Luis Carlos Guerrero S
Aún retumban, frescas, en mis oídos las
palabras Humberto de la Calle, jefe de la delegación de paz del Gobierno
colombiano en la instalación de los diálogos de paz con las FARC–EP, en
Oslo, Noruega: “Si las FARC aspira a realizar los cambios en el país
tienen que sacar 9 millones de votos”, o sea, tienen que ganar las
elecciones presidenciales. Y remató diciendo, “tienen que hacerlo desde
la legalidad”.
En el mismo sentido se ha expresado, más
de una vez, el presidente señalando que “la guerrilla no puede hacer
políticas con armas”. Y si quiere hacer política tendría que convertirse
en un movimiento político que ha dejado la lucha armada.
Precisamente el fallo proferido por el
Procurador, disparado con una pistola con silenciador, destituyendo a
Gustavo Petro, Alcalde de Bogotá es el mentís de la tesis de que se
puede cambiar el país por la vía del ejercicio de la política sin armas.
Y es una de las pruebas contundentes de que estamos enfrentados a una
casta dirigente que no admite ningún tipo de políticas diferentes a las
concebidas por ellos.
El mensaje que en verdad se le debiera
decir al país, de parte de la oligarquía sería más exacto, sí los
Santos, los Ordoñez, toda esta rancia oligarquía y su burocracia,
dijeran: señores de la izquierda, está permitido denunciar, en
determinados momentos, el orden injusto de cosas de esta sociedad;
ustedes señores de la izquierda pueden hacer discursos políticos de
oposición, siempre que los medios quieran difundirlos. Señores de la
izquierda, aquí es constitucional y legal organizar partidos y
agrupaciones políticas, que puedan participar de las elecciones cada
determinado de tiempo, pero no se pueden cambiar las leyes ni las
políticas establecidas, tienen que actuar en el marco de ellas.
También nos podrían decir, señores de la
izquierda, no importa que cuando participen en las elecciones lo hagan
en desigualdad de condiciones ante los empresarios de la política, las
trasnacionales y el narcotráfico que financian a los partidos de
siempre. Miren, señores de la izquierda, tienen participación en el
Congreso y allí pueden presentar las iniciativas legislativas que
quieran, pero como somos mayoría no las aprobaremos. Este sería el
discurso realista, no uno lleno de mentiras.
Esta es su concepción de democracia
estrecha, llena de trampas, de crímenes, sellada y cerrada, para que
puedan ser protagonistas las mafias, los compradores de votos, los de
las motosierras, pero en donde todos podemos elegir y ser elegidos, es
la que la oligarquía difunde como el ejemplo a seguir y se vanagloria
diciendo que Colombia es “la democracia más antigua de América”. Y
concluye autistamente, que por tanto, no hay razones ni fundamentos
políticos ni ideológicos para la lucha revolucionaria guerrillera.
Precisamente el guerrerista fallo del
Procurador -porque no se necesita de fusiles, ni tanques, ni bayonetas,
para darle una puñalada a la paz-, acaba de decirnos a los colombianos,
que está permitido participar del juego político, pero está
absolutamente prohibido cambiar las políticas, que siembran de pobreza,
inequidad social y de cero beneficio a la población, no se puede doblar
el pescuezo a políticas expoliadoras, de saqueo y de corrupción. Nos
preguntamos ¿cómo proporcionar calidad de vida a todos y todas en un
país, una ciudad o un departamento sin afectar los privilegios y las
políticas que le sustentan?
Para nosotros está claro que la
oposición no es simplemente oponerse y no cambiar sustancialmente hacia
el progreso, la libertad y la dignidad humana. También el derecho a
disentir sería cojo si se niega la opción de transformación que permite
convertir el disentimiento en opción real alternativa y hacer cambios
lleva a modificar el marco jurídico, que atornilla las injusticias y el
estatus quo, lo demás sería quedarnos en mera palabrería como lo hace la
oligarquía.
La base jurídica de la destitución del
Alcalde de Bogotá, es por violar la legislación, valga decir, la
legislación que privatizó el servicio de basuras en Bogotá y en todo el
país, volviéndolo un negocio de las mafias liquidando el patrimonio
público; porque violó la legislación que prohíbe darle empleo a los
recicladores y dignificar su vida sacándolo de las garras de los
comerciantes de basura, entonces se le acusa y se le manda a la calle a
patadas y se pide que calle y no participe más en política.
El mensaje para nosotros los insurgentes
guerrilleros es muy diáfano; la paz no son cambios verdaderos. La paz
no es el derecho de participación política, efectiva y verdadera, para
la insurgencia y todos los movimientos de izquierda. El ejercicio
político de ser gobierno, meta de todo movimiento, mediante el cual
podamos alcanzar y materializar los objetivos de un nuevo país y una
nueva nación, que cambie la vida de los humanos y las humanas tal como
lo hemos propuesto para Colombia no se permite, lo único que es real es
que queremos que abandonen la lucha política armada porque así, “todo
será pan comido”.
Se trata de disfrazar la verdadera
intencionalidad política: la paz es que todo siga igual, pero lo
importante es que se le dé al país la impresión que todo va a cambiar.
Lo sustancioso es dejar en el imaginario del país, que todo es
susceptible de cambiar, pero sin tocar las estructuras infames,
tramposas, corruptas, saqueadoras, criminales ni afectar las cadenas del
privilegio y la mentira, la explotación y la impunidad.
Ese cuento que la insurgencia es la
generadora de violencia, hace tiempo perdió toda credibilidad y hoy se
fue al fondo. Peló el cobre toda la dirigencia del país, pues el
Presidente Santos, como todo santo, salió de una vez, conocido
públicamente el fallo, a bendecir la destitución y la muerte política de
alguien que es presidenciable; salió a echarle agua bendita a semejante
tropelía diciendo que se debe acatar el fallo de la Procuraduría como
si fuera justo. Muy bien lo dijo un ciudadano que fue entrevistado el
mismo día del fallo: “si destituyen a Petro no vuelvo a votar”. Y
creemos que este colombiano, al igual que cientos de miles les quedará
el camino de la indignación y la lucha armada revolucionaria ante el
descreimiento en las instituciones y el orden político autoritario que
es más una dictadura, que una democracia.
El objetivo lo es todo, es la máxima
aquí aplicada, si no se pudo liquidar al opositor con un referendo
revocatorio entonces usemos el arma jurídica de la liquidación, que fue
lo hecho con la destitución e inhabilidad política por 15 años al
alcalde de Bogotá. Con una pedrada mataron dos pájaros, pues sustraer la
administración de Bogotá de la influencia de la izquierda es otro de
los objetivos de la oligarquía y para eso no se detuvo en razones ética,
política ni de soberanía popular.
Por ese camino del autoritarismo, la
mordaza, el silenciamiento, el cierre a los cambios, la liquidación
política del opositor y de las alternativas no se conduce un país a la
paz. Ahora han pulido la maquinaria de la antidemocracia mediante la
arbitrariedad de una institución y un inquisidor, recordamos que ayer
sólo fue la metralla, el vil asesinato de dirigentes políticos, de
candidatos presidenciales, de senadores, mediante las masacres y
desplazamientos de miles y miles de pueblos y comunidades, que se
atrevieron a pensar y optaron por el cambio desde la lucha política
legal. El país nacional, ese que ha estado marginado del poder, lo tiene
en su memoria. A la oligarquía ya no le basta con escrutar y elegir,
ahora acude a destituir.
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