Libardo Sánchez
Gómez
Un adagio popular dice que
“cuando no sabe para va dónde va cualquier camino le sirve”, y éste dicho le cae “como anillo al
dedo” a las FARC, desde sus inicios su derrotero ha sido incierto.
La lucha de clases en medio de
formas atrasadas de producción, a nivel urbano
capitalismo dependiente colonial y en el campo semifeudalismo y
feudalismo, enmarcaron la aparición de las FARC. La toma de las armas por parte de Manuel
Marulanda, familiares y vecinos, fue una manera obligada, para contener de
manera efectiva la violencia de los grandes latifundistas. En “Quiénes somos y por qué luchamos” (http://www.farc-ep.co/nosotros.html)
el secretariado cuenta que los campesinos con las armas defendían “Las colonias agrícolas fundadas por el
campesinado desterrado de sus zonas de origen” las cuales “pasaron
a ser consideradas Repúblicas Independientes a las que había que aniquilar”.
Se puede decir que las FARC inicialmente tuvieron vocación revolucionaria, así lo testimonia el Secretariado, “…De la agresión iniciada contra las colonias de Marquetalia, el Pato,
Riochiquito y El Guayabero nacimos las FARC-EP como respuesta armada que se
propone la toma del poder político en el país”. Asunto que con el tiempo, como
se verá más adelante, dejaron de lado. Para Revolución Obrera. 2016. (http://www.revolucionobrera.com/secciones/editorial/)
desde los inicios de las FARC se evidencia “la ausencia de una correcta dirección de clase que hizo que el proceso
poco a poco tome distintos rumbos hasta anidar en el reformismo pequeño burgués
y éste se mimetice en el discurso seudo marxista”.
Con el paso de los años las FARC se
fueron desdibujando como guerrilla revolucionaria, se puede concluir que
terminaron llevando a cabo una guerra reivindicatoria por la tierra, lejana a
cualquier proceso transformador del sistema de producción vigente. En realidad nunca quisieron luchar por el poder. ¿”El poder para qué”? Ese parece ser el dilema de algunos líderes
políticos colombianos. Y la defensa de la tierra no iba más allá de
evitar el despojo. Por eso, al final de
las negociaciones con el Gobierno, la
estructura de tenencia de la tierra en
vez de haber avanzado hacia la democratización profundizó, aún más, su
concentración en un puñado de individuos y empresas. Durante los diálogos, en
sus propias narices, el presidente Santos hizo aprobar la ley ZIDRES, y las
FARC ni se fruncieron. Esa actitud desafiante de la oligarquía hubiese sido suficiente para haberse levantado
de la Mesa. Cualquiera podría pensar que las FARC, con esa actitud autista,
estaba traicionando su causa y su pueblo, pero no, nada de eso, pues hay que tener
en cuenta que su esencia no es ni ha
sido transformadora, sino simplemente maquilladora del modelo. Recientemente
Timochenko despejó cualquier duda al respecto: “…Este no es un proceso que va
encaminado contra el empresariado. Este no es un proceso que va encaminado a
tumbar el Estado colombiano, es un proceso que está tratando de generar las
condiciones para que en Colombia se produzcan transformaciones para que nos
dejemos de matar por las ideas que cada uno defienda”. En otro
aparte agrega: “…nosotros lo que queremos es una Colombia que se desarrolle. Que se
desarrollen las fuerzas productivas. Necesitamos rescatar la industria
nacional, que rescatemos las riquezas…”. ¿Cómo llamar una guerra de cinco
décadas que no se hace para tomar el poder?
¿Y riquezas para quién? Se sabe
que en un mundo capitalista (y salvaje como en
el que los reinsertos van a vivir)
las riquezas, necesariamente, van a dar a manos de quienes poseen la
tierra y el capital. Eso no es ser
revolucionario y menos marxista leninista.
Las FARC no entendieron que la paz sólo se logra eliminando por la fuerza las
relaciones de producción que generan explotación, violencia, miseria, hambre y
dolor. No se puede entender cómo las grandes campañas militares emprendidas por
las FARC nunca hayan apuntado a destruir
el viejo Poder, para construir uno nuevo más afable con
el hombre y el medio ambiente. Las
demostraciones de poderío militar no iban más allá de la construcción de mecanismos de presión, para obligar a la oligarquía a sentarse a conversar
con la comandancia ciertas condiciones
de favorabilidad para su reinserción al establecimiento.
Es difícil explicar cómo las FARC terminan claudicando de una manera
nunca vista en un proceso de reincorporación a la legalidad burguesa de
rebeldes armados; ni siquiera en el caso del M-19, una guerrilla derrotada y, también,
sin una línea revolucionaria definida, pero por lo menos este grupo armado logró
presionar una Asamblea Constituyente. A pesar del
innegable compromiso social el objetivo principal fariano se ha centrado
en la llamada solución política al conflicto social y político. El Secretariado
lo confirma, “…Hemos promovido luchas
sociales y políticas en defensa de los intereses populares y hemos buscado en
múltiples ocasiones llegar a acuerdos de paz que pongan fin al largo desangre
que azota a nuestro país”. Así que cuando
las FARC encuentran
el espacio ideal, que venían buscando
para dar por terminada la lucha armada,
deciden desarmarse de manera irrevocable. Juan Manuel Santos, sabiendo que nada le costaría a
la oligarquía, les brinda en bandeja de
plata el espacio que andaban buscando. Este proceso, a diferencia de los
anteriores intentos de reinserción a la “vida civil”, se hizo posible gracias a
que fue más aséptico desde el punto de vista de la participación ciudadana, la
cual fue apenas marginal. El régimen fue
más cuidadoso en evitar que se contaminara con la presencia de la llamada
sociedad civil. El proceso del Caguán con Pastrana se vino a pique debido a que
se convirtió en una tarima donde los más diversos grupos sociales
ventilaban sus angustiantes problemáticas, las cuales exigían profundas
transformaciones al oprobioso modelo socioeconómico vigente. El
proceso actual es tan exigente en la exclusión de la participación
ciudadana que los guerrilleros tienen prohibido tener
contacto directo con las personas que habitan en sus zonas de influencia, y no
por temor a que la guerrilla les ”lave el cerebro” sino, por el contrario, para
que los campesinos no recriminen a la
guerrilla por abandonar la lucha a
cambio de nada.
Los acuerdos alcanzados parecen, apenas, arandelas al hecho de fondo
que es el desarme y la reinserción de los rebeldes. El plebiscito para refrendar los acuerdos que
llevan al desarme y entrega de los guerrilleros, se convirtió en un seudo
pugilato político entre el ex presidente Álvaro Uribe Vélez a la cabeza de la oligarquía
terrateniente, empresarios agrarios, mafiosos y sus ejércitos mercenarios y
Juan Manuel Santos en representación de los intereses del imperio, la
oligarquía financiera y el capital corporativo transnacional. Al final de
cuentas, a las FARC les debe dar lo mismo que
se apruebe o rechace dicho plebiscito, la decisión de entregarse ya nada la
podrá hacer cambiar. Un vocero dijo irónicamente que si no se aprueba el
plebiscito “ …se hará lo que propone Uribe”, y así va a ser.
Cualquiera diría que es suicida o, por lo menos, incomprensible que la
guerrilla concentre sus hombres en
pequeñas áreas y el propio Régimen sea quien le eche cerrojo a las armas,
para luego someterse a un incierto plebiscito. En estas
condiciones al mismo Juan Manuel Santos le conviene que dicho plebiscito no sea
aprobado, así no tendrá que cumplir nada
de lo acordado, como es su costumbre, las FARC confinadas ya nada podrán
hacer.
Sí bien no se puede hablar de
traición de las FARC, pues han sido fieles a su concepción reivindicatoria y reformista inicial, sí hay mucha gente
desilusionada, francamente defraudada. Entre los desilusionados están en primer
lugar sus bases y la gente de su entorno. Su
discurso mimetizado en el marxismo leninismo logró calar en buena parte de la intelectualidad de
izquierda, sectores proletarios y en la propia base guerrillera. Entre los
sorprendidos está el suscrito. En julio de 2103 escribí el artículo titulado “Acuerdos
en La Habana, van mis restos” (http://libsang-elviajeroysusombra.blogspot.com.co/2013/07/acuerdos-en-la-habana-van-mis-restos.html)
en este escrito apostaba una semana de
ayuno convencido de ganar ya que la entrega de las FARC era un imposible. En
aquel entonces expresé: “Como premisa fundamental partí del hecho de
que la FARC es un movimiento de orientación marxista leninista- y me dije -sí
así es- ellos más que nadie saben que las transformaciones sociales únicamente
son posibles gracias a revoluciones
violentas, más en Colombia donde
a los reales opositores se les elimina físicamente”. Así que tendré una larguísima semana, con las
“tripas pegadas al espinazo”, por haber creído, como muchos, en la orientación
revolucionaria de las FARC.
¿Las FARC llegaron al final de su camino? Parece que no. Su paso por el marxismo les llevó a crear el Partido
Comunista Clandestino y a conformar
cuadros con alto grado de conciencia social y política al interior del
grupo insurgente. Muchos de los reinsertos no van
a poder ni querrán virar su discurso revolucionario marxista leninista
hacia uno liberal reformador socialdemócrata. Y se rumora que un grueso número de rebeldes de la
base no irán a los sitios de concentración.
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