_ Aquí no hay más que niñas perversas— gritó belicoso — y se alejó a todo galope maldiciendo y levantando polvareda.
_
Chirchir, dígale a su viejo que se comporte… — anotó el “raspachín” Isaías
Díaz.
Realmente ninguno le dimos mayor importancia al
incidente dado que se trataba del padre de nuestro compañero.
_
Después que le pase “la rasca” el viejo vendrá a ofrecer disculpas…— explicó su hijo Chirchir, y habiendo agotado sus últimos restos, sin más, decidió
seguir a su padre.
_ Bueno… muchachos ya vuelvo, voy a traer
plataaa… y suerteee…— gritó cuando iba
bien lejos.
Cómo se soportaban
padre e hijo si ambos militaban en bandos contrarios, que luchaban a
muerte. Parece que la mamá de Chirchir
era el catalizador.
La constitución bioquímica del paralelo Castañeda era bastante diferente a los demás coterráneos, cuando perdía los estribos ni un balín de sustancias psicoactivas le calmaba; definitivamente, era absolutamente inmune a la actividad de los psicoactivos, el mismo hijo, en muchas oportunidades, con la esperanza de hacerle cambiar su manera de comportarse y ver la vida, mientras dormía la borrachera le inyectaba en las venas la droga de la verdad , pero sus esfuerzos siempre fueron en vano.
La constitución bioquímica del paralelo Castañeda era bastante diferente a los demás coterráneos, cuando perdía los estribos ni un balín de sustancias psicoactivas le calmaba; definitivamente, era absolutamente inmune a la actividad de los psicoactivos, el mismo hijo, en muchas oportunidades, con la esperanza de hacerle cambiar su manera de comportarse y ver la vida, mientras dormía la borrachera le inyectaba en las venas la droga de la verdad , pero sus esfuerzos siempre fueron en vano.
Al descompletarse el
grupo en la mesa de mi hermano los jugadores se pasaron a la nuestra. Mientras
se comentaba el incidente se apuraban una tras otra sendas copas de aguardiente. Aproveché
para ir al mostrador donde se encontraba la Negra Melia allí cruzamos pocas palabras, pues era grande el trajín; un pellizquito en su monumental trasero fue suficiente motivo para obligarla a concederme una cita. Acordamos que tan pronto terminase el juego de cartas nos encontraríamos furtivamente bajo el tatabuco, un corpulento árbol el cual era escogido
por todas las parejas enamoradas como generoso alcahuete. El vegetal repartía
sombras entre la parte urbana del caserío y los predios rurales del Manco
Matías.
_
Si no tienen chipolo o relancina tiren
la toalla — les dije amenazadoramente, la amenaza iba para el jugador que no tuviese dos ases o un as y una
figura.
Al reiniciar la partida los había azuzado hasta quitarles
la talla, y luego de arrebatársela
a Maciel ninguno pudo quitármela.
_ ¿Apuestan? La suerte les espera.. _ luego de repartirles a todos, destapé las mías, el
doce de espadas y el doce de oros, y sabía que sobres estas luego caerían respectivos ases; todos aspiraban a ganarme al menos en una de
las manos; las cartas altas son un dolor de cabeza para cualquiera, pues en este caso es muy probable que el tallador o cualquier jugador al
pedir una carta más quede con un puntaje muy bajo y al pedir otra sobrepase los
veintiún puntos.
_ Carta para esta... y en la otra me quedo — indicó el manco Matías señalando con el muñón la carta de la izquierda.
Me
di cuenta que no pedía otra carta dado que tenía una sota y un ocho, me
era fácil adivinar las cartas ya que, en
un abrir y cerrar de ojos, las había
marcado en la esquina derecha. Yo con el rey de espadas y el cuatro de
oros aseguraba veinte y media. Todos dudaban,
no estaban seguros sí los estaba cañando o en realidad me acercaba a
veintiún puntos, pues casi todas las manos se las había ganado a puros
triquitraques. Matías se rascaba la
calva, se había ido en una con
veinticuatro puntos y en la otra, como lo suponía, apenas tenía diez y ocho puntos; no se atrevió a pedir más cartas.
_
¿Doy cartas? mejor no arriesguen su dinero…, con
ambas gano — lo dije para presionarlos
una vez más.
Esta
vez estaban seguros que cañaba por lo que todos plantaron con lo poco o mucho que
tenían. Pero quedaron
boquiabiertos cuando tiré el rey
y un cuatro, haciendo veinte y media; a dos manos retiré de la mesa el abultado
montón de billetes.
_
Doy cartas señores…_ grité de nuevo, y lancé una ronda de cartas tapadas.
_
Relancina… relancina… — anunció Matías frotándose las manos, y lanzó sobre la
mesa el rey de bastos y el as de copas.
_
No se emocione tanto, porque aquí hay chipolo —
le atajé — Y lancé sobre las
cartas del Manco los ases de oros y espadas.
Esta vez, recogí sin avidez lo poco que había sobre la mesa.
_
Doy cartas...— esta vez fui yo
quien quedé tragándome las palabras.
El viejo Castañeda, apareciendo de la nada, afirmó las espuelas sobre el
costillar del sudoroso cuatro patas y lo lanzó sobre nuestra mesa.
_
¿Quién dijo que soy un hijo de puta…? A ese maldito… le voy quitar la lengua para que se la coman
los chulos…
Mi hermano dejando de
lado su decencia y buenas maneras dio un brinco adelante, tratando de calmar al viejo; entre tanto
el raspachín a quien le decían el Chato José le gritó pausadamente:
_
Yo..., yo lo dije... y se lo repito: Hijo... de…pu…ta… barata...— el tono y la mirada
desafiante del jugador terminaron por enardecer al viejo caporal.
Los ojos de ébano de Silvio expelieron chispas,
saltó del caballo con sorprendente
agilidad quedando frente de Maciel y del Chato José. El olor a muerte se
expandió por el patio y sobrevoló la cocalera alcanzando una manada de
jirigüelos. Yo seguía atento los movimientos
de los tres hombres con el dedo en el gatillo de mi revólver, un Smith Wetson
treinta y ocho largo recortado, el cual se movía nervioso dentro de la funda.
Mi corazón, caballo
desbocado, quería saltar hacia la nada, intenté calmarlo tragando saliva, pero
había más agua en Marte que saliva en mí boca.
_
¡Maldito!_ tronó Castañeda_ ¡ lo voy a
mandar derecho al infiernooo…!_ Con una palmada en las ancas espantó al bayo el
cual desapareció como un fantasma en busca del esquivo sol del atardecer.
El viejo se veía más
pálido que el rey de espadas; completamente desencajado por la ira piafaba
más fuerte que el caballo; el labio inferior le temblaba y la hiel le salía en
espumarajos. Maciel permanecía en
actitud de arquero de fútbol listo a tapar un penalti. Me hice a la derecha de
Castañeda a menos de un metro, el viejo se sorprendió y de momento no supo a
quién atender. Cuando noté que el
energúmeno retador mandó la mano a la funda
de su revólver el mío ya estaba
apuntándole al corazón. Pensé que hasta ahí le llegaba la bravuconada; creí que
al ver la muerte a pocos centímetros envainaría su arma y sus amenazas. Pero
no, desafiando la parca, con la agilidad
de un matón avezado dio un salto atrás y desenfundó el arma tan rápido como lo haría un pistolero del
Oeste, apuntó el cañón a la altura de la
cabeza de mi hermano y disparó; el estruendo hizo temblar al mundo y volar en
desbandada a los jirigüelos los que espantados volaron hasta la horqueta de un
corpulento árbol de conservo a esperar el desenlace. Un chisguete de sangre llegó hasta mis ojos
cegándome por un instante. Maciel dio un
paso atrás trastabillando como si hubiese atrapado un balón y fuesen juntos al
fondo del arco, en ese instante temí que el tiro hubiese sido mortal. Afortunadamente
la bala tan sólo le mordió la base de la
oreja derecha y fue a estrellarse en una ruleta haciéndola girar locamente. El
viejo dirigió de nuevo el arma hacia la cabeza de Maciel, pero antes que alcanzara a apretar de nuevo el gatillo
una acerada lámina surcó invisible el viento y penetró en la parte ventral de la muñeca del
agresor. Ninguno nos dimos cuenta en
qué momento Maciel arrancó de la vaina el
machete al raspachín Chato José, éste desesperado intentaba inútilmente encontrar
la lámina en la funda vacía, habiendo quedado
sin saber qué hacer como si también le
hubiesen arrebatado el cerebro. El Chato al verse desarmado de esa manera en el momento menos oportuno se sintió inútil, y abrigó más
rabia hacia Maciel que contra el mismo Castañeda; entonces sin oficio, escapó de las balas
y del filo de su propia espada encogido como un pangolín.
_
!Es tuyo Alejo..!— gritó Maciel en tanto el revólver corría tras de mí.
El revólver de
Castañeda voló en mi dirección, lo apañé
a media altura; era otro treinta y ocho largo, un antiguo Sánchez Amaya, venía
hecho a la medida de mí mano. Antes que
Castañeda pudiera sacar con la otra mano una pistola que llevaba en la espalda,...
CONTINUARÁ......
Nota: si alguien se interesa en editarla, favor comunicarse con: lisago25@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario