Libardo
Sánchez Gómez
La socialdemocracia tutorada por
el neoliberalismo ha demostrado durante largas décadas a lo largo y ancho del
planeta que es una manera fallida para
otorgar bienestar a la humanidad; mientras
un puñado de individuos acumulan y gozan de todo tipo de privilegios millones
de humanos amanecen y anochecen con el estómago vacío; es diciente que en el
imperio USA, capital mundial del capitalismo, alrededor de ochenta millones de hombres
y mujeres ( el doble de los habitantes de Colombia) sobrevivan al “sueño
americano” en calles y alcantarillas en medio de la pobreza e indigencia gracias a un despreciativo asistencialismo.
Es imperioso encontrar un modo de
producción que haga posible un mínimo grado de bienestar para la mayoría de hombres y mujeres. Esto
significa, en primer lugar, que hay que
desmontar el statu quo burgués
mundial actual sustentado en la fallida socialdemocracia y, en segundo lugar,
se debe avanzar hacia el socialismo. Pero desmontar el estado burgués globalizado es una utopía
tan neblinosa como la de lograr un estado igualitario universal; no obstante, el
esfuerzo decidido de hombres y mujeres de todos las naciones podrán hacer
realidad uno y otro anhelo; a quienes
han asumido esta tarea se les distingue como idealistas de izquierda. Existe una gama de izquierdas conformadas por “intelectuales posmodernos, relativistas
culturales y nuevos filósofos” (Carlo Frabetti. Conciencia de clase. 2013)
Destaca “la izquierda democrática” la cual inscribe en sus filas a los capitalistas
keynnesianos, que propician una mayor participación del estado; una variante de la anterior corresponde a la
izquierda progresista, dice buscar el socialismo del siglo XXI; no
hay que dejar de lado que estas vertientes creen que es posible optimizar la socialdemocracia.
Y existe la izquierda revolucionaria, que
busca avanzar hacia el socialismo; ésta sustenta sus bases conceptuales e ideológicas
en el materialismo científico.
Las transformaciones sociales, que pongan capítulo
final a la socialdemocracia y al antropocentrismo y conduzcan hacia formas más amigables con el hombre y el
mismo medio ambiente, difícilmente se
comprenden sin Marx y la dialéctica materialista como no se entiende la evolución de la vida y
los ecosistemas sin Darwin y el papel del ADN. Muchos líderes progresistas y/o
formadores de opinión se jactan de no haber leído a Marx; su visión
“adialéctica” les aleja de la realidad y
los lleva a creer que la lucha de clases y la combinación de las formas de
lucha son asuntos del pasado y que, en todo caso, los avances sociales se pueden llevar a cabo
mediante una simple “transición democrática”. También, los izquierdistas sin Marx, creen
ingenuamente que el capitalismo (hoy neoliberalismo globalizado) puede tener
rostro humano y que el “el sueño americano, europeo o asiático” está a la vuelta de la
esquina. De la misma manera, están
convencidos que es factible la alianza entre la oligarquía y los trabajadores; no perciben, o ignoran intencionalmente, que el “descomunal
enriquecimiento de unos pocos es la causa directa del empobrecimiento de muchos”.
Y mientras estos “izquierdistas democráticos” niegan
el antagonismo de clases los poderosos (1% de la población mundial, dueños de multinacionales,
bancos y políticos a sueldo) saquean al resto de la humanidad (99%) y combinan todas las formas de disputa social (mediáticas, manipulación mental, educación, paramilitarismo, etc.) para mantener
su dominio universal. Y escapa a estos
izquierdistas que es el modo de
producción quien determina cómo será el hábitat que nos rodea e,
igualmente, ubica a cada hombre y mujer en un nicho (pobre o rico) específico dentro de la sociedad. El hombre de
hoy está atrapado como mosca, sin posibilidad de escapar, en la telaraña de superestructuras religiosas,
culturales y jurídicas que ha tejido el
capital a nivel global, y no será rezando como podrá romper
los hilos de la dominación sino luchando como gato patas arriba,
combinando las pocas herramientas de
lucha que estén a su alcance.
La inconsistencia ideológica de los líderes
llamados de izquierda hace pensar a la gente del común que derecha e
izquierda son lo mismo. Pues aceptan puestos en todos los niveles del gobierno,
sirviendo para maquillar el rostro malvado de la burguesía, como vicepresidentes,
ministros, etc. Muchas de las decisiones gubernamentales en los distintos “estados progresistas” corresponden
a simples medidas de manejo fiscal y monetario propias de cualquier país
capitalista, eso sí, superadas en asistencialismo, conllevando más “retraso político e ideológico de la
inmensa mayoría de los trabajadores”; eso explica, en palabras de Guillermo Almeyra (¿Hasta
dónde son "progresistas" los gobiernos progresistas? 2014 ) que “Nicolás Maduro, en Venezuela, no logra ni la estabilización económica
ni la política y Rafael Correa debe ceder al FMI y enfrentar una oposición de
los movimientos indígenas, sindicales y ecologistas mientras la derecha clásica
conserva el control de las clases medias de las grandes ciudades y hasta en
Uruguay el Frente Amplio podría perder su mayoría”. Se pregunta el mismo
Almeyra “¿Serían progresistas porque
tienen una política desarrollista, con elementos de estatalismo y distribucionismo,
pero que no escapa al neoliberalismo y sirve fundamentalmente a las grandes
transnacionales, a costa de los trabajadores?”
Todo indica que las “izquierdas no revolucionarias” no están
interesadas en desmontar el estado burgués, conciben la dinámica social simplemente como la modernización del aparato de
dominación de la burguesía. Dichas izquierdas, habiendo sido amaestradas por la
burguesía, han desembocado en el
acomodamiento burocrático y electoral. Hay ejemplos desafortunados que ilustran
esta situación, en plena campaña
presidencial la dirigente de la Unión Patriótica Aída Abella, fórmula vicepresidencial de Clara López, quien
se supone preside un partido de izquierda revolucionaria de carácter marxista leninista, manifestó que
a Ella le “gusta el capitalismo” y
que lo que “hay son malos gobernantes”.
¿Y si la sal se corrompe…? La propia Clara López luego de la primera vuelta se
convirtió en ferviente agitadora de la campaña del candidato presidente Juan
Manuel Santos. La disculpa de la jefa del POLO DEMOCRÁTICO, partido por esencia
socialdemócrata, como de toda la “izquierda desclasada”, era que se trataba de
un “sapo que debían tragar” por “la paz”
que se negocia en La Habana, ignorando que la paz “santista” no va más allá del
ofrecimiento a los insurgentes de dinero y curules a cambio de frenar su
lucha y entregar las armas. Claro que
CLARA, de paso, aseguró el apoyo de la
oligarquía bogotana a su próxima candidatura a la alcaldía de Bogotá. Otro que
cosechó frutos con el “sapo de la paz” fue
el progresismo del alcalde Petro, pues luego del declarar su apoyo a la campaña
de Juan Manuel cesaron los zarpazos de oso del procurador Ordoñez y el Consejo
de Estado enfundó la espada de Damocles, con la que amenazaba constantemente al burgomaestre.
En todo caso, la responsabilidad ineludible de
los hombres con conciencia de clase está
en hacer avanzar el mundo, lo dice Marx:
“Los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo de diferentes modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”
(MARX, Tesis sobre Feuerbach) Luego de algo más de medio siglo de exitosa resistencia
armada contra el estado burgués, con la que se ha buscado transformar el statu
quo burgués basado en la inequidad, pobreza y violencia estatal, gracias a la masa crítica fermentada por la “izquierda sin identidad de clase”, dicha resistencia está
por terminar, los guerreros de la FARC y
el ELN están a punto de dejar las armas, para entrar en el juego de la lucha
política dentro de las condiciones impuestas por el estado burgués. Parece que
la burguesía va a lograr en la “Mesa de
sometimiento de La Habana” lo que no pudo en el campo de batalla.
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