Libardo
Sánchez Gómez
Finalizada
la negociación entre las FARC y el Gobierno en La Habana, con unos acuerdos básicamente referidos al
desarme y entrega de las FARC, aún, queda con el Ejército de
Liberación Nacional ELN una última oportunidad para sentar
las bases que, por un lado, permitan resolver el conflicto social entre una
oligarquía reticente a ceder privilegios
y un pueblo impaciente por superar décadas de privaciones, y por otro
lado la ocasión para lograr la anhelada paz con justicia social, insistencia permanente
de las FARC, pero que al final brilló por su ausencia en dichos acuerdos. Era previsible el desastre en que terminó el proceso
con las FARC, la guerrilla exhibió en la
Mesa de negociación una mezcla de subversión y sumisión, desde el principio aceptó
hablar de la solución negociada del conflicto, pero sin que se tocaran en sus
raíces las causas que les obligaron a recurrir a las armas. Así que las negociaciones se redujeron a un pacifismo ramplón en una
ruta de sometimiento propio de quien es vencido en el campo de batalla. Por eso
los acuerdos culminaron sin aportar nada
a la superación de las profundas contradicciones entre oligarcas y excluidos. Por el contrario, se tiene la impresión que se le dio carta
blanca al régimen para profundizar la desigualdad social. Al respecto se puede
mencionar la Ley ZIDRES, aprobada durante las conversaciones, la cual estimula
la acumulación de la tierra, leitmotiv de la guerra, y su extranjerización, pues no hay límite para
las transnacionales, que podrán adquirir lo que
les venga en gana. La desigualdad, también, se profundiza cada vez que se llevan
a cabo las temidas reformas tributarias. Se anuncia que vendrá la reforma
tributaria más regresiva de la historia
del país. Los impuestos permiten limar la
desigualdad social, cuando tributan los ricos. Pero eso no ocurre en
Colombia, los recursos se sacan de los
bolsillos de los pobres a través del IVA. Con el
IVA pagan más (porcentualmente) los pobres que los ricos; y se anuncia que no
sólo aumentará el monto del IVA sino que
se incluirán más productos muchos de la canasta familiar. ¿Lo correcto no sería
grabar la renta y la riqueza en vez de la pobreza? Desde luego que así opera el
capital a nivel global, para no afectar los niveles de acumulación a que está
acostumbrada tanto la banca como el resto
del capital corporativo. Pero como a la mayoría le gusta el modelo de
producción capitalista actual, entonces, de qué quejarse. Y si bien en la
iniciativa de reforma tributaria no tienen nada que ver las FARC el hecho de
darse durante la culminación de su reincorporación a la “legalidad” se
interpreta como un voto de confianza de la guerrilla al régimen. En todo caso
si la actitud sumisa de las FARC provocó
indiferencia, expresada en el plebiscito, en el futuro
esa lasitud se puede traducir en desprecio. Así que si las FARC no
desean salir por la puerta de atrás tendrán que aprovechar la oportunidad que
les ofrece el NO plebiscitario, para “desfacer los entuertos” de la quijotada
en que se convirtieron los acuerdos. ¿Lo mejor que podrían hacer sería establecer un
paréntesis en las negociaciones y volver
a sus territorios? Allí podrán reorganizarse mentalmente. Deberán tomar
atenta nota que un grupo dijo NO y que
quiere guerra, y que a la gran mayoría le importa un bledo lo acordado. Si continúan en La Habana en la misma tónica
van a terminar aceptando las propuestas del “gran colombiano” Álvaro Uribe, en la cárcel y sin una curul. Eso sí con la
expectativa de tener el próximo año otro
Nobel de paz.
La estructura económica capitalista dependiente ha venido
construyendo años tras año una
sociedad excluyente, desigual,
ignorante, desinformada, pobre y
violenta. Sistemáticamente la oligarquía
terrateniente roba y desplaza impunemente al campesino, con la anuencia
del estado. Precisamente la
resistencia armada nace en el campo, para defender la vida y las tierras. Se dice que la oligarquía colombiana es la más
sumisa de Latinoamérica ante el imperio, pero la más criminal a la hora de defender sus privilegios, así lo
demuestra el actual premio nobel de paz, máximo exponente de la oligarquía
criolla. Juan Manuel Santos es coautor
junto con el extraditable No 82. Álvaro Uribe de los conocidos como “falsos
positivos”, inocentes asesinados para hacerlos pasar como guerrilleros muertos
en combate. El flamante nobel, también, asesinó en estado de indefensión,
confesado por Él mismo, a Alfonso Cano, anterior comandante de las FARC, cuando trataba de entablar
conversaciones de paz. Bajo su actual mandato van asesinados en el primer
semestre del presente año 36 líderes sociales y en entre la firma del Acuerdo
en Cartagena y el día de la votación del plebiscito 17. Estos asesinatos
selectivos se explican debido a que en las
negociaciones FARC- Gobierno, tampoco, se tocó lo referente al paquidérmico
estamento militar en cuanto a tamaño y doctrina,
inspirada en el concepto de seguridad nacional y el enemigo interno. Hacer oposición política, por parte de la izquierda revolucionaria,
en Colombia es algo así como jugar con
la cola de un alacrán.
La
banalidad de los acuerdos Farc – Gobierno no son sólo responsabilidad de la
insurgencia sino de la sociedad en general, pero sobre todo de la pequeña
burguesía de izquierda. Desde el inicio de las conversaciones se anunció que no se tocaría el modelo económico, y a
todo el mundo le pareció lo más natural e incluso lo adecuado. Lo importante
era establecer una ruta para “despachar a las FARC”, y ahí están los
resultados. El sistema de salud es cruel y mortífero, las EPS matan más gente
que el cáncer; la gente muere en la puerta de los hospitales esperando una cita
para ser atendido. Y la solución no requiere cambios estructurales el mal se
soluciona simplemente arrebatando el servicio de las garras de las EPS, para
que lo maneje el sector público. En Colombia se pensionan, apenas, el 7% de los
ciudadanos (Congreso de la República. 2016) ¿Por
qué no se destinan los recursos del IVA, como por ejemplo se hace en Canadá,
para dar cobertura a todos los ciudadanos? Como se ve sí se podía tocar el
modelo sin que ocurriera un sismo.
Corresponderá
al ELN llevar a cabo lo que no se hizo con las FARC, pero cómo no tocarle
siquiera los pies a un modelo económico agotado,
que no soluciona los problemas de las mayorías.
Claro que más que al ELN es al
pueblo a quien le toca exigirle a la oligarquía que ceda un milímetro de sus
privilegios. El ELN asume los diálogos con el régimen con una posición seria, “no
habrá dejación de armas si no hay cambios estructurales al modelo
socioeconómico”, y manifiesta que tan solo aprobará aquellos puntos que la sociedad decida, ¿a
cambio de qué? Dicen que de nada, ni siquiera quieren curules, y tienen razón,
para qué cinco escaños en el Congreso en medio de cientos de bandidos, que por
una pócima de mermelada hacen y deshacen
al capricho del ejecutivo de turno.
Se
espera la participación activa de todos tanto de las derechas como de las
izquierdas. ¿De qué parte están las iglesias? ¿Las centrales obreras quieren cambios o más de lo
mismo? ¿Y los obreros, que no les gusta ser señalados como pertenecientes a la
clase proletaria, vivirán y morirán en la pobreza añorando la riqueza? Los
indígenas sí que tienen que aportar y exigir. El
movimiento estudiantil tendrá la oportunidad de despertar y asumir el
papel protagónico de otrora. Así mismo, se espera la participación activa de
los grupos minoritarios, y sobre todo del sector agrario, para que al menos las
salvedades concernientes al sector, que quedaron en ciernes en el proceso con
las FARC, se materialicen, y que por fin se haga realidad la democratización de
la tenencia de la tierra mediante la largamente anhelada reforma agraria. Eso sí, ojalá
la “izquierda” acomodada y electorera, se haga a un lado, pues su posición ambigua
hace mucho daño a los procesos verdaderamente revolucionarios. En la entrega sin ton ni son de las FARC tuvo
que ver mucho el afán de los “pazólogos” de profesión por ver sometida a
cualquier precio la guerrilla. El ELN inicia las conversaciones de paz en las
mismas condiciones que en que las iniciaron las FARC, a diario paramilitares y agentes del estado desplazan
campesinos y matan líderes sociales. A lo largo y ancho del país, también, a diario mueren niños pobres de física hambre, y los que no mueren no
pueden acceder a la salud y menos a la educación. ¿No se deberá hablar de esto durante unas
conversaciones de paz? Por otro lado el campo está devastado, la ruina la están
ocasionando los promocionados TLCs, ¿no será urgente su revisión antes que
maten de hambre a chicos y grandes? De igual manera, el parlamento convertido en un antro de
corrupción, como es obvio, legisla a favor de las clases hegemónicas y en
contra de los sectores populares, ¿no será perentoria su reestructuración en
cuanto a número y remuneración? La “locomotora minera” del Nobel Juan Manuel asesina
por doquier la naturaleza, dejando al
país futuro sin recursos no renovables, todo
para favorecer a las transnacionales. Según Coribell Nava, para la oligarquía financiera
es perentorio el desarme de la insurgencia, “La guerrilla debe salir de los territorios rurales ocupados donde está
ubicado el oro y el coltán. La oligarquía financiera necesita el control
político del Estado para poner fin al conflicto y “limpiar” las zonas de
explotación rápidamente, sin demasiado esfuerzo, acabando de una vez por todas
con las resistencias que pongan en riesgo el proyecto minero trasnacional” (El nuevo despojo Latinoamericano y el
acuerdo de paz en Colombia. 20- 10- 2016) ¿No será que habrá que hablar sobre
la necesidad de recuperar la soberanía sobre los recursos mineros y energéticos?
Si en
la Mesa de conversaciones sobre la Paz no se puede hablar de los problemas sociales y económicos y de las
medidas para solucionarlos, ¿entonces, habrá
que pensar que la oligarquía prefiere que
sean los fusiles los que tengan que
cambiar la historia?
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