Libardo
Sánchez Gómez
Un sutil manto de
indiferencia se extiende sobre la mesa de conversaciones entre FARC-EP y Gobierno en La Habana. A medida que pasan
los días Colombia entera se va
olvidando que fuera del país se intenta poner fin al levantamiento armado de
más de medio siglo. Y como el
teatro de la guerra no está localizado en la ciudad el grueso de los citadinos
no entiende de qué guerra se conversa en La Habana. La zozobra que antaño afectaba directamente a los
sectores poderosos (explotadores - saqueadores) del campo ha venido
desapareciendo, pero para minifundistas y campesinos sin tierra el terror,
traducido en asesinatos, desplazamiento y violaciones de campesinas, viene in crescendo. Lo que le pase a los campesinos pobres a muy
pocos importa. Los latifundistas dejaron de preocuparse desde el momento en que
las FARC suspendieron el impuesto de guerra a los terratenientes con patrimonios superiores
a mil millones de pesos y se comprometieron
a no retenerlos (secuestrarlos en la jerga jurídica burguesa). Y gracias a la tregua unilateral (¿entrega anticipada o
suicidio lento por debilitamiento del músculo guerrero?) decretada por las FARC
la burguesía transnacional agroindustrial y minera anda feliz por una parte
llenando a sus anchas los bolsillos y por otra apoderándose libremente de las
mejores tierras.
La falta de
sustancia explica el desinterés general por las negociaciones de “paz”
en La Habana, nadie entiende que
las partes hayan convenido desde el principio que no se discuta sobre cambios
estructurales al modelo socio-económico. El mismo presidente Santos da a entender por
doquier que no se conversa sobre nada que, lejanamente, afecte los privilegios que, a sangre y
fuego, han venido acumulando los
“privilegiados” (1% de la población).
El interés de la
sociedad en las conversaciones de paz como los osos hiberna alrededor de una gélida
Mesa de diálogos. Como van parece que la paz dormirá para siempre en la fría caverna
de la opinión ciudadana. Para que los
diálogos entre guerrilla y Estado se calienten un poco los encuentros entre militares de uno y
otro bando tendrán que ser directamente proporcionales a los resultados que se vayan dando en la mesa
de conversaciones; por ejemplo, la atención subirá a lo más alto de la escala
en el momento que los noticieros, incluyendo los desinformativos CNN, RCN y CARACOL,
lancen la chiva que la discusión sobre educación superior gratuita para todos sin importar estratos
implica una docena de helicópteros artillados derribados. Por ahora los padres de familia no duermen
pensando que el futuro de sus hijos estará en el campo de batalla ya sea en un Frente
de la guerrilla o al servicio de la causa de las elites en las filas militares y paramilitares. Los únicos felices
son los “padres” de la iglesia dueños de las universidades privadas y
receptores de la mayoría de las diez mil becas para los mejores bachilleres. Qué importan unas negociaciones de paz que dejan
de lado el futuro educativo de las generaciones por venir.
Y el interés en La
Habana estará en la cima cuando se sepa que el tire y afloje en la Mesa sobre la estructura de tenencia de
tierra se traduzca en épicas confrontaciones en el Putumayo, Arauca, Chocó y
Catatumbo; se espera que el ardor en la Mesa de discusión sea tan intenso como en el campo de batalla. Y
es de esperar que los terratenientes furibundos
se atrincheren
en sus feudos para evitar que la tierra sea
entregada a los que la trabajan; el
propio Ex-extraditable No. 82 y sus “doce apóstoles” estarán dispuestos
hacerse romper el cuello por la Guacharaca y el Ubérrimo. Así la guerra y la
paz tendrá sentido.
La gente alquilará
balcones para estar frente a los
televisores cuando los comunicados de prensa informen que el Gobierno está dispuesto a perder un centenar de
soldados profesionales, para evitar cambio alguno al sistema de salud; y crecerá
el fervor y la esperanza porque la guerrilla
está dispuesta a ofrendar la vida de una docena de sus mejores hombres tratando
de rescatar la salud de las garras de las EPS. El fragor de la guerra y la
opinión general se intensificarán cuando
las FARC-EP exijan salud gratuita y que todo el que requiera un
servicio médico sea atendido sin
exigirle carnet alguno. Las vidas ofrendadas por los bandos en contienda darán
como fruto una renta básica para todos los habitantes de Colombia y pensión
para mujeres y hombres que lleguen a los sesenta años sin importar si han hecho
o no aporte alguno. Así pase lo que pase en La Habana valdrá la
pena la guerra.
Será de interés del
mundo entero cuando la discusión se dé sobre soberanía nacional, incluyendo la
descolonización, recuperación de los recursos naturales, fin de las bases militares gringas en suelo patrio y anulación de los TLC´s firmados con los EEUU y
la comunidad europea. Desde luego que el
precio a pagar será muy alto para ambas partes, pues cuando esto ocurra las bombas de precisión de los drones
gringos caerán como granizo tanto sobre
la Mesa como en la manigua buscando los campamentos de los guerrilleros.
Hasta ahora la
percepción general es que como van las cosas da igual que se firme o no la llamada
“paz santista”. No quita ni pone si la guerrilla deja las armas y entra al corrupto
campo de la política dentro de un modelo
neoliberal social, económica y políticamente podrido hasta la médula. En las
condiciones pactadas continuarán sin atenuante alguno los asesinatos de líderes
sociales, la inequidad, el desplazamiento campesino, la muerte por hambre de
los niños marginados, la entrega de recursos naturales al capital transnacional
y la ley seguirá operando solamente para los de ruana. No obstante, lo magro de
la paz en negociación, el grueso de pazólogos y opinólogos, con la ilusa tesis
de que en el postconflicto vendrán todos los cambios sociales que la guerra no
ha podido lograr, claman por la firma de
acuerdos sin importar el precio.
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