Los
colombianos, como es lógico, cada uno puja por sus propios intereses; en
La Mesa de Conversaciones de La Habana, aunque no le guste a muchos, el sector popular está representado
por las FARC-EP y el resto por el gobierno. Y como fruto de los acuerdos la
clase popular espera que sus hijos puedan ir a las universidades, los
de la tercera edad, sin importar cuánto tiempo y dinero hayan cotizado, desean
gozar de una decorosa pensión; las familias quieren poder dormir en una
vivienda propia y hombres y mujeres, en general, anhelan poder disputar un puesto de trabajo en igualdad de
condiciones. Pero otros individuos, por el contrario, esperan que las conversaciones no
fructifiquen, para incrementar las hectáreas “sembradas en biocombustibles” en sus de por sí ya extensos
latifundios, que es lo que, también, quieren las corporaciones transnacionales.
Juan Manuel querrá ver los
vagones de las locomotoras mineras plétoras de riqueza pasando raudas al lado de los enormes
cráteres dejados por las excavadoras rumbo al extranjero; los parásitos
del parlamento sueñan viendo sus sueldos y pensiones acercarse a cien devaluados millones de pesos mensuales.
¿Cuál será la realidad? ¿Triunfará la
sensatez o el pillaje se impondrá? ¿Podrá la burguesía
pactar acuerdos sin la autorización USA? ¿A USA le conviene pactar la reconciliación
entre los colombianos? Amanecerá y veremos.
¿Por
qué la burguesía colombiana prefiere una guerra eterna a vivir en paz? Simplemente
porque no pone los
muertos ni los mutilados, sus órganos represivos se nutren de los excluidos y,
además, cuentan con el poderoso respaldo del
imperio USA. El imperio lo hace desde que los criollos echaron al imperio
español, las castas dominantes se
lanzaron a sus brazos para que les protejan sus intereses. A cambio de mantenerlos en el poder los gringos se llevan las riquezas minerales y
biológicas; somos su despensa y sus
pieles rojas, nuestra soberanía se
maneja desde el departamento de defensa gringo.
El
Imperio ha impuesto a Colombia su
concepto de democracia moderna, que de todo tiene menos de democracia,
pues la constitución, el parlamento,
el gobierno, los tribunales, están al servicio de la élite parasitaria y de las
Corporaciones transnacionalizadas. Y el
fraude, la corrupción, el nepotismo, no
son vistos como delitos sino
como simples contravenciones.
Las élites, de aquí y de
allá, se mueven dentro de la ética del máximo beneficio individual en el menor
tiempo posible. Alberto Garzón Espinosa
(2012) opina que “la efectividad de la moral burguesa se expresa en general en las relaciones entre
el narco capitalismo y la
financierización”; el mismo autor agrega que son procesos “…alimentados por la ideología
neoliberal y que se han consolidado gracias a las políticas económicas y
monetarias llevadas a cabo por los distintos gobiernos y bancos centrales”. Ya lo dijo Marx en el Dieciocho Brumario de
Luís Bonaparte (1852) “en la democracia
burguesa interactúan comúnmente la corrupción,
el dinero, la política y la ética”. Y en El
Capital, al referirse al creciente papel del
capital-dinero, destaca el rol de la
corrupción, del crimen y de las finanzas en la expansión burguesa. A.
Guerrero (2011) manifiesta: «En cierto
sentido, una parte de la historia del capitalismo es la historia de la lucha de
los capitalistas por vulnerar los principios de la ley del valor…”. El tráfico
de narcóticos ha sido un negocio que les ha
permitido, vía la banca, incrementar riqueza y poder. Por eso, también, se oponen a
legalizar su comercialización y uso.
Precisamente, refiriéndose al
papel que juegan las drogas en la economía capitalista, dice: “El precio de la droga puede perder su
vínculo con su valor precisamente por la ilegalidad,
que es así el centro neurálgico del negocio». En el
mismo sentido, A. Gavin (2011) en el diario
The Guardian asegura que los grandes bancos son «la rama de
servicios financieros de los cárteles de la droga». Estas son
condiciones idílicas para el disfrute de los bienes terrenales (que pertenecen a todos) por parte de las castas
dominantes por lo que no es de esperar que, de buenas a primeras, vayan a ceder
privilegios.
Dice Gastón Iñaqui (2012) que “…el capital juega con
los pueblos oprimidos, las clases explotadas, las mujeres desamparadas, la
infancia hambrienta y la tercera edad exprimiéndola hasta la asfixia”. Y si a nivel global, aún, la resistencia a la
dominación es escasa, qué esperar en Colombia donde han logrado a través de la
educación y su capacidad mediática adormilar la conciencia de los hombres; no
obstante, la burguesía enfrenta
una tenaz oposición armada, la cual lleva más de medio siglo amargándole
la vida. El régimen ha visto la acción de los alzados en armas como una real amenaza capaz de arrebatarles el poder. Por eso las élites hegemónicas colombianas, corruptas hasta la médula y las más reaccionarias de Latinoamérica,
para enfrentar el embate insurgente, vendieron
su alma al diablo gringo. Desde Washington reciben las órdenes indicándoles la dirección de su accionar
político-militar tanto interno como externo, desde
luego, según los intereses geoestratégicos de las corporaciones transnacionales.
Se podría pensar que a Wall Street, la
Reserva Federal, el FMI, el BID y las
corporaciones transnacionales les
conviene accionar sin sobresaltos en
Colombia, por lo cual podrían
haber ordenado al vasallo Santos lanzar el anzuelo de la Paz
negociada, pero eso sí cuidando que nada cambie.
Es
iluso pensar que la clase política en el poder pueda pactar un proceso de paz
con la insurgencia armada, que conlleve cambios estructurales, ya que eso implicaría renunciar a los privilegios y perder los millones de dólares girados
por los gringos, para sostener la guerra interna. ¿Renunciar a la floreciente
industria de los biocombustibles, en la que mafia, corporaciones transnacionales y burguesía criolla, tienen
asegurada una tajada? ¿Querrán apearse de la locomotora minera, que si bien solo deja daños ecológicos y pobreza
al país pobre, les permite llenar sus
arcas? ¿Permitir reformas al Congreso, renunciando a sus jugosos y oprobiosos salarios?
¿Estarán los pulpos mediáticos dispuestos
a dejar de acumular riqueza mediante la manipulación de mentes y voluntades? ¿Prestarían Caracol y RCN los micrófonos a Timochenko
para difundir sus ideales de cambio? ¿Cederán un milímetro los latifundistas su tierra pintada con sangre? A menos que el imperio ordene lo contrario, todo indica que después de unos meses, cuando
mejoren los índices de popularidad el
candidato presidente, inventará cualquier excusa y abandonará la Mesa de
negociaciones.
En
todo caso, es mejor no firmar acuerdo alguno que no
implique cambios profundos sociales,
políticos y económicos. Las transformaciones de fondo sólo se impondrán mediante la acción de los fusiles. Y es seguro que
los colombianos, con armas o sin ellas, terminarán imponiendo una verdadera democracia participativa. Por ahora en el horizonte
cercano las conversaciones en
La Habana son ilusiones que vuelan como negros nubarrones anunciando una guerra más cruel e intensa.
Con
miras a una hipotética participación política postconflicto por parte de la
insurgencia hay que
preguntar, ¿será el parlamento el ámbito
donde se podrá enfrentar la dominación del capital? ¿Qué se podrá ganar sometiéndose a la mecánica de las
instituciones burguesas y, a través de éstas, a la política estratégica del
Capital? ¿Tendrán que actuar como los mal llamados opositores
de izquierda, bordeando, a penas, los límites de las demandas sociales que no
pongan en riesgo la acumulación del Capital?
Haya paz o no, en todo caso, ya sean los insurgentes
hoy “conversantes” u otros representantes
de izquierda, como pueden serlo los
nuevos líderes de la renaciente Unión
Patriótica, tendrán que saltar por sobre la crisis del
sindicalismo y del fracaso en las últimas décadas de los partidos con cierta influencia de masas, caso del
Partido Comunista y el Polo Democrático, aunque este último siempre ha sido de
derecha. Pero ni los militantes de la
Unión Patriótica ni los insurgentes, como renacientes
actores
políticos y sociales, no podrán ceder su
representación política a los “líderes de la pseudo izquierda” (Polo Democrático
Alternativo, Partido Progresista, Poder
Ciudadano, etc.) ni siquiera
deberán compartirla, ya que estos, en palabras de A. Guerrero: “expresan muchas décadas de derrotas y la
aceptación total en el Parlamento de la jefatura del Capital”. También se tiene que tener muy en claro que
la representación política parlamentaria
niega toda posibilidad de
contestar el poder material del capitalismo. Por lo cual el Capital nada tiene que temer de las
reformas decretadas en el interior de la estructura política parlamentaria. Eso
explica por qué la oligarquía aceptaría firmar el fin de la guerra, si tan sólo
le cuesta unas cuántas curules en el parlamento.
En
cuanto a lo inútil del parlamento para lograr los cambios sociales, que clama a
gritos el pueblo colombiano para ganar
dignidad, se puede aplicar lo que dice Juan
Luis Berterretche (2013) refiriéndose a
la crisis mundial: “La
acumulación de frustraciones del siglo XX demuestra que el parlamento es el más
inocuo escenario para batallar contra el Capital. Esta situación se agrava en
la actual etapa de crisis crónica del Capital, cuando éste no tiene condiciones
de ceder ni mínimos beneficios, derechos o libertades a la clase que se le
opone. Con el consiguiente acomodamiento de los representantes parlamentarios
del trabajo, sobre los que, cada vez más, prima el oportunismo”. Y agrega el
nombrado investigador social que el poder del Capital “sólo puede ser
enfrentado por la fuerza y por el modo de acción extra-parlamentario
del trabajo en todas sus formas. Sólo un vasto
movimiento de masas radical y
extraparlamentario puede ser capaz
de destruir el sistema de dominio social del Capital” (el subrayado es mío)
En
todo caso, si la insurgencia inicia el
peligroso tránsito de la larga lucha armada a la confrontación en las urnas, buscando
llevar el viejo modelo a su última morada en “paz”, tendrá que bracear duro en
medio de la furiosa corriente social, con
el imperativo de no permitir que se ahogue la
herencia dejada por los combatientes
caídos ni que se ahogue el grito de triunfo de las miles de madres que
parieron los hijos de la causa; tendrá el imperioso deber de inventar tácticas y estrategias exitosas. Entregar
las armas por nada significa que Manuel Marulanda luchó en vano, entonces, el
pueblo los juzgará por traición.
*DMVZ. U Nacional. MSc. Economía. PU. Javeriana. Profesor
universitario.
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