viernes, 14 de octubre de 2016

COLOMBIA DESPUES DEL NO


Colombia después del NO


Para sorpresa del mundo, el pueblo colombiano votó en contra de los acuerdos de paz. El análisis de la derrota, en palabras de una sobreviviente.


Por Dilia Nelma Forero Sánchez*

Para poder entender el triunfo del No en Colombia, el análisis no puede limitarse al evento plebiscitario. Con el 17% de analfabetismo, solo el 30% que termina la secundaria y menos del 10% que accede a la universidad, el pueblo colombiano, formado por el modelo educativo y los medios de comunicación para ser tradicionalista, suele limitarse a escuchar a sus líderes. Y tanto los líderes del Sí al acuerdo de paz como los del No, más que motivar, buscaron exaltar la emotividad.
En ese marco, la oligarquía terrateniente abanderó el No representado en la cabeza del ex presidente Álvaro Uribe, un tipo fanático y retrógrado, pero un mesías para el pueblo más conservador, que vota religiosamente. Para promocionarlo, se acudió a una arenga elemental, casi que infantil, en el que aseguraba que se le entregaba el país a las FARC, que Colombia sería tomada por el “castrochavismo” y terminaría como Venezuela, país al que los medios masivos muestran en caos. También se propaló que Colombia se volvería “homosexual y atea”, dado que el acuerdo introdujo el concepto de género y diversidad, y el carácter laico de la nación.
El discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante.
Por su parte, los errores por parte del gobierno y de la izquierda que promocionó el Sí fueron muchos y muy graves.
En Colombia, el progresismo no se ha ganado el amor de su pueblo, y se han aprovechado las fallas de los gobiernos progresistas vecinos para hacer temer a los cambios. Todo esto redunda en que vastos sectores de la población crean que los alzados en armas son terroristas.
En esas circunstancias, mientras el presidente Juan Manuel Santos hablaba de la voluntad de paz de las FARC, las hacía ver como monstruos, porque si ganaba el No “la guerra sería urbana”. A los empresarios les aseguró crecimiento económico y mayor rentabilidad. A los pobres, que habría progreso. A los militares, les dijo que no se modificarían en nada las condiciones de la fuerza pública, mientras al pueblo le decía que el presupuesto de la guerra sería para la inversión social.
Los líderes de la izquierda light y electorera, egocéntricos por naturaleza, en su afán de que no se les estigmatizase como auxiliares de la guerrilla, no cuestionaron las falencias de los acuerdos.
Así, el discurso de los principales promotores del Sí fue triunfalista, prepotente y ambiguo. Dueños de la razón, creyeron que no había necesidad de explicar nada y miraron al contradictor como ignorante. Hasta hubo quienes promovieron el Sí para despachar a las FARC de la escena nacional, y enviaron un mensaje subliminal de odio hacia la guerrilla.
Las encuestas daban triunfador al Sí de lejos, y esa confianza hizo que se despreciara a sus propios votantes. Un grupo que apoyó a Santos en la reelección fue maltratado –el Movimiento Gaitanista, cabezado por la hija del líder popular Jorge Eliécer Gaitán–, y otros grupos como el Partido Socialista de los Trabajadores, la UP Bolivariana, Revolución Obrera y los trotskistas tampoco fueron escuchados, por lo que promovieron la anulación del voto. Lograron que se anularan más de 170 mil votos, los del No ganaron por mucho menos.

Un acuerdo endeble

Tradicionalmente el pueblo colombiano no asiste a las urnas. La abstención ronda siempre el 55%, esta vez fue del 63%. No se esperaba alta participación. El pueblo sabía que su lucha diaria no cambiaba con su sufragio, pues en los acuerdos no había nada que aliviara sus penurias.
El acuerdo no contempló la eliminación de las causas objetivas que llevaron al alzamiento armado. Tampoco mencionó transformación estructural alguna al sistema que mejorase las terribles condiciones que padece la mayoría de la gente. Y las pocas propuestas como las de tierra y territorios, que podrían democratizar la tenencia de estos, fueron pateadas por el gobierno, que hizo aprobar una ley que es contraria a lo acordado.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada. La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida.
Es claro que las FARC no derrotaron al estamento, pero tampoco fueron derrotadas. Lo mínimo que se esperaba era que la clase gobernante cediera algo de sus privilegios y permitiera reformas a favor de los excluidos. Asuntos como la nacionalización de las empresas dedicadas a la extracción de recursos mineros, la eliminación o reestructuración de los Tratados de Libre Comercio –a partir de la firma de estos, Colombia importa casi el 80% de los alimentos. Importamos el 80% del café para consumo interno; la fama de país cafetero es historia–, el negocio para pocos de la salud, y que Colombia no ofrezca educación superior gratuita, no fueron mencionados. Por eso también hubo abstencionismo activo, el que afirmaba que –como las FARC no exigieron ni una sola reivindicación y mucho menos cambios en la estructura económica– con el llamado a votar lo que se hacía era medir las fuerzas políticas con vista a las elecciones presidenciales de 2018.
El pueblo excluido espera que alguien lo defienda, que abogue por él, y la responsabilidad de representarlo en la mesa de diálogos era de las FARC y no del gobierno. Se trataba precisamente de demostrar con hechos concretos que las FARC –que cuentan con una base popular importante en los lugares donde tienen presencia, en los que finalmente ganó el Sí– no son las causantes de los males del pueblo y tampoco son el enemigo. Pero sus representantes no fueron suficientemente claros, aceptaron pasar de víctimas a victimarios, y quedó la impresión de que se enriquecieron con la guerra.

Cara y sello

La oligarquía no tenía nada que perder y tenía todo por ganar. Las monedas de Colombia tienen cara y sello, y el pueblo en su sabiduría dice que “con cara gana el rico y con sello pierde el pobre”. Con el Sí quedaba proscrita la lucha armada; y con el No, no se sabría la verdad.
Las FARC, decididas a deponer las armas, ahora no saben si las pírricas concesiones que habían logrado plasmar en los acuerdos se mantendrán, porque los triunfadores están pidiendo que vayan directo a la cárcel y no obtengan ninguna curul en el Parlamento.
La izquierda perdió toda posibilidad de llegar fuerte a las próximas elecciones: apostó a la desmovilización y entrega las FARC a cambio de nada.
La oligarquía, por su parte, llega unida y fortalecida. “El No nos unió –dicen–. Si hubiera ganado el Sí, estaría medio país en contra de los acuerdos”.
No obstante, en la actualidad la única propuesta para salir de la violencia, exclusión y pobreza ejercida por la oligarquía sigue siendo la lucha armada. Por eso continúan en ella el Ejército de Liberación Nacional y cinco frentes disidentes de las FARC.
En lo que va del año, los paramilitares han asesinado a 36 líderes sociales en pleno proceso de paz, y la violencia estatal y el asesinato de dirigentes continuarán.
El camino es la movilización de las organizaciones sociales y la generación de conciencia de clase. Como respuesta, la combinación de las formas de lucha es la única opción cierta que le queda al pueblo para resistir y para cambiar su situación de pobreza, exclusión y sometimiento.

* Sobreviviente de la Unión Patriótica, partido víctima de un genocidio sistemático por parte de grupos paramilitares. Militante del Movimiento Dignidades Campesinas y docente universitaria.

Tomado de: http://lahilacha.com.ar/politica/colombia-despues-del-no/

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