Por Jeffrey M. Smith, 30 de julio de 2010
Illustración de Benjamin Karis-Nix
En una conferencia de la Industria Biotecnológica en enero de 1999, un representante de Arthur Anderson, una Compañía de Responsabilidad Limitada (LLP), explicó cómo habían ayudado a Monsanto a diseñar un plan estratégico. Se dijo a los ejecutivos de Monsanto que pensasen cómo les gustaría que fuese el mundo dentro de unos 15 o 20 años: describieron un mundo en el que todas las semillas comercializadas estuviesen patentadas y modificadas genéticamente (transgénicas). Así esta empresa Consultora se puso manos a la obra, desarrollaron la estrategia y las tácticas necesarias para lograr el objetivo: que Monsanto ocupase una posición de dominio en la Industria en un mundo donde las semillas naturales estuviesen en vías de extinción.
Era una propuesta audaz necesaria para limpiar su controvertida imagen. Una Empresa química que había contaminado la tierra con las sustancias de las más tóxicas nunca producidas, a los seres humanos y las especies animales, siendo condenada por estas atrocidades. De acuerdo con el ex Vicepresidente de Monsanto: “Éramos despreciados por todos nuestros clientes”.
Así que se redefinen así mismos como la Empresa de las “Ciencias de la Vida”, y luego procedieron a contaminar la tierra con tóxicos herbicidas, contaminar la reserva genética para todas las generaciones futuras con plantas transgénicas, y fueron condenados a pagar una elevada multa por falsedad y actuar de mala fe. El principal portavoz europeo de Monsanto admitió en 1999: “Todo el mundo nos odia”. Ahora, el resto del mundo se impone.
Salvar el mundo y otras mentiras
La historia de las relaciones pública de Monsanto en relación a los transgénicos se basa en cinco conceptos:
- Se necesitan los transgénicos para alimentar al mundo
- Se ha probado y demostrado que los transgénicos son seguros
- Los transgénicos aumentan los rendimientos
- Los transgénicos reducen el uso de pesticidas
- los transgénicos pueden ser contenidos, y por lo tanto coexistir con los cultivos no transgénicos.
Estos cinco puntos son falsedades, falsedades descaradas sobre la naturaleza y los beneficios de esta tecnología en pañales. La experiencias del ex empleado de Monsanto Kirk Azevedo ayuda a desenmascarar las dos primeras mentiras, y a comprender mejor la naturaleza de las personas que dirigen esta empresa.
En 1996, Monsanto contrata al joven Dr. Kirk Azevedo para vender el algodón transgénico. Azevedo acepta la oferta de empleo, no por el sueldo, sino por las ideas del Director General de Monsanto, Robert Shapiro. Shapiro pinta un mundo en el que es posible alimentar a todas las personas manteniendo el ambiente limpio con la ayuda de las nuevas tecnologías de su Empresa. Cuando visitó la sede de Monsanto en San Louis para la formación de nuevos empleados, Azevedo compartió su entusiasmo con Shapiro durante la reunión. Cuando terminó, un Vicepresidente de la Compañía le habló en privado y le puso las cosas claras: “Espera un segundo. Una cosa es lo que dice Robert Shapiro y otra lo que hacemos. Aquí estamos para hacer dinero. Él cuenta su historia, pero nosotros ni siquiera entendemos de qué habla”. Azevedo se dio cuenta de que estaba trabajando para una Empresa cuya único afán era el lucro, y todas la palabrería ampulosa sobre cómo ayudar a la tierra es sólo una fachada.
Pocos meses después recibe otro sobresalto. Un científico de la Empresa le dice que las plantas de algodón Roundup Ready ( es decir, preparado para resistir al herbicidaRoundup) contienen proteínas nuevas, no inicialmente previstas, como resultado del proceso de inserción de genes. No se han realizado estudios de seguridad sobre estas nuevas proteínas, y que con esas plantas de algodón, con las que se estaban realizando pruebas de campo, se alimentaba al ganado. Azevedo “tenía miedo de que algunas de estas proteínas fuese tóxica”.
Le pidió al doctor encargado de la parcela en la que se realizaba el ensayo que se destruyese el algodón en lugar de dárselo de comer al ganado hasta que se evaluase la seguridad de las proteínas, ya que podrían pasar a la carne o la leche de las vacas y podrían ser perjudiciales. El científico se negó. Azevedo habló con otros miembros del equipo científico de Monsanto para plantearles sus inquietudes acerca de aquellas proteínas desconocidas, pero nadie mostró el menor interés. “Fui condenado al ostracismo, poco a poco. Cualquier cosa que interfiriese en el avance de esta tecnología debía ser apartado del camino”. El Dr. Azevedo decidió dejar Monsanto: “No quería formar parte de este desastre”.
Monsanto, un pasado envenenado
El Dr. Azevedo sólo conoció una pequeña parte del carácter de Monsanto. Unos años más tarde fue declarado culpable en el juicio celebrado el 22 de febrero de 2002 de generar productos tóxicos en la ciudad de Anniston, Alabama, en su fábrica de PCB (policlorinato de bifenilo), algo que estuvo encubriendo durante décadas,:culpables de negligencia, ocultamiento de la verdad. De acuerdo con las leyes de Alabama, para ser declarado culpable de generar una indignación generalizada “se debe haber realizado algo tan escandaloso y grave en extremo que supera todos los límites de la decencia, considerándose atroz e intolerable en una sociedad civilizada” (1).
La multa de 700 millones de dólares impuesta a Monsanto fue la sentencia de un juicio iniciado por los habitantes de Anniston, en cuya sangre se encontraron altos niveles de PCB, del orden de cientos o miles de veces el promedio. Este producto químico es muy tóxico, y se utiliza como refrigerante y lubricante desde hace más de 50 años, de modo que ahora está presente en la sangre y en los tejidos de los seres humanos y en la vida silvestre de todo el mundo. Ken Cook, del Grupo de Trabajo Ambiental, dice que en base a los documentos de Monsanto que se hicieron públicos durante el juicio, la empresa “sabía la verdad desde el principio. Mintieron a este respecto. Escondieron la verdad a los vecinos”. Un informe de Monsanto da una justificación: “No podemos dejar de escapar ni un sólo dólar en nuestros negocios”. Bienvenidos al mundo de Monsanto.
Infiltrándose en las mentes y en los recovecos del Gobierno
Para obtener autorización para comercializar sus productos transgénicos, Monsanto ha ejercido coacciones, se ha infiltrado y ha pagado a funcionarios gubernamentales de todo el mundo. En Indonesia, Monsanto sobornó y realizó pagos un tanto oscuros a por lo menos 140 funcionarios para obtener la aprobación del algodón transgénico (2). En 1998, seis científicos del Gobierno canadiense declararon ante el Senado que estaban recibiendo presiones de sus superiores para aprobar la hormona de crecimiento bovino recombinada (rBGH) y que habían desaparecido una serie de documentos de un archivador cerrado en una oficina gubernamental. Monsanto les ofreció un soborno de 1 a 2 millones de dólares para que la hormona fuese aprobada sin la realización de pruebas de seguridad. En la India, un funcionario manipuló un Informe sobre el algodón transgénico Bt para hacer creer que sus rendimientos eran mayores, algo que beneficiaba a Monsanto (3). Y los empleados de Monsanto parecen haberse infiltrado en puestos claves del Gobierno de la India, de Brasil, Europa y en otros países.
Las semillas transgénicas de Monsanto fueron introducidas de forma ilegal tanto en Brasil como en Paraguay, antes de que fuesen aprobadas. Roberto Franco, delMinisterio de Agricultura de Paraguay, señala con cautela: “Hemos tenido que autorizar las semillas transgénicas porque ya habían entrado en nuestro país, digamos, de una forma un poco ortodoxa”.
En Estados Unidos, los empleados de Monsanto están infiltrados en las altas esferas del Gobierno y la Empresa ofrece puestos destacados a los altos funcionarios una vez que cesan en el servicio público. Esta política de puertas giratorias ha incluido a personas clave de la Casa Blanca, de las Agencias de Regulación, incluso entre la Tribunal Superior de Justicia. Monsanto ha contado con el beneplácito de George Bush padre, como se pone en evidencia por las muchas ayudas que ha tenido Monsanto para que se viesen aprobados sus productos y la burocracia gubernamental no interfiriese.: “Estamos en el mismo negocio. Tal vez podamos ayudar”.
La influencia de Monsanto continuó con el Gobierno de Clinton. Dan Glickman, que por entonces era Secretario de Agricultura, dijo: “Había un sentimiento generalizado dentro del Gobierno de que si no se aprobaban con rapidez los productos biotecnológicos, como los transgénicos, entonces, de alguna manera, íbamos contra la Ciencia y en contra del Progreso”. Glickman resume la mentalidad del Gobierno con las siguientes palabras:
“Teníamos la idea de que esta actitud a favor de esta tecnología de la Ingeniería Genética era buena, y que era casi inmoral decir que no, porque iba a resolver los problemas de la Humanidad; dar de comer al hambriento y vestir al desnudo... Se había invertido mucho dinero en esto, y si estabas contra esta tecnología eras considerado un estúpido ludita. Eso es lo que nuestro Gobierno puso en marcha. Habíamos considerado este asunto desde un punto de vista comercial, y aquellos, los luditas, lo que querían era impedir su comercialización. Eran tontos y estúpidos, y no pensaban en nuestros sistemas de regulación. Hubo mucha retórica incluso en nuestro Departamento. Te sientas como si no fueras leal, casi un extranjero, si te oponías a aquella visión de mente tan abierta. Así que hubo gran cantidad de retórica, y eso aparecía también en mis discursos (4)”.
Admitió: “Cuando expresé algunas dudas en la Administración Clinton sobre las débiles regulaciones existentes sobre los transgénicos, sólo me dieron unas palmaditas en la espalda”.
El secuestro de la FDA para conseguir la aprobación de los transgénicos
En Estados Unidos para obtener la aprobación de un nuevo producto alimentario son necesarias pruebas muy exhaustivas, incluyendo estudios a largo plazo de alimentación en animales (5). Existe una excepción: la de aquellos productos que son generalmente reconocidos como seguros (GRAS). Un producto con el estatus de GRAS permite que sea comercializado sin realizar pruebas de seguridad. De acuerdo con la ley estadounidense, para que un producto sea considerado GRAS deben realizarse una importante cantidad de estudios revisados por pares y debe existir un abrumador consenso dentro de la comunidad científica de que el producto es seguro. Los alimentos transgénicos no tenían ninguno. Sin embargo, en un movimiento que algunos expertos consideran ilegal, en 1992 la FDA declaró que los cultivos transgénicos eran GRAS, siempre y cuando sus productores dijeran que lo eran. Por lo tanto, la FDA no exigió pruebas de seguridad o etiquetado de ningún tipo. Una Empresa puede introducir un producto transgénico en los alimentos sin comunicárselo antes a la Agencia.
Un enfoque tan indulgente con los cultivos transgénicos fue el resultado de la amplia influencia de Monsanto sobre el Gobierno de Estados Unidos. Según el New York Times: “Lo que Monsanto deseaba, y por extensión toda la Industria Biotecnológica, era concedido en Washington... Cuando la Compañía decidió que debían suavizarse los reglamentos y acelerar el proceso para su comercialización, la Casa Blanca aplicó una política muy generosa de autovigilancia”. Según el Dr. Henry Miller, quien tuvo un papel destacado en cuestiones de Biotecnología en la FDA desde 1979 hasta 1994, “En esta área, las Agencias del Gobierno de Estados Unidos han hecho exactamente lo que la Industria Biotecnológica les pedía y les dijo que hiciesen”.
La persona encargada de supervisar la política sobre las transgénicos de la FDA fue elComisionado Adjunto de Política, Michael Taylor, un puesto que había sido creado especialmente para él en 1991. Con anterioridad Taylor actuó como un abogado externo, tanto para Monsanto como para el Consejo de Biotecnología de los Alimentos. Luego volvió a la FDA, como el zar de la seguridad alimentaria de Estados Unidos.
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