Libardo Sánchez Gómez
La dominación plutocrática global se solidificó
gracias a que las elites han logrado borrar en el grueso
de la población la noción del quién soy,
lo que “antes” se conocía como conciencia
clase; y fue fácil lograrlo gracias, entre otros, a la ignorancia política
planetaria, incluida la de muchos de los que acceden a la educación superior. Hábilmente los dominadores impusieron la idea
de la existencia de una neblinosa armonía entre los dueños de la riqueza y los que
trabajan toda la vida sin lograrla. Incluso la palabra proletario fue proscrita; hoy,
un obrero o un empleado “de poca o mucha monta” se sienten ofendidos al
incluirlos dentro del mundo del proletariado. Unos y otros, incluyendo gerentes,
producen mansa y gustosamente riqueza para los amos sempiternos; los anima la
secreta esperanza en un golpe de suerte
que los convierta en nuevos señores. De esta manera, los vándalos en el poder, manipulando mente y
conciencia, han asegurado su dominación eterna. Pero no
sólo obreros y empleados han perdido la noción del quien soy, pueblos nativos enteros han sucumbido al lavado de
conciencia. Muchos jefes indígenas (mamas, caciques) vienen entregando su bastón de mando
(conciencia) a sus ancestrales despojadores, y con una pretendida neutralidad
territorial se alinean a su favor. No de otra manera se explica el juzgamiento
exprés de los indígenas involucrados en los hechos donde murieron dos jefes; la
realidad es que los agredidos fueron los milicianos de su comunidad, pues los
jefes no sólo quisieron derribar las vallas alusivas al comandante Cano sino
que pretendieron arrebatarles sus armas, un imposible para un guerrero. Y ni
siquiera purgarán las insólitas largas penas dentro de su territorio sino que,
además, serán entregados a sus enemigos,
para que durante 60 años se les trate como bestias en
las mazmorras del Régimen.
Por todos los medios se hace creer que el
capitalismo es la puerta de entrada al paraíso, sólo que los miles de millones
de estómagos que amanecen y anochecen vacíos demuestran que el bendito modelo
es, apenas, un tortuoso sendero al infierno. Mostrando, a su vez, que la humanidad necesita
un sistema de organización social más amigable con el hombre y la naturaleza; un
modelo, llámese como se llame, que ponga
freno a la avaricia y haga posible que los hombres puedan acceder a todo lo de
todos.
Mientras los ricos se hacen más ricos, se ha
hecho esquivo el acceso a los bienes terrenales, al bienestar, a la justicia y a
la equidad por parte de los sectores anónimos. El grueso de la población es conducido ciegamente
hacia la nada entre una maraña de normas y leyes diseñadas a su acomodo por los
dominadores. El interés de capas medias y bajas (proletarios aunque
suene feo) terminó reducido a un tibio
forcejeo por ponerle rostro humano al
capitalismo salvaje, en tanto el interés
de los usurpadores, en palabras de Raúl Zibechi, está en “(…) mover de lugar o hacer desaparecer lo que
limita sus poderes. Básicamente, los sectores populares, indígenas, negros y
mestizos en nuestro continente” (Cómo piensa la clase dominante. La Jornada.
2014)
Así mismo, los usurpadores han ideado
ingeniosas maneras para hacerse a la riqueza de todos; una es mediante la acumulación de capital por reproducción ampliada,
ésta les ha permitido apropiarse del 90%
de los ingresos; otra forma de hacer más fortuna es la acumulación por desposesión
o despojo (David Harvey) llegando a robarse el 99% de la riqueza de todos. Pero
no contentos con lo anterior, también, vienen acumulando mediante el “robo
legal”, es decir, quedándose con buena parte de los ahorros y bienes de la
gente. Al respecto dice el mismo Raúl Zibechi que “Es probable que estemos ingresando en un sistema peor aún que el
capitalismo, una suerte de economía de robo, más parecida a la forma como
funcionan las mafias del narcotráfico que a los modos empresariales que conocimos
en la mayor parte del siglo XX”.
Para mantener la dominación global, el capital
corporativo, que tiene su corazón en
Washington, traza todo tipo de
estrategias: la guerra abierta, los golpes de estado y la invasión y, hoy día, “la guerra permanente”, con ésta atizan los
conflictos sociales internos hasta lograr asfixiar a los gobiernos no afectos al
imperio. E internamente los vándalos en el poder, “cachorros” del imperio, sofocan
los problemas y protestas sociales con bayonetas.
¿Qué hacer? ¿Aceptar como una fatalidad el que unos pocos se
apropien de las posibilidades de bienestar y felicidad del
hombre? La racionalidad, la ética y la dignidad indican que hombres y mujeres no pueden permitirlo. Es preciso canalizar esfuerzos para recuperar la
dignidad, oponiéndose al neoliberalismo y a la dominación del mundo por el
capital y por toda forma de imperialismo. El quid está en el cómo hacer para marchitar
el roble de la dominación plutocrática; unos piensan que la vía parlamentaria es la única posible, no obstante
la experiencia parlamentaria, también a nivel global, ha demostrado que el
parlamento es un medio inútil para lograr las transformaciones sociales que las
mayorías necesitan, por el contrario éste es una vía llana para que avancen las
locomotoras de la desposesión y dominación. ¿Qué nos queda más allá de la
desesperanza? Hay quienes piensan que es preciso que los agredidos usen en defensa propia todos los medios a su alcance.
Finalmente, otro asunto que hay que tener en
cuenta, ahora que se ventila la posibilidad de pactar acuerdos en La Habana
entre Guerrillas y Gobierno, con miras a terminar la confrontación armada y al
reintegro a la mal llamada civilidad (corrupción, paramilitarismo,
neocolonialismo) por parte de los insurgentes, es que las clases dominadores
bajo ningún presupuesto están dispuestas a compartir privilegios. Para
dilucidar esta idea es preciso traer a colación lo recientemente dicho por Atilio Borón, “Una
de las lecciones más ilustrativas es la ratificación de la verdad contenida en
las enseñanzas de Maquiavelo cuando decía que por más que se le hagan
concesiones los ricos y poderosos jamás dejarán de pensar que el gobernante es
un intruso que ilegítimamente se inmiscuye en sus negocios y en el disfrute de
sus bienes. Son, decía el florentino, insaciables, eternamente inconformistas y
siempre propensos a la conspiración y la sedición”.
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