jueves, 16 de mayo de 2013

Los intereses locales y los externos en contra de los acuerdos en La Habana

Libardo Sánchez G* 

 Los   colombianos, como es lógico, cada uno puja por sus propios intereses; en La Mesa de Conversaciones de La Habana, aunque no le guste a muchos, el sector popular está representado por las FARC-EP y el resto por el gobierno. Y  como fruto de los acuerdos     la clase popular  espera   que  sus hijos puedan ir a las universidades,  los de la tercera edad, sin importar cuánto tiempo y dinero hayan cotizado, desean gozar de una decorosa pensión; las familias quieren poder dormir en una vivienda propia y   hombres y mujeres, en general, anhelan poder disputar  un puesto de trabajo en igualdad de condiciones. Pero otros individuos, por el contrario,    esperan que las conversaciones no fructifiquen, para   incrementar las hectáreas  “sembradas en  biocombustibles” en sus de por sí ya extensos latifundios, que es lo que, también, quieren las corporaciones transnacionales. Juan Manuel  querrá ver   los vagones de las locomotoras mineras plétoras de  riqueza pasando raudas al lado de los enormes cráteres dejados por las excavadoras rumbo al extranjero;   los parásitos del parlamento sueñan viendo sus sueldos y pensiones acercarse a   cien devaluados millones de pesos mensuales. ¿Cuál  será la realidad? ¿Triunfará la sensatez o   el pillaje se impondrá? ¿Podrá la burguesía pactar acuerdos sin la autorización USA? ¿A USA le conviene pactar la reconciliación entre los colombianos? Amanecerá y veremos.

¿Por qué la burguesía colombiana prefiere una guerra eterna a vivir en paz? Simplemente porque no pone los muertos ni los mutilados, sus órganos represivos se nutren de los excluidos y, además, cuentan con el poderoso respaldo   del imperio USA.  El  imperio lo hace  desde que los criollos echaron al imperio español,  las castas dominantes se lanzaron a sus brazos para que les protejan  sus intereses. A  cambio de mantenerlos en el poder los gringos  se llevan las riquezas minerales y biológicas;   somos su despensa y sus pieles rojas,  nuestra soberanía se maneja desde el departamento de defensa gringo.

El Imperio ha impuesto  a Colombia su concepto de democracia moderna, que de todo tiene  menos  de democracia,  pues  la constitución, el parlamento, el gobierno, los tribunales, están al servicio de la élite parasitaria y de las Corporaciones transnacionalizadas.  Y    el fraude, la corrupción, el nepotismo, no   son vistos como delitos   sino como simples  contravenciones. 

Las élites, de aquí y de allá, se mueven dentro de la ética del máximo beneficio individual en el menor tiempo posible.  Alberto Garzón Espinosa (2012) opina que   “la efectividad de la moral burguesa  se expresa en general en las relaciones entre el narco capitalismo y la financierización”; el mismo autor agrega que son  procesos “…alimentados por la ideología neoliberal y que se han consolidado gracias a las políticas económicas y monetarias llevadas a cabo por los distintos gobiernos y bancos centrales”.  Ya lo dijo Marx en el Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte (1852) “en  la democracia burguesa interactúan comúnmente la  corrupción, el dinero, la política y  la ética”.  Y en      El Capital,  al  referirse al creciente papel del capital-dinero,  destaca el rol de la corrupción, del crimen y de las finanzas en la expansión burguesa.    A. Guerrero    (2011) manifiesta: «En cierto sentido, una parte de la historia del capitalismo es la historia de la lucha de los capitalistas por vulnerar los principios de la ley del valor…”. El tráfico de narcóticos ha sido un negocio  que   les ha permitido, vía la banca, incrementar  riqueza y poder. Por eso, también, se oponen a legalizar su  comercialización y   uso.  Precisamente,  refiriéndose al papel que juegan las drogas en la economía capitalista,  dice: “El precio de la droga puede perder su vínculo con su valor precisamente por la ilegalidad, que es así el centro neurálgico del negocio». En   el mismo sentido, A. Gavin (2011) en el  diario The Guardian   asegura que los grandes bancos son «la rama de servicios financieros de los cárteles de la droga».  Estas  son condiciones idílicas para el disfrute de los bienes terrenales (que   pertenecen a todos) por parte de las castas dominantes por lo que no es de esperar que, de buenas a primeras, vayan a ceder privilegios.

 Dice Gastón Iñaqui (2012) que “…el capital   juega con los pueblos oprimidos, las clases explotadas, las mujeres desamparadas, la infancia hambrienta y la tercera edad exprimiéndola hasta la asfixia”.  Y si a  nivel global, aún, la resistencia a la dominación es escasa, qué esperar    en Colombia donde han logrado a través de la educación y su capacidad mediática adormilar la conciencia de los hombres; no obstante,  la burguesía enfrenta  una tenaz oposición armada, la cual lleva más de medio siglo amargándole la vida.  El régimen  ha visto la acción de los alzados en armas       como una real amenaza capaz de arrebatarles  el poder. Por eso las  élites hegemónicas colombianas,     corruptas  hasta la médula y las más reaccionarias de Latinoamérica, para enfrentar el embate insurgente,  vendieron su alma al diablo gringo.  Desde  Washington reciben las órdenes  indicándoles la dirección de su accionar político-militar tanto interno como externo,   desde luego, según los intereses geoestratégicos de las corporaciones transnacionales.  Se podría pensar que a  Wall Street,   la Reserva Federal, el FMI, el BID y    las corporaciones  transnacionales les conviene  accionar sin sobresaltos en Colombia, por lo cual    podrían haber ordenado  al vasallo Santos lanzar el anzuelo de la Paz negociada, pero eso sí cuidando que   nada cambie.

Es iluso pensar que la clase política en el poder pueda pactar un proceso de paz con la insurgencia armada, que conlleve cambios estructurales, ya que eso   implicaría renunciar a los privilegios y   perder  los millones de dólares   girados por los gringos, para sostener la guerra interna. ¿Renunciar a la floreciente industria de los biocombustibles, en la que mafia, corporaciones  transnacionales y burguesía criolla, tienen asegurada una tajada? ¿Querrán apearse de la locomotora minera, que  si bien solo deja daños ecológicos y pobreza al país pobre,  les permite llenar sus arcas? ¿Permitir reformas al Congreso, renunciando a sus jugosos y oprobiosos salarios?  ¿Estarán los pulpos mediáticos dispuestos a dejar de acumular riqueza mediante la manipulación de mentes y voluntades? ¿Prestarían  Caracol y RCN los micrófonos a Timochenko para difundir sus ideales de cambio? ¿Cederán un milímetro los latifundistas su  tierra pintada con sangre?  A menos que el imperio  ordene lo contrario, todo  indica que después de unos meses, cuando mejoren los índices de popularidad el   candidato presidente, inventará cualquier excusa y abandonará la Mesa de negociaciones.     

En  todo caso,  es mejor no firmar acuerdo alguno que no implique  cambios profundos sociales, políticos y económicos. Las transformaciones de fondo sólo se impondrán mediante la acción de los fusiles. Y es seguro  que los colombianos, con armas o sin ellas, terminarán  imponiendo una verdadera democracia  participativa. Por ahora en el horizonte cercano    las  conversaciones en La Habana son ilusiones que vuelan  como negros nubarrones  anunciando una guerra más cruel e intensa.
  
Con miras a una hipotética participación política postconflicto por parte de la insurgencia      hay que preguntar, ¿será el parlamento   el  ámbito donde se podrá enfrentar la dominación del capital? ¿Qué  se podrá ganar  sometiéndose a la mecánica de las instituciones burguesas y, a través de éstas, a la política estratégica del Capital? ¿Tendrán que actuar como los mal llamados   opositores de izquierda,  bordeando, a penas,  los límites de las demandas sociales que no pongan en riesgo la acumulación del Capital?
  
 Haya paz o no, en todo caso, ya sean los insurgentes hoy “conversantes”   u otros representantes  de izquierda, como pueden serlo los nuevos líderes de la  renaciente Unión Patriótica,   tendrán que saltar por sobre la crisis del sindicalismo y del fracaso en las últimas décadas de los partidos    con cierta influencia de masas, caso del Partido Comunista y el Polo Democrático, aunque este último siempre ha sido de derecha. Pero ni los militantes  de la Unión Patriótica ni los insurgentes,  como   renacientes  actores   políticos y sociales, no podrán  ceder   su representación política a los “líderes de  la pseudo izquierda” (Polo Democrático Alternativo, Partido Progresista, Poder  Ciudadano, etc.)  ni siquiera deberán compartirla, ya que estos, en palabras de A. Guerrero:  “expresan    muchas décadas de derrotas y   la aceptación total en el Parlamento de la jefatura del Capital”.  También se tiene que tener muy en claro que la representación política parlamentaria   niega toda  posibilidad de contestar el poder material del capitalismo. Por lo cual  el Capital nada tiene que temer de las reformas decretadas en el interior de la estructura política parlamentaria. Eso explica por qué la oligarquía aceptaría firmar el fin de la guerra, si tan sólo le cuesta   unas cuántas curules en el parlamento.

En cuanto a lo inútil del parlamento para lograr los cambios sociales, que clama a gritos el pueblo colombiano  para ganar dignidad, se puede aplicar  lo que dice Juan Luis Berterretche (2013)  refiriéndose a la crisis mundial:La acumulación de frustraciones del siglo XX demuestra que el parlamento es el más inocuo escenario para batallar contra el Capital. Esta situación se agrava en la actual etapa de crisis crónica del Capital, cuando éste no tiene condiciones de ceder ni mínimos beneficios, derechos o libertades a la clase que se le opone. Con el consiguiente acomodamiento de los representantes parlamentarios del trabajo, sobre los que, cada vez más, prima el oportunismo”. Y agrega el nombrado investigador social que el poder del Capital “sólo puede ser enfrentado por la fuerza y por el modo de acción extra-parlamentario del trabajo en todas sus formas. Sólo un vasto movimiento de masas radical y extraparlamentario puede ser capaz de destruir el sistema de dominio social del Capital” (el subrayado es mío)

En todo caso, si la insurgencia inicia  el peligroso tránsito de la larga lucha armada a la confrontación en las urnas, buscando llevar el viejo modelo a su última morada en “paz”, tendrá que bracear duro en medio de la furiosa corriente social, con   el  imperativo de no permitir que se ahogue la herencia  dejada por los   combatientes caídos ni que se ahogue el grito de triunfo de las miles de madres   que parieron    los hijos de la causa;  tendrá el imperioso deber de  inventar tácticas y estrategias exitosas. Entregar las armas por nada significa que Manuel Marulanda luchó en vano, entonces,   el pueblo los juzgará por traición.

*DMVZ. U Nacional. MSc. Economía. PU. Javeriana. Profesor universitario.

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