperio a todo el mundo. No olvidar que el cuerpo militar  está para hacer cumplir  los ucases imperiales, y éste sigue intacto  en número y talante.  

La cúpula ha transmitido, no dudamos de su buena fe,   a las bases una visión demasiado optimista y distante    de la  realidad acerca de las bondades de los acuerdos pactados con el Gobierno. Claro que esa óptica incierta ha sido captada por  muchos de sus miembros lo que ha llevado a que la unidad no sea tan monolítica como se cree.  Una  cosa piensa la cúpula y otra buena parte de las bases guerreras.    Es sabido que algunos frentes se han apartado de dichos acuerdos y no se reinsertarán. Un ejemplo, que nos da una idea precisa sobre el horizonte variopinto de la visión que existe entre  las bases y la cúpula,  lo encontramos en la entrevista realizada por María Jimena Duzán a un grupo de  guerrilleros del Bloque Oriental de las FARC.  Pregunta  la periodista aun joven guerrillero, ¿“usted que va hacer una vez se desmovilice”? Y el guerrillero lleno de dudas le contesta, “estaré listo para hacer  lo que la organización decida…”.  El guerrero, en su    imaginario   de luchador comprometido, deja entrever que está  convencido que apenas habrá un pequeño cambio en el escenario. Él no cree que la obra ya terminó.  La periodista le pregunta a una guerrillera, también, muy joven, palabras más palabras menos, ¿cómo se imagina que se sentirá cuando se reúna con su familia? La guerrillera presa  de  angustia contesta, “para mí algo que no puedo definir”, y a renglón seguida   expresa, que “sentirá mucha alegría, pero también tristeza”, pues sus padres están lejos del paraíso en que ella vive en un mundo plagado de hambre y miseria, en el que en adelante le tocará ir a sobrevivir.   Luego entrevista al comandante “Mauricio el Médico”, la periodista indaga acerca de cómo será en adelante el trabajo político, el comandante le expresa, ”...nosotros somos marxistas, tenemos una idea clara de para dónde vamos”.  Entonces, María Jimena les hace ver a los guerrilleros allí presentes, que la cúpula guerrillera en La Habana maneja otro discurso, en ese momento otro guerrillero irrumpe en la escena y acota, “… lo que pasa es que ellos  emplean otro lenguaje, pero todos somos lo mismo…”. Después de escuchar las opiniones de los guerrilleros de aquel Frente, los cuales invariablemente ingresaron a las filas insurgentes, como es el caso de la mayoría, debido a la violencia y miseria vividas en su entorno, nos sobrecoge una enorme desazón porque  a  los  indomables luchadores por la libertad y la dignidad les tocará volver al  infierno del que algún día salieron.

*Catedrático universitario.