lunes, 17 de agosto de 2015

El Padre Chucho o la ignorancia punible


¿Tendrá alguna utilidad explicarle que los ateos creemos tanto en el amor como los cristianos?

Por:  agosto 17, 2015


La ignorancia no es digna de castigo per se. No puede serlo. En especial cuando es el resultado de la dificultad en el acceso al conocimiento.
Lo que sí en efecto puede ser, es altamente peligrosa. Sobre todo cuando quien la sufre es un personaje público que es visto, al menos por un grupo poblacional, como un legitimador.

Jesús Hernán Orjuela, conocido como el Padre Chucho, es el ejemplo perfecto del ignorante punible. Ese que se regodea en su analfabetismo mental, lo exhibe como si se tratase de un trofeo e infecta con el a quienes lo ven como guía.

Se trata del mismo personaje que, luego de ser increpado por vecinos y autoridades de la localidad de Kennedy en Bogotá por apropiarse sin autorización oficial del espacio público para celebrar estruendosas misas matinales, respondía: “Que venga el alcalde, que lo estoy esperando a ver si me va a sacar. Pero primero lo saco yo a él” (…) “Yo solo tengo que cumplir la ley de Dios”. 
Sin embargo esas destempladas exhibiciones de ignorancia legal y de poquísima capacidad de ponerse en el lugar de los otros, lejos de condenarlo al ostracismo social, lo han convertido en una estrella de los medios, invitado estelar a los reality cantinflescos y celebrado escritor de libros de autoayuda.
Es precisamente una cita de su libro Pregúntele al padre Chucho la que lo pone, de nuevo, en los muros de algunas redes sociales.
Dice el maquillado neogurú: “Entonces, con respecto a los ateos, si es que no creen en el amor, tendrán que asumir que Dios no existe y quien asume esto es un terrorista que destruye vidas, pues no hay nada de valor. Quien asume la vida sin amor es un peligro para la sociedad y mucho más si ejerce una función de gobierno”.
Convengamos en que su argumento, tan sólido como su redacción, tan defendible como su gramática, tan robusto como su sintaxis y tan claro como su sotana, debería desvirtuarse a sí mismo por el simple peso del raciocinio infantil con el que se ha escrito. Pero el peligro radica exactamente en eso: en que para un número nada despreciable de ovejas, las opiniones de su pastor son una extensión de la palabra de dios y por ello resultan infalibles.
¿Tendrá alguna utilidad explicarle al señor Chucho que los ateos creemos tanto en el amor como los cristianos y lo ejercemos en no pocas ocasiones con más congruencia que ellos?
¿Valdrá la pena intentar llevar hasta su mente obtusa el mensaje de que resulta más destructivo para la sociedad quien juzga a los demás por su diferencia perpetuando  los prejuicios que quien renuncia a creer en un amigo imaginario?
¿Servirá de algo tratar de explicarle que su comparación entre ateísmo y terrorismo es una exuberante y frondosa muestra de ignorancia, difícil de superar aún para un personaje como el? No. Ni tiene utilidad alguna, ni vale la pena, ni sirve de nada. Los ignorantes vocacionales, los que deciden serlo, los que se dan al perfeccionamiento metódico de la torpeza intelectual, son casos tan perdidos como peligrosos. Y el Padre Chucho es un ejemplar de lujo entre esa fauna.
Tomado de Las dos orillas.

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