Libardo Sánchez Gómez
Colombia parece condenada a pervivir atrapada en una
caverna de eterno conflicto y atraso social, por un
lado se ha convertido literalmente en una colonia del
imperialismo norteamericano, el imperio dispone a su antojo de los recursos
naturales, toma las
decisiones económicas y, aún, las políticas internas vertebrales, como por ejemplo,
los acuerdos de paz se deciden de
acuerdo a los intereses geoestratégicos del AMO; mantiene en el poder una oligarquía vasalla totalmente
arrodillada y dispuesta a todo para mantener su hegemonía. EEUU dispone de las bases militares cuando y en el momento que se le antoje y obliga a mantener una hipertrofiada fuerza militar, ¿tal vez,
pensando en Venezuela? Por otro lado en
el sector agrario prevalecen las prácticas de tipo feudal,
día a día mediante el despojo se acrecientan los latifundios. A dicha
concentración de tierras, ahora, se le quiere
dar visos de legalidad, para eso el gobierno presentó al Congreso el proyecto
de Ley que ampara Las Zonas de Interés de Desarrollo Rural, Económico y Social
(ZIDRES). Un análisis del mencionado proyecto realizado por la
coalición formada por CODHES, CINEP, Planeta Paz, Comisión Colombiana de Juristas,
Mesa de Incidencia Política de Mujeres Rurales Colombianas; Cumbre Agraria,
Campesina, Étnica y Popular; Dignidad Agropecuaria y Oxfam, concluyen que se
trata de un “instrumento que legalizaría
la acumulación irregular de predios —con antecedentes de baldíos— por parte de
empresas nacionales y extranjeras, causando efectos negativos en términos de
concentración y expropiación de tierra”.
En el
corazón de la modernidad y postmodernidad coexisten variadas formas de esclavismo, el de
tipo sexual (trata de blancas) el de las llamadas trabajadoras internas (sirvientas
les dicen despectivamente las amas de casa) las cuales son tratadas como en el
medio evo. La tercerización laboral extendida hasta las mismas empresas que, aún, le quedan al
estado es otra forma de esclavismo.
Hace más de
seis décadas en Colombia estalló una más
de las tantas guerras civiles, que ya hacen parte del folclor colombiano; esta vez fue protagonizada por sectores campesinos contra la clase
dominante, como única forma de evitar el despojo de sus bienes y parcelas. Pero dentro
de pocos días, en La Habana, este ciclo
armado será historia; probablemente de inmediato se inicie una nueva era de rebeldía armada. Por
esto en principio se creyó que Colombia sería el primer país de América
en avanzar hacia una sociedad más tranquila e igualitaria, pero como dicen los
arrieros “una cosa piensa el burro y otra el que lo enjalma”, la realidad se
empeñó en retener la historia en el círculo vicioso de la guerra y el atraso
social, político y tecnológico.
Y mientras en Colombia los fusiles llevaban a cabo persistente
y exitosamente su tarea emancipadora, malograda debido a los recursos
financieros, militares y tecnológicos del imperio, los vecinos latinoamericanos abrían, por las
buenas, las puertas al “socialismo del siglo XXI”. Hace cuarenta años Chile llevó a la presidencia vía
las urnas a un presidente socialista; treinta años
atrás nació el Movimiento de
trabajadores rurales sin tierra (MST) en Brasil; Hace 20 años retumbó el grito zapatista ¡Ya basta! en Chiapas en
contra del neoliberalismo y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) Hace 15 años Venezuela celebró la victoria electoral del comandante Hugo Chávez en Venezuela, que sería y será un
punto de referencia para toda América en la lucha contra el imperialismo.
También hay que destacar los triunfos electorales de los gobiernos
progresistas, con un discurso marcadamente antiimperialista, del indígena Evo Morales en Bolivia y de Rafael Correa en
Ecuador.
Claro que la
felicidad duró muy poco, con el paso del
tiempo estos procesos se han ido desvaneciendo; desgraciadamente el salto cualitativo dado en Chile
prontamente fue dinamitado por el mismo imperio que nos esclaviza. Hoy chile, con una presidenta supuestamente
socialista, junto a México, Colombia y
Perú son utilizados como ariete por los gringos para atacar los procesos
integracionistas latinoamericanos
especialmente al MERCOSUR. En Brasil la derecha, como en toda partes, es asesina,
el 26 de enero de 2013 fue acribillado uno de
los líderes del MST, Cícero Guedes do
Santos en la localidad Campos dos Goytacazes. La violencia
estatal, también, se hizo ver con la Masacre de Eldorado dos Carajás donde murieron en el acto 19
campesinos del MST ametrallados por la Policía Militar (PM). Posteriormente el MST vio la oportunidad
de acceder al poder a través del apoyo político
al Partido de los Trabajadores PT en
2005, para la reelección de Ignacio Lula Da Silva. En la actualidad Dilma Rousseff bracea con dificultad para mantenerse a
flote. La tibieza e indecisión de la izquierda brasileña tiene a la derecha a
las puertas de la retoma del poder. En el caso
venezolano el triunfo del Comandante Chávez fue emblemático por lo que
representó para la liberación e integración de América. Pero hoy su sucesor, ungido por el mismo Chávez, Nicolás Maduro, sin haber avanzado un metro hacia el pregonado
“socialismo del siglo XXI”, está a un
zarpazo de la derecha y del imperio. En Ecuador el presidente Rafael Correa
recula en busca del FMI, y en Bolivia Evo
Morales avanza sin una brújula que le muestre donde está
lo que anda buscando.
¿Qué pasó? ¿Qué
ha llevado al desgaste de estos, que se auguraban exitosos movimientos
sociopolíticos emancipatorios pacifistas? Para Franck Gaudichaud (Revista
Memoria – México. 2015) “…estos procesos
políticos parecen topar ante grandes problemáticas endógenas, fuertes poderes
fácticos conservadores (nacionales como también globales) y no pocas
indefiniciones o dilemas estratégicos no resueltos”. Para ampliar el
análisis, hay que decir que estos movimientos político sociales, que lograron
acceder al poder mediante el voto, tuvieron en su génesis bases
rebeldes sólidas, pues fueron gestados y
paridos por los sectores populares al
calor de las luchas en las calles, en los campos, dentro de las empresas, en
las universidades, contra las clases
dominantes. ¿En qué momento comienza el
punto de inflexión que los hace retroceder? Se observa que estos movimientos
anti sistema progresan hasta tanto la dirección no se sale de las propias manos
de las bases populares. También se observa, como patrón, que mientras las bases rebeladas o en
rebelión ejercen al interior un manejo transversal avanzan
exitosamente en la consecución de sus metas. Una vez ceden el manejo a un caudillo mesiánico la
administración se jerarquiza de manera totalmente vertical y el impulso
dialéctico transformador se ralentiza; paulatinamente las bases, que les fabricaron las alas, van siendo relegadas hasta el momento en que ya no son escuchadas.
Es palpable que mientras los movimientos sociales
se están gestando establecen y conservan una línea política, que apunta a la destrucción del viejo modelo
socioeconómico (capitalismo) e, invariablemente, son de
corte revolucionario de tipo marxista; y, como se dijo atrás, la dirección transversal responde a los intereses de las mayorías; pero a medida que crecen en capacidad de convocatoria, también, van creciendo los destructivos intereses
personales. Los más vivos se apropian de
los movimientos, nombran unas camarillas para que les secunden en la prosecución de sus propios intereses; con el paso del tiempo van girando a la
derecha, se apropian de los recursos colectivos convirtiéndose en ostentosas burocracias de “izquierda”, que
desde luego no van a querer limitar la acumulación
de la riqueza. Finalmente terminan emitiendo
ucases, que los distancias definitivamente
de las masas y de los fines revolucionarios inicialmente perseguidos.
En
Venezuela, donde se creía que el “socialismo del siglo XXI” remplazaría prontamente al
capitalismo globalizador, el pueblo terminó creyendo que es lo mismo un modelo que otro. Y da la
impresión que al gobierno no le importa el reiterado respaldo popular, ¿no entiende que
el mandato es para limitar la acumulación de riqueza por
parte de los particulares así como para
acabar con los privilegios, que generan la desigualdad social? Pero la paciencia tiene límites, si los gobiernos llamados de izquierda no se montan en el tren de las
transformaciones, el pueblo terminará subido en la locomotora de la derecha, es
fácil que le endulcen el oído.
En los países latinoamericanos llamados de izquierda el socialismo termina en una que otra nacionalización de empresas, sobre todo las relacionadas con el petróleo, y algunas necesarias medidas de tipo social. Pero por otro lado el neoliberalismo sigue campante; sectores claves de la economía e, incluso, los servicios públicos son manejados por los particulares, por ejemplo, la salud y los jugosos fondos de pensiones.
Cualquier observador desprevenido diría que se confunde
socialismo con asistencialismo. Claro que es
muy loable la ayuda a las personas en situación de pobreza, que son
la mayoría del pueblo; precisamente los programas
de asistencia social han hecho la diferencia con la burguesía tradicional. El
pueblo en general se ha visto beneficiado con
salud de calidad gratuita, también existe gratuidad en la educación en todos los
niveles; todos los nacionales tienen
derecho a un bono de artículos básicos (lo más parecido a una canasta básica); la
seguridad social es general, quien
llegue a los sesenta años disfruta de una pensión vitalicia. Algo parecido,
pero en menor grado, ocurre en los
demás países latinoamericanos
considerados progresistas; y si se compara el socialismo a la latinoamericana (excepto
el chileno que ni asistencialismo otorga) con el europeo, como el de España
y Francia, acá es más radical. Estas medidas populistas sin
duda constituyen el aglutinante que,
aún, mantiene a Maduro pegado al solio presidencial.
Fatalmente, los llamados gobiernos progresistas ya están
condenados a desaparecer. No está en su esencia desmontar el caudillismo y las
camarillas corruptas que se han montado a su alrededor. Mientras perduren
gravitarán alrededor del sueño socialista reproduciendo el capital. Y si los movimientos de izquierda no caminan por la izquierda tarde
o temprano terminarán a la vera del camino añorando espejismos inalcanzables.
A la
destrucción del capitalismo no sólo apuntan los marxistas sino personajes como
el papa Francisco, quien llama “hacer una
revolución contra el capitalismo”, también convocan a lo mismo el
científico Stephen Hawking, quien ha hablado sobre “…los catastróficos efectos que el capitalismo puede generar como motor
de la caída humana”. Y en la misma dirección apunta el magnate Bill Gates, en
una entrevista a The
Atlantic describió al sector privado como “ineptos en general e
incapaces de hacer frente a la crisis climática debido a su enfoque en las
ganancias a corto plazo y los beneficios máximos”.
Como conclusión, los sectores populares, que
aspiren a ser protagonistas de su propia historia, tendrán que tener en cuenta
que son las bases, con una dirección absolutamente transversal, las llamadas a conquistar y mantener el poder.
Y tendrán
que seguir una línea revolucionaria que,
sin temor, apunte a la destrucción del modo de producción capitalista, recurriendo para ello a la combinación de todas las formas de lucha.
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