Libardo Sánchez Gómez
Las conversaciones en La Habana
entre las FARC EP y el Gobierno colombiano, dadas las implicaciones
sociopolíticas regionales, trascienden el quehacer político doméstico; hay
muchas personas al interior y foráneas, de todas las tendencias ideológicas,
que buscan influir en sus resultados. La mayoría de formadores de opinión están
a favor de la firma de un acuerdo, aceptando que nada cambie, con tal que se
ponga fin al alzamiento en armas. Solo un grupo de analistas, los que se pueden
contar con los dedos de la mano, intentan prevenir a los negociadores
insurgentes sobre el significado, para
el pueblo excluido colombiano, de firmar
acuerdos basados en dicha premisa. Sobresalen
entre los últimos el destacado sociólogo
y analista político internacional James Petras y el reconocido periodista
Hernando Calvo, y ahí me incluyo. Esta posición me ha convertido en
el blanco de insultos de grueso calibre, y no creo que vengan de la
ultraderecha, pues ésta no quiere que se firme acuerdo alguno así implique la
rendición incondicional de los insurgentes, pues necesitan la guerra ya que de
ella viven. Los ataques se dan porque: “… está dañando los esfuerzos de muchos…”, es fácil
entender que se trata del esfuerzo del grueso de los pazólogos, quienes, desde
su posición de acomodamiento en el establecimiento, son los principales
beneficiarios de la firma. Sobre esto señalan
Lara Montesinos Coleman y Gearóid Ó Loingsigh, en La paz en Colombia: Realidad, mito y fantasías, Brighton y Bogotá,
abril 2013, que: “Los académicos o
activistas que señalan las deficiencias del proceso son acusados de estar a favor
de la prolongación de la violencia. No obstante, es necesario abordar la
realidad del conflicto y los intereses que en él se involucran. Ninguna
fantasía puede suplantar la realidad de un régimen asesino o las artimañas de
engaño y distorsión que hacen parte del proceso de “paz”.
Pero parece que todos los
analistas, tanto en uno como en otro sentido,
hemos navegado sobre una premisa
equivocada, a cual más hemos creído que “las FARC EP siguen siendo una
guerrilla de izquierda”, entendiendo por esto que, aún, mantienen su carácter
marxista leninista y que, por lo tanto, luchan por una sociedad socialista; las últimas declaraciones de Timochenko así lo
dan a entender, pero hay dudas razonables.
Y si esto es verdad la Izquierda está parloteando fuera
de lugar; entonces, habrá que dejarle las discusiones económicas a los técnicos del capitalismo como al
profesor Eduardo Sarmiento y las de carácter político a los izquierdistas
socialdemócratas tipo POLO, MOIR y Marcha Patriótica; a la izquierda revolucionaria poco le importa
el manejo monetario y fiscal del modelo
neoliberal actual; los de izquierda vamos más allá de la “protesta social”, la cual tan sólo busca mejorar el capitalismo,
otorgando algunas mejoras a los “inconformes”, la lucha política de la
izquierda es transformadora, se trata de destruir al
capitalismo y con éste todas sus superestructuras culturales, religiosas,
jurídicas y políticas, para implantar la sociedad socialista, y sabemos a
ciencia cierta que jamás se logrará por las buenas. Pero esto no implica
siquiera una lejana incitación a que, contra viento y marea, las FARC EP sigan ofrendando sus vidas para lograrlo.
Son varias las razones que hacen
dudar de la posición ideológica de las FARC EP; la
primera se encuentra en la respuesta de Ivan Márquez al periodista Hernando
Calvo: ““En la mesa no estamos planteando
cambios radicales a las estructuras políticas ni económicas del Estado. Ahí no
se habla de socialismo ni de comunismo. Lo que buscamos es generar condiciones
para llegar a un entendimiento con el gobierno. Un espacio donde encontremos
las distintas visiones. Sabemos que por eso algunas organizaciones de
izquierda, no sólo colombianas, ya dicen que nos volvimos una guerrilla
reformista”. Y al sentarse a conversar, “aceptando que nada cambie”, por lo menos tienen otro ideario de lucha o están
desatendiendo lo que dijo Alfonso Cano: “Desmovilizarse
es sinónimo de inercia, es entrega
cobarde, es rendición y traición a
la causa popular y al ideario revolucionario que cultivamos y luchamos por
las trasformaciones sociales, es una
indignidad que lleva implícito un
mensaje de desesperanza al pueblo que confía en nuestro compromiso y
propuesta bolivariana" (las negrillas son mías). Hernando Gómez Buendía, muy del
establecimiento y analista político de altos quilates, opina acerca del modelo de Estado que proponen las
FARC, dice: “(…)Es una lista lo bastante
extensa para incluir ideas buenas, ideas dudosas e ideas locas – pero no para nada que suene a partido único
o a dictadura del proletariado: las FARC no aspiran a un Estado comunista” (las
negrillas son mías). Y agrega: “(…) son tesis que comparten muchos demócratas a
secas. Las elecciones populares del Procurador, el Contralor, el Fiscal, el
Defensor del Pueblo y los miembros del Consejo Electoral – aunque suenan
progresistas- son en efecto dudosas o alocadas”. La cuestión es que,
cualquiera que sea su orientación política, están en todo su derecho de parar
la confrontación cuando así lo decidan, nadie les obligó a tomar las armas y
nadie puede impedirlo que las depongan; y tampoco hay duda alguna acerca de que se dedicarán a
defender los intereses de las clases populares, así lo ratifica el comandante
Pastor Alape en su entrevista a PERIFERIA
PRENSA, a la pregunta ¿Cómo entiende las Farc la paz? Él contestó: “Sencillo. Un país donde la gente pueda vivir
sin la preocupación constante de que va a ser detenido, encarcelado, torturado
o asesinado porque piensa distinto a los gobernantes, o ser amenazado y
desplazado de la tierra porque hay poderosos que se quieren beneficiar de ella.
Un país donde se viva sin la incertidumbre de qué será el desayuno de mañana
porque no hay un centavo en el bolsillo, o en dónde se va a guarnecer la
familia porque no tiene vivienda”. Así es que actuando dentro del modelo socialdemócrata (¿plutocrata?) para lograr
reformas sobran las balas.
Repasando la experiencia internacional y la presencia tras bambalinas de los Estados
Unidos en las conversaciones en La Habana, Lara
Montesinos Coleman y Gearóid Ó Loingsigh opinan que: “Hay un clima internacional común a todas las rendiciones de alzados en armas, y es que terminan
comprometidos con la praxis de la realpolitik local, por lo que en ningún caso
se puede hablar de “revoluciones triunfantes”. Y es necesario destacar que,
en Latinoamérica, detrás de todos los procesos de reinserción han hecho presencia los Estados Unidos; hoy
respaldan el deseo del Presidente Santos de llegar a un acuerdo negociado; el imperio sabe cuidar sus intereses; los citados investigadores recuerdan: “No olvidemos que en 1928, mucho antes del
surgimiento de los movimientos insurgentes de izquierda en Colombia, el
Gobierno de Estados Unidos amenazó con invadir el país, si el Gobierno
colombiano no actuaba en defensa de los intereses de la United Fruit Company,
durante un paro de trabajadores colombianos de las bananeras”. Qué será ahora que Colombia es vital para sus
intereses geoestratégicos de dominación global. Es innegable que el imperio ha estado desde siempre en Colombia de manera
omnipresente; anotan los mismos investigadores: “A principios de la década de los 60, poco antes del surgimiento de las
FARC y el ELN, Estados Unidos implementó una campaña brutal de
contrainsurgencia: El Plan Laso, fundamentado en sabotaje y actividades
paramilitares y/o terroristas contra reconocidas figuras del comunismo”. Como
resultado, la guerra sucia concedió a las fuerzas estatales “el derecho a....
exterminar trabajadores sociales, sindicalistas y personas que no respaldaran
los estamentos oficiales”. Y, nada menos que el fundador de las FARC EP,
Manuel Marulanda Vélez, declara: “para que el guerrillero tenga claridad sobre
la importancia de sus propias tareas, como son las que nos plantemos cuando
proponemos al pueblo, y especialmente al campesinado la realización de una
verdadera reforma agraria revolucionaria que liquide el monopolio latifundista
de la tierra en Colombia y libere al país de los opresores norteamericanos”
Jacobo Arenas, Diario de la Resistencia de Marquetalia, 2000.
Para Libardo Sarmiento, “el respaldo internacional (USA) a la “paz”
en Colombia debe entenderse como la consolidación del modelo impuesto mediante
las directrices norteamericanas”. Estas líneas sirven para reiterar que la
oligarquía podrá pactar sólo lo que los amos del Norte les permitan, por cierto
poco y nada. Las FARC EP deben tomar atenta nota, pues parece que
están
frente a un interlocutor no válido. Son los
gringos quienes dicen cuándo y qué negociar. Razón por la cual el vocero de los
negociadores del gobierno, Humberto De la Calle, con su rictus de haberse
comido un ají entero, a todas las propuestas de los insurgentes contesta: no y
no.
Por falta de espacio no se
mencionan los puntos exigidos por los insurgentes en la segunda etapa de
negociaciones, pero veamos lo que dice al respecto Gómez Buen Día, quien expone
en primer lugar una idea moralista: “(…) Pero
por otra parte implican puntos de principio o de valores, que una sociedad sana
no tiene por qué aceptar”, por cierto calificación no muy propia para una
clase en el poder enferma, inescrupulosa y genocida. De la lista de concesiones opina: “Comenzando por lo más elemental: cuidar que
no asesinen a los ex guerrilleros es un deber evidente del Estado; pero la
“comisión internacional” no lo garantiza ni es fácil de conciliar con la
soberanía nacional”. Cierto, esto no será posible dentro de la trama
paramilitar existente, el paramilitarismo es imposible de desarticular, pues
trasciende las posibilidades del Gobierno. Este aventajado analista desecha todas las peticiones y sólo
cree que el gobierno podrá ceder en: “(…) Las
demás son ventajas para el partido que surja de las FARC: personería automática,
dinero extra del Estado, medios de comunicación propios y asiento en el Consejo
Electoral”. Y esto lo ve: “como una
parte (pequeña) del precio de la paz, o aún como una forma de nivelar la cancha
que está desbalanceada, pero también como una competencia desleal en una
democracia pluripartidista”.
La verdad es que una oligarquía
envalentonada con el respaldo del Departamento de Estado Norteamericano no cederá ni un milímetro de sus privilegios,
solo concederá ventajas en lo referente a las penas, porque a ellos les
conviene más que a nadie, también en la
participación en el parlamento y en el CNE, en un canal de televisión y plata
para pagar un salario mínimo durante unos meses a las bases
desmovilizadas. Así que en el horizonte
de la Paz con justicia social el
panorama se vislumbra claro oscuro.
El balón de la guerra y la paz, está en la
cancha de las guerrillas FARC EP y ELN, los EEUU cederán tanto como cedieron en
el TLC firmado con el Gobierno Colombiano.
Y, como nada cambiará, la guerra continuará con o
sin FARC EP y ELN. En todo caso si no hay Acuerdo las FARC EP saldrán
fortalecidas, pues el mundo las ha visto en vivo y en directo, proponiendo salidas
civilizadas a la violencia y grave crisis socioeconómica en que la casta
dominante ha sumido a las clases menos favorecidas desde siempre; también, como un grupo cohesionado con una
amplia agenda política, y que no son como los tilda la oligarquía una manada de
terroristas.
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