Libardo Sánchez Gómez*
Las últimas
teorías científicas dicen que existen múltiples universos paralelos; el 58% de
los científicos creen firmemente en su
existencia, el 30% no están seguros y el 12% no saben no responden. Según estos científicos, incluido el astrofísico
Stephen William Hawking, lo que
acontece en un universo pudo haber acontecido en otro y/o estará por ocurrir en
algún mundo. Para conocer como se condensan en nuestro mundo las conversaciones que se llevan
a cabo en La Habana entre las FARC-EP y el gobierno colombiano, con miras a
terminar el conflicto social y armado, qué mejor que a acudir a las matemáticas de la
complejidad.
En el universo paralelo en el
que no se firma la Paz el pueblo en general
nada pierde, pues sigue viva la construcción de un verdadero poder popular y,
lo más importante, conserva el respaldo de las armas; tampoco pierden los
alzados en armas ya que evitan ser traicionados por los traicioneros de siempre
y tampoco traicionan su lucha ni su memoria. No obstante, salen ganando los
insurgentes, pues en el conjunto de universos
se ha sabido que no son terroristas, pues más
que balas lanzan opiniones, eso lo dicen las cientos de propuestas sociales
formuladas a la Mesa de conversaciones, y, lo más importante, que
existen unas causas objetivas, que les
obliga a tomar las armas para luchar contra una oligarquía al servicio
de los planes geoestratégicos de dominación global del imperio gringo. Pero, definitivamente, en este espacio el
gran ganador es el sector más retardatario del estamento, es decir, el
militarista latifundista, encabezados por el
terrorista ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien esquiva la soga enviada por
la Corte Penal Internacional la cual va a mitad de camino. También ganan los
vaqueros de Lafaurie
y los cultivadores de palma africana. ¿Perdedores? El sector industrial y,
desde luego, el presidente Santos a
quien se le descarrila la locomotora.
En el mundo paralelo en el que se firma la llamada Paz burguesa la cual incluye la entrega de armas sin cambios
estructurales, sale perdiendo el pueblo, pues se queda sin la protección de gran
parte de los justicieros cilindros bomba,
los changones y las trampas de guadua, aunque le quedan los AK-47 del ELN, el EPL y un reducto del M19, por si acaso; no
obstante, estos son una excusa para mantener incólume el agigantado aparato
militar. Y pierde el terrorista extraditable No. 82 quien fusil
al hombro “pega p´al Ubérrimo…” a comandar
junto al doctor Ternura Carlos Restrepo las BACRIM. En este escenario paralelo medio ganan los insurgentes, quienes podrán dormir a
pierna suelta por un corto tiempo. Y, definitivamente, el premio gordo se lo
lleva Juan Manuel, quien se la pasa recorriendo al país montado en su
locomotora exhibiendo su premio Nobel de
Paz.
Pero para
entender este asunto de ganadores y perdedores en un mundo donde se firma la
Paz sin los cambios sociales esperados, se
tiene necesariamente que acudir a las matemáticas del caos. Dentro de los
acuerdos firmados queda entre claro
oscuro cuál es el modo de producción en el que los colombianos se tienen que ganar la papa; hay
escaramuzas entre los capitalistas neoliberales y los Keynnesianos
y entre estos dos y los socialistas
reinsertos. Se termina imponiendo el llamado capitalismo con rostro humano,
pero sólo es una ilusión, pues capitalismo no hay sino uno y este tiene cara de
tigre diente de sable, con sus colmillos listos para hincarlos en la yugular de
la humanidad.
Los ex
insurgentes instruyen aceleradamente a sus
cuadros, para que aprendan lo más pronto posible los diversos procedimientos productivos. Pero se teme que los reinsertos, que buscan marcar un rumbo alterno
revolucionario, se puedan convertir en burócratas
defensores del Estado. Y, también, existe el temor de que una nueva
élite estatal se haga cargo del discurso y el poder, a nombre de los excluidos,
y que, una vez más, se haga un
privilegio del poder de unos pocos.
No obstante,
existe una marcada diferencia entre las castas dominantes de siempre y los nuevos actores políticos, en
Colombia se siente orgullo de identidad patria, trabajan más que la mayoría de
los empleados, son honestos, no roban, viven con los recursos necesarios,
se bajan el salario en las empresas, en
el congreso, asambleas y concejos; se
relacionan directamente con la gente a través de las miles de manifestaciones
en que participan a lo largo del país. De alguna manera se percibe el
desplazamiento de las élites hacia los nuevos protagonistas indígenas,
campesinos, afro descendientes y obreros.
Pero a medida
que pasan los días se incrementa el enfrentamiento entre los dos actores
sociales por el sentido de las transformaciones sociales, unos frenando los
procesos de cambio y los otros echándole carbón a la caldera para que avance a
todo vapor la locomotora de la transformación social. Y el enredo se aumenta
gracias a que no están definidos los contenidos revolucionarios para cambiar el
país.
La oligarquía
acostumbrada a imponer y reprimir niega cualquier posibilidad de diálogo y
deliberación con las mayorías. Existe evidente incomodidad de los representantes de la antigua élite transnacionalizada
por tener que estar frente a frente con los “bota de caucho”. Y otro problema
que enfrentan los reinsertos es que
tienen que desenvolverse en medio de una maraña de leyes y leguleyadas
burguesas.
Como el pacto logrado no fue fruto de la derrota
de alguno de los actores en conflicto, se ha creado un infértil híbrido social
y económico, avalado por los gringos,
quienes siguen viéndonos como sus Pieles Rojas. El lobo
del capitalismo muestra su rostro de
oveja progresista y esconde sus colmillos de tigre socialdemócrata.
Cunde por
doquier la duda de que se puedan lograr las transformaciones de las condiciones
de vida de las mayorías excluidas y explotadas. No se ha podido llevar a cabo la
revolución moral y ética, que proclama lo nuevo que buscan construir los recientes liderazgos; incluso se estorba la acción del pueblo organizado, y se hace imposible
lograr que la pretendida revolución siga siendo tal en el tiempo. Todo indica
que estamos condenados a reproducir por generaciones las condiciones de miseria
para la mayoría, y que seremos eternos subordinados a los privilegiados del
poder. Parece que, por bien
intencionados que estén, los insurgentes no pueden representar horizontalmente a las
organizaciones sociales. No es posible
desmontar las viejas estructuras de dominación, y no hay ningún
desplazamiento real de las élites hacia los nuevos protagonistas reinsertos mucho
menos hacia los grupos indígenas, campesinos, afros y populares.
Los nuevos integrantes del congreso tienen que alternar con una variopinta gama de colores políticos, los que, en su mayoría, buscan reproducir la discriminación y el aprovechamiento en beneficio personal. Tampoco es posible que los ex insurgentes
puedan plasmar en las nuevas leyes su contenido ideológico revolucionario. En el parlamento se bloquean todas y cada una de
las iniciativas populares.
Se acusa a
los funcionarios que vienen de la guerra de
malas gestiones por corrupción o por desconocimiento de las normas
administrativas. Hagan lo que hagan les
ocurrirá lo que en nuestro mundo al alcalde Petro, quien por intentar cambiar el libreto administrativo
oligárquico, se le revoca el mandato y es proscrito para siempre de la vida
pública por parte del talibán Ordoñez.
Tampoco es
posible cambiar las reglas de los
privilegios del pasado, y más bien se han convertido rápidamente “en el canal
de conversión de las nuevas autoridades para que defiendan los nuevos privilegios
y la ampliación de los mismos”. No solo
los nuevos actores, como dice Juan
Carlos Pinto Quintanilla en Las Revoluciones Inconclusas (2013), “…adquieren los recursos que no tenían sino beneficios y
capital simbólico que les permita generar clientelismo adherente”.
El caso de la
policía es un capítulo aparte, aunque se
logró plasmar en una Ley la prohibición
de que los militares asistan a las academias militares gringas, para evitar que
se les manipule la mente y se conviertan en violadores de derechos humanos,
terroristas de estado y crueles
torturadores, la corrupción y
privilegios de la vieja guardia no se desmonta ni con una guerra.
Lo más destacado
del pacto de La Habana es que se pudo
introducir en el universo sociopolítico el concepto de inclusión. En el
congreso, ministerios y empresas públicas son comunes nuevos rostros, sin
embargo, deben actuar en medio de los viejos funcionarios que,
reiterativamente, han venido cambiando de color político según el gobierno de
turno. Hay que enfatizar la parcial inclusión de actores que nunca habían ocupado espacios estatales, pero eso
no significa que se haya podido definir el camino de la transformación
revolucionaria que haga posible el bienestar general. Y como no se permite “la construcción de
instrumentos revolucionarios como la horizontalidad, por lo que los privilegios individuales son
el goce supremo” (Juan Carlos Pinto Quintanilla. 2013)
Cabe esperar que el momento revolucionario que se vive se agote en
la democratización liberal sin que se pueda avanzar hacia la construcción
revolucionaria del bienestar universal.
Pero no todo
está perdido, pues una simple operación de aritmética nos lleva a un mundo
donde es posible el avance dialéctico
del fatídico modo de producción capitalista a uno de igualdad social. Y esto es sólo es posible gracias a que en el
acuerdo en la Habana se otorga la
autonomía total de media Colombia. Allí
se establece una sociedad con igualdad de oportunidades; todos los afortunados
que logran quedar en el nuevo mundo gozan de
salud, seguridad social y educación gratuita. Se nacionalizan la banca y
las empresas mineras. En el mundo sin desigualdades se estimula la iniciativa
privada, pero no se permite la
acumulación irracional; el
inversionista no puede contratar
empleados, es decir que no paga salarios, si
requiere operarios tendrá que asociarlos. Es un mundo de propietarios
donde el hombre no explota al hombre. Por el contrario, en la Colombia
de siempre el malestar social se acrecienta, pues el pueblo se mira en
el espejo vecino; y un grupo de individuos alzados en armas inician
otra prolongada guerra de liberación.
*DMV.
UN. MSc. Economía. P. U Javeriana. Profesor universitario.
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