Libardo Sánchez Gómez
Colombia, como neocolonia del capital transnacional
encabezado por EEUU, produce pocas noticias de relevancia mundial, destacándose
solamente la misma crisis civilizatoria,
financiera y económica que padece el imperialismo mundial.
Para entender los sucesos que, de
una u otra manera, han incidido en el diario vivir de la sociedad colombiana durante el 2014 es
preciso pensar el “quien soy”, qué quiero y el cómo, colectivo. Para iniciar digamos que la sociedad
colombiana es una colectividad fracturada
en múltiples fragmentos antagónicos, la mayoría de los sectores populares se han
sometido mansamente a las clases poderosas; y poco
se sabe del puerto al que se navega. El poder lo viene ejerciendo una clase al interior groseramente dominante
y externamente incomprensiblemente sometida e, incluso, mendicante respecto del
capital transnacional, y que ha convertido a Colombia en una neocolonia del
imperio USA. Es el imperio quien toma las
decisiones de grueso calibre tanto en
materia política como económica. Por
otro lado difícilmente se mantiene a
flote una izquierda light perfectamente adiestrada
por la burguesía y los políticos electoreros; pero, afortunadamente, existe un segmento que viene haciendo
resistencia, incluso, armada, nutrido por amplios sectores urbanos y
rurales, opuestos al sometimiento y entrega de los recursos naturales al
capital transnacional.
Un hecho que merece ser destacado durante el 2014, y que ha terminado
polarizando la sociedad colombiana, está
representado por las conversaciones que mantienen la guerrilla de las FARC_EP y
el Gobierno, con miras a ponerle fin al conflicto armado de más de medio
siglo. Dichas conversaciones nacieron dentro
de los proyectos estratégicos de la clase dominante transnacional para seguir
siendo clase dominante, de la necesidad
de poder realizar sus actividades sin la
zozobra a la que le somete diariamente los insurgentes armados y, al interior, fue
ideada por el presidente Juan Manuel Santos para apuntalar su reelección. Las partes pactaron no
tocar temas como la salud, la
educación, la propiedad sobre latifundios, la estructura militar; en fin, las
superestructuras aparejadas al modelo de producción capitalista dependiente, como
la normatividad jurídica y política; nada que pueda afectar los privilegios de
la clase dominante. A los
insurgentes se les ofrece algunas curules en el parlamento, no cárcel y algo
de dinero para mantener por cierto tiempo a los excombatientes. No obstante, lo
insubstancial del ofrecimiento a la guerrilla un amplio sector de la población, de corte mafioso, encabezado
por el hoy senador y expresidente Álvaro Uribe Vélez, otrora signado como el
extraditable No. 82 de la DEA, mantiene el discurso de la guerra, oponiéndose a
cualquier acuerdo. Desde luego, si la guerrilla acepta las condiciones en que aceptó
negociar, las que quiere e impone el imperio, así se oponga Uribe y sus huestes
militaristas se firmará la mal llamada “paz”.
Algo que puede dar al traste con
las pretensiones de sometimiento de las guerrillas a cambio de nada, es que Imperio
y gobierno iniciaron conversaciones,
partiendo de un diagnóstico equivocado sobre la capacidad militar y política de
Las FARC-EP, basados en ilusorios informes de inteligencia militar, la cual
precisamente ha demostrado ser poco
inteligente, que sostienen que las FARC-EP están anémicas militar, financiera y
políticamente. Que sus partes de guerra
no son más que “los últimos coletazos del monstruo” de que tanto habla el
presidente. Pero la guerrilla con el
transcurrir del tiempo ha demostrado una fortaleza inusual. El mejor
indicador de la buena salud de la
FARC-EP es la retención del “tintan” general Alzate, mostrando capacidad para
retenerlo, así se hubiese metido solo en
la madriguera, y para mantenerlo a salvo. El general salió del cautiverio en la jungla chocoana en medio
de una poderosa escolta guerrillera, demostrando su agradecimiento por haberlo
protegido de las bombas de sus propias fuerzas con un caluroso
abrazo al comandante Alape.
Mientras en La Habana se busca hacer “la paz” en
Colombia el régimen continúa haciendo pilatunas, que van en contravía de lo que
se pretende. Como el vasallo más obediente del imperio firmó un acuerdo de cooperación
con la OTAN, con ello los gringos quieren poner su bota en el cuello de los gobiernos
díscolos de América, comenzando por Venezuela.
Dentro del país se sigue fortaleciendo el paramilitarismo, asesinando
líderes opositores. Y no para de firmar
asimétricos TLCs a diestra y siniestra
con los cuales sigue destruyendo importantes sectores productivos.
El pueblo, en general, no cree
que de La Habana salga un acuerdo que,
mínimamente, cambie la situación de dominación, terrorismo de estado,
desplazamiento campesino y robo de tierras, discriminación y pobreza
ancestrales. Ante la reciente creación del Frente Amplio por la Paz, en apoyo a
las conversaciones de La Habana, se anunció por parte del neoparamilitarismo
(creación del propio Estado) que no se permitirá su presencia en departamentos
como Cundinamarca. Se
supone que las reformas sociales y políticas, que beneficie las amplias mayorías, se llevarán a cabo
después que se firme “la Paz”; es claro que si con la presión de las armas no
se ha logrado mucho qué será sin ellas. La
misma insurgencia por todos los medios vienen diciendo que no se dejará meter
los dedos a la boca y que no habrá firma de acuerdos definitivos hasta tanto no
se produzcan cambios estructurales. Todo
indica que la paz con justicia social, reclamada por los sectores populares y
la propia insurgencia, serán en adelante un nudo gordiano imposible de desatar
en las conversaciones en La Habana.
Lo cierto es que el pueblo debe
seguir movilizándose en carreteras y
plazas para que, incluso, en La Habana
se logren verdaderos acuerdos de paz,
que impliquen cambios sustanciales al
modelo de producción. Y si de La Habana
no sale nada, lo más probable así haya desmovilización y dejación de armas por
parte de la guerrilla, la resistencia debe intensificarse. Habrá que tener siempre en mente lo expresado por Dick Emanuelsson, ANNCOL. 2014, “Las
luchas por la tierra y por una reforma agraria han sido largas y sangrientas.
El año pasado, cuando el pueblo se levantó en los paros agrarios de arroz, café
y una múltiple variedad de huelgas y paros en diferentes gremios que reclamaron
sus derechos, la respuesta del gobierno y de los grupos paramilitares, fue
sangrienta”.
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