Libardo Sánchez Gómez
La
búsqueda de equidad y justicia social generalmente se asocia con un trivial romanticismo, y a quien está dispuesto
a ofrendar su vida para lograrlas se le señala como trasnochado soñador. Más no
se considera iluso a quien cree en las bondades de un modo de producción
(capitalismo) esencialmente contradictorio
fincado en una ilusoria “sana competencia” y en el robo de la plusvalía
del trabajo; este fatídico modelo luego de más de dos centurias ha demostrado
que no puede resolver mínimamente los problemas de supervivencia de las
mayorías. Por esto en el mundo entero muchos hombres y mujeres, como medida extrema,
han recurrido a las armas para defenderse del oprobio y para limar las
contradicciones. Invariablemente el imperio
norteamericano está presto a intervenir donde quiera que aparecen grupos de
insurgencia armada. Los gringos consideran las luchas de liberación como un
ataque directo a sus intereses, pues suponen que todos los bienes terrestres y
extraterrestres les pertenecen como asunto de su seguridad nacional. Han colonizado, en el sentido literal de la
palabra, casi al mundo entero; se puede
decir que Colombia es un departamento asociado de EEUU. Los distintos jefes de
gobierno fungen simplemente como dóciles vasallos. No
obstante, la omnipotencia de la omnímoda presencia gringa, como común
denominador, donde quiera que el monstruo mete las narices sale de allí con el
rabo entre las piernas; así ocurrió, por ejemplo, en Cuba, Corea,
Vietnam, China y Argelia. Recientemente en Irak y Afganistán repitieron la
historia de derrotas.
Colombia
es teatro del conflicto social y armado interno
más largo que país alguno haya soportado.
El asesinato de labriegos, la
violación de sus mujeres y el robo de tierras y animales, hacia la década de los
cuarenta del siglo pasado llevaron a que un puñado de campesinos de pueblos como
Marquetalia, el Pato y Guayabero,
con Pedro Antonio Marín mejor
conocido como Manuel Marulanda Vélez a la cabeza, tuvieran que desempolvar sus
morochas de dos cañones, convirtiéndose en obligados y fieros
soñadores. Tratando de hacer realidad sus sueños, los campesinos,
a los que se han sumado soñadores citadinos,
durante más de media centuria han
luchado aguerridamente contra la oligarquía vándala; pero ésta resiste
gracias a que se ha blindado con la tecnología y los dólares del imperio
USA, el más sanguinario y con mayores ansias de dominación global que la especie
humana haya parido. Y si no fuese por el apoyo gringo hace tiempos que los soñadores se hubiesen
tomado el poder. Precisamente el rey Obama
acaba de designar al virrey Bernard Aronson para que supervise los diálogos en La Habana y
delinee los acuerdos de “paz” para la futura Colombia; según el secretario de
Estado John Kerry, Aronson es “un verdadero conocedor de la región y de
extensa experiencia en proceso de paz, pues participó en los diálogos tanto en
Nicaragua como en el Salvador”. Y no es sino mirar el desastre que dejó en Centroamérica ¡pobre
Colombia lo que le espera¡ Sin embargo, ya era hora de negociar directamente con
el dueño de casa. Así lo han entendido
las FARC, en un comunicado señalan, “Las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP),
saludan el anuncio oficial del Secretario de Estado de Estados Unidos, John
Kerry, sobre la determinación de designar al señor Bernard Aronson como enviado
especial de su país, para atender el proceso de paz que se adelanta entre el
Gobierno colombiano y nuestra organización insurgente”. Para la insurgencia
la presencia directa de los norteamericanos acorta el camino de las
negociaciones; afirman, “consideramos una
necesidad, tomando en cuenta la presencia e incidencia permanente que Estados
Unidos tiene en la vida política, económica y social de Colombia, pudiendo
ahora, entonces, coadyuvar al establecimiento de la justicia social, la
democracia verdadera y la superación de la desigualdad y la miseria, que es la
manera de ir abriendo el camino cierto hacia la paz”. Claro que no deben
olvidar que a los gringos la paz con justicia social en Colombia les importa un
pepino sólo buscan afanosamente quitar del camino cualquier perturbación que
afecte el accionar de sus empresas transnacionales. Tampoco le interesa si los
insurgentes van a la cárcel o no y si participan en política, lo importante es
que sigan el modelo neoliberal globalizado y se pongan de lado de sus
intereses.
Desde
la “independencia” (de España) la clase usurpadora
viene traslapando generación tras generación la historia
de sangre y vejámenes contra los
menos favorecidos en campos y ciudades. Y hoy, como en aquel entonces, el latifundio armado, contando con el respaldo de las fuerzas “del
orden” estatales y paraestatales, sigue siendo incomparablemente salvaje,
inhumano y moralmente repugnante. Con el
agregado que ahora las tierras dedicadas a cultivos de pan coger se le arrebata al campesino para ponerlas en
manos del sector agroindustrial transnacional, para sembrar palma africana y
caña dulce con el objeto de producir biocombustibles. Las políticas agrarias (diseñadas para la
postguerra) van direccionadas a
favorecer a los grandes latifundios; cabe citar la cacareada Ley de restitución de las tierras
robadas la cual ha sido hecha al tamaño de la avaricia de
los propios ladrones, al respecto dice Allende La Paz, “…la restitución de tierras” que ha
implementado casi nada en lo relativo a la verdadera restitución y le ha
servido al gobierno y sus bandas de asesinos para masacrar a los dirigentes
populares por la restitución de tierras, en aplicación del Terrorismo de Estado
de la Doctrina de Seguridad Nacional, aplicado por las fuerzas
militares-narcoparamilitares estatales”. Así que los herederos del
desarraigo no pueden siquiera voltear la mirada sobre sus huellas no porque teman
como la esposa de Lot quedar convertidos en estatuas de sal sino para no ver
rodar cuesta abajo las cabezas y
esperanzas de los “reclamantes de tierras”.
En
la media centuria de cruenta lucha fraticida en el campo de Marte se ha
ofrendado la vida de muchos de los mejores soñadores colombianos y, desde luego, también, las
vidas de miles de soldados hijos de madres colombianas pobres, quienes por
gusto, necesidad u obligación se han puesto del lado de los vándalos en el
poder.
No
hay duda alguna que la solución política de las causas objetivas, que engendran
obligados soñadores, siempre ha estado
presente en el alma de los guerreros. Y tampoco hay duda acerca de que esta es
la razón principal que hoy mantiene a los herederos marquetalianos conversando en La Habana sobre cómo poner fin
al conflicto social y armado. Pero la
verdad verdadera, que ha llevado a la insurgencia y al Gobierno a La Habana, es que en el campo de batalla no
ha habido vencidos ni vencedores. Claro que muchos, de manera suspicaz, se
preguntan si ¿el no haber podido
cosechar los frutos de justicia y paz mediante los fusiles, en apenas cincuenta
años, ha terminado por minar los sueños? ¿Si los curtidos guerreros comienzan a entonar el verso de Neruda, “nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos…”? ¿Ya no los trasnocha la toma del poder?
Otro
aspecto nodal de las conversaciones entre guerrillas y Gobierno (el ELN quiere entrar
en el proceso) está en lograr consensos dado que lo perseguido por unos y otros
se ubica en esquinas muy distantes; a
pesar que existe una agenda básica con las FARC de cinco puntos no hay
meridiana claridad sobre si los temas que se discuten al final entrarán en los posibles acuerdos en La Habana; hasta ahora se entiende que las
FARC persiguen la paz con justicia
social (remoción de las causas que los obligaron a empuñar las armas) y el
Gobierno pretende simplemente la desmovilización y el desarme de la
insurgencia. La estrategia del Gobierno consiste en dejar que las FARC hablen y
hablen sobre toda la problemática que
afecta a la sociedad, y luego el atormentado jefe de negociadores Humberto de la Calle Lombana dice no a todos
los planteamientos de la insurgencia.
Cualquier
análisis al respecto, también, debe tener en cuenta que, al no existir claros
vencidos o vencedores, por un lado la
oligarquía quiera preservar el statu quo
sin cambiarle una coma y por otro la guerrilla aspire siquiera a la mínima resolución
de las principales causas que los mantiene en armas. De acuerdo a lo divulgado a través de los
medios de comunicación el Gobierno no
se ha movido un ápice de su posición inicial de no aceptar algo que altere mínimamente
estructuralmente el statu quo (léase privilegios acumulados a través de décadas
de dominación) Se afirma que el conflicto social sólo se resolverá durante la
post guerra. Pero se tiene que ser un verdadero iluso para creer que esto será
posible, si no se logró mejorar en algo la situación de penuria del grueso de
la población mediante la presión de los fusiles menos será sin estos.
Cabe
preguntar, ¿y si, como es de esperar, el imperio no permite alteraciones al statu quo, habrá firma de paz?
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