¿Tendrá alguna utilidad explicarle que los ateos creemos tanto en el amor como los cristianos?
La ignorancia no es digna de castigo per se. No puede serlo. En especial cuando es el resultado de la dificultad en el acceso al conocimiento.
Lo que sí en efecto puede ser, es altamente peligrosa. Sobre todo cuando quien la sufre es un personaje público que es visto, al menos por un grupo poblacional, como un legitimador.
Jesús Hernán Orjuela, conocido como el Padre Chucho, es el ejemplo perfecto del ignorante punible. Ese que se regodea en su analfabetismo mental, lo exhibe como si se tratase de un trofeo e infecta con el a quienes lo ven como guía.
¿Tendrá alguna utilidad explicarle al señor Chucho que los ateos creemos tanto en el amor como los cristianos y lo ejercemos en no pocas ocasiones con más congruencia que ellos?
¿Valdrá la pena intentar llevar hasta su mente obtusa el mensaje de que resulta más destructivo para la sociedad quien juzga a los demás por su diferencia perpetuando los prejuicios que quien renuncia a creer en un amigo imaginario?
¿Servirá de algo tratar de explicarle que su comparación entre ateísmo y terrorismo es una exuberante y frondosa muestra de ignorancia, difícil de superar aún para un personaje como el? No. Ni tiene utilidad alguna, ni vale la pena, ni sirve de nada. Los ignorantes vocacionales, los que deciden serlo, los que se dan al perfeccionamiento metódico de la torpeza intelectual, son casos tan perdidos como peligrosos. Y el Padre Chucho es un ejemplar de lujo entre esa fauna.
Tomado de Las dos orillas.
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