Libardo Sánchez Gómez
Varios amigos me solicitaron que
dedicara unas líneas al análisis del discurso del presidente Juan Manuel Santos
en la recientemente celebrada Asamblea de la ONU; para lograrlo, intenté centrarme en algunos
aspectos cognitivos e individuales, en los significados y representaciones
socialmente construidas así como en los aspectos de la materialidad presentes
en la interacción social. Se puede
deducir que su discurso se dirigió hábilmente, al mismo tiempo, a dos
audiencias, a una internacional a quien buscó
impresionar con datos y cifras llenas de buenas intenciones y grandes logros, y a la doméstica, a la que, con lo mismo, quiso controlarle
mentalmente,
como uno de los mecanismos utilizados para perpetuar la dominación; hábilmente
recurrió a la interpelación de actitudes ideológicas (de derecha) para mostrase como defensor de normas y valores “democráticos”,
artilugio que mantiene en el poder a la burguesía. Santos Mostró un país pujante a pesar de la guerra
interna de más cincuenta años, entre otros aspectos, mencionó: “Colombia –a pesar de esto (el conflicto)– ha logrado avances sin precedentes en los
últimos años en materia de seguridad, de lucha contra la pobreza y de desempeño
económico”. Pero no hizo referencia a que gracias al TLC firmado con el imperio ya
no somos dueños de las reservas genéticas de nuestra fauna y flora, que no podemos sembrar nuestras
semillas autóctonas, que no vale la pena sembrar cereales
como maíz, trigo, cebada y arroz, porque nos los envía subsidiados el imperio. No dijo que para consolidar la
Alianza del Pacífico, necesidad geoestratégica de dominación gringa, se está
desplazando a sangre y fuego a la
población pobre de la costa pacífica especialmente de Buenaventura. Tampoco hizo
alusión alguna a la persistencia de las abismales
diferencias sociales, a la concentración
de la tierra en un puñado de terratenientes, al pírrico acceso del pueblo a la educación superior, a la falta de
servicios públicos esenciales a lo largo y ancho de la nación, a los bajos
niveles de infraestructura que nos ponen en incapacidad de competir
eficientemente con todos los países con quienes se han firmado TLCs y, tampoco,
dijo nada acerca de la
corrupción que carcome las entrañas del
Régimen. Una vez más tiene vigencia el
análisis de Ana María Rivero Santos de los discursos de Juan Manuel ante la
ONU, dice la investigadora en “Representaciones
sobre la violencia en el discurso del presidente Juan Manuel Santos ante la
asamblea general de la ONU” (Discurso & Sociedad, Vol. 7(2), 2013) que: “(…)las
intervenciones presidenciales en el organismo internacional están atravesadas
por representaciones de la violencia, aparentemente contradictorias, que tienen
como finalidad legitimar la agenda
política interna y contribuir a reproducir los discursos del terrorismo
y, con ello, la ‘securitización’ de la
agenda política internacional”. Sólo que esta vez Santos contó, como
novedad, que se habían firmado en La
Habana unos acuerdos parciales con las
FARC-EP y que la paz total está a la vuelta de la esquina ya que el ELN camina
por el mismo camino. Aclarando, eso sí, que el statu quo no cambiará en modo alguno ahora ni después que se firmen los acuerdos
finales.
Develado el misterio acerca de lo
que se discute entre FARC- EP y Gobierno en La Habana le volvió el alma al
cuerpo a la burguesía terrateniente y al capital transnacional. La confianza inversionista sigue intacta, el
saqueo de nuestras reservas minerales está asegurada. Santos remarcó
que “nada está acordado hasta que todo
esté acordado” y que “no se está
negociando el modelo económico, la estructura de la tenencia de la tierra ni el
tamaño del ejército”, es decir nada que les afecte el bolsillo ni su
permanencia eterna en el poder.
Pero así como volvió la
tranquilidad al bolsillo de los despojadores también calmó la ansiedad de vastos sectores populares, especialmente del
campesinado pobre, los indígenas de base, las barriadas pauperizadas de medianas y
grandes ciudades y de aquellos trabajadores y grupos minoritarios que, aún,
conservan un mínimo de conciencia de clase, el grueso de la pobrería anda al
lado de la burguesía. Los guerrilleros,
a su vez, aludiendo al mismo principio de “nada hasta lograr el todo”,
aseguraron que no es cierto que la paz esté a la vuelta de la esquina, “…eso es completamente falso. Obedece a
intereses venenosos de ciertos y poderosos sectores del país, que sueñan con
ver rendidas las guerrillas y domesticadas las luchas populares, para poder
aplicar todos sus planes y proyectos neoliberales, consistentes en la entrega a
compañías multinacionales, de los recursos naturales y humanos más importantes
del país”. A renglón seguido
afirman, “Las FARC-EP y el pueblo colombiano jamás hemos pensado eso. Nunca hemos
entendido que las mesas de diálogo con las oligarquías que gobiernan el país,
fieles sirvientes de los intereses imperialistas, tengan como propósito la
entrega de nuestras banderas y la traición a nuestra patria y a nuestras clases
más necesitadas”. Son contundentes
al afirmar que no habrá cese de su lucha
hasta no lograr las transformaciones sociales y políticas que la nación demanda,
“Nunca hemos estado tan lejos de una
entrega o rendición como ahora.”
Un somero vistazo a lo acordado
deja ver que las soluciones que las vastas mayorías excluidas demandan no están
contempladas en dichos acuerdos, por ejemplo, en el tema agrario, aspecto
medular de las negociaciones, no hay mínimo consenso sobre lo fundamental, el gobierno no cede un
ápice en los temas, “Latifundio y
delimitación de la propiedad, freno a la extranjerización del territorio,
extracción minero energética y conflictos de uso del territorio, regulación de la
explotación del territorio para la generación de agro combustibles, revisión y
renegociación de los Tratados de Libre Comercio contra la economía”; tampoco
hay coincidencias en “ajustes al
Ordenamiento Territorial, financiación de la política de Desarrollo Rural y
Agrario Integral, cuantificación del fondo de tierras, creación del Consejo
Nacional de la Tierra y el Territorio y definiciones sobre el derecho real de
superficie”.
En cuanto al segundo punto
de la agenda, que tiene que ver con la Participación Política, las reformas
sustanciales siguen en el limbo, en el
grupo de lo que han llamado salvedades están:
La Reestructuración democrática
de Estado y la reforma política en función de la expansión democrática. La Revisión, reforma y democratización del
sistema político electoral. La Revisión
y reforma de mecanismos de participación ciudadana. Estas reformas chocan con
los intereses de la clase política acomodada y corrupta, que bajo ningún
aspecto permite cambios que atenten contra sus privilegios. Otro aspecto en el
que el gobierno no cede es en la “proscripción del tratamiento militar a la
movilización y protesta y al desmantelamiento del ESMAD”.
En cuanto al tema de la Solución
al problema de las drogas ilícitas, el gobierno no quiere ni puede
comprometerse a pactar soluciones que eliminen de da raíz dicho problema, con
razón se quejan los insurgentes, “Nuestra posición, obviamente, resultó
confrontada por las posiciones del gobierno nacional, innegablemente ligadas,
de una u otra forma, a las posiciones represivas esgrimidas por el gobierno de
los Estados Unidos en su fracasada política de guerra contra las drogas, de las
que pese a ciertas declaraciones del Presidente de la República, siguen
determinando los enfoques y soluciones planteados por el gobierno colombiano”. Las salvedades en este punto, léase negativas
del Gobierno, son: “1. Nueva política criminal contra las drogas ilícitas. 2.
Suspensión inmediata de las aspersiones aéreas con glifosato y reparación
integral de las víctimas. 3. Transformación estructural del sistema de salud
pública que permita encuadrar el desarrollo del programa de prevención y
consumo. 4. Conferencia Nacional sobre política de lucha contra las drogas”.
Aún falta desarrollar el tema de
víctimas, al respecto las FARC dejan claro que, “Nuestra posición central se funda en que son el Estado y las clases
dominantes en Colombia los principales responsables por la aparición y
desarrollos del conflicto colombiano, incluidas sus millones de víctimas.”
Por lo visto y dicho todo indica
que en el horizonte cercano no se van a
ver los estallidos de la paz. No habrá
tierra para quien la trabaja, pero tampoco tranquilidad para el que la usurpa.
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