jueves, 2 de mayo de 2013

TRES UNIVERSOS PARALELOS EN LA HABANA




Libardo Sánchez Gómez*

Las últimas teorías científicas dicen que existen múltiples universos paralelos; el 58% de los científicos  creen firmemente en su existencia, el 30% no están seguros y el 12% no saben no responden.  Según estos científicos, incluido el astrofísico Stephen William Hawking, lo que acontece en un universo pudo haber acontecido en otro y/o estará por ocurrir en algún mundo.  Para  conocer como se condensan  en nuestro mundo las conversaciones que se llevan a cabo en La Habana entre las FARC-EP y el gobierno colombiano, con miras a terminar el conflicto social y armado,  qué mejor que a acudir a las matemáticas de la complejidad.

  En  el universo paralelo   en el que no se firma la Paz  el pueblo en general nada pierde, pues sigue viva la construcción de un verdadero poder popular y, lo más importante,   conserva  el respaldo de las armas; tampoco pierden los alzados en armas ya que evitan ser traicionados por los traicioneros de siempre y tampoco traicionan su lucha ni su memoria. No obstante, salen ganando los insurgentes, pues en el conjunto de universos    se ha sabido que no son terroristas, pues más que balas lanzan opiniones, eso lo dicen las cientos de propuestas sociales formuladas a  la Mesa de  conversaciones, y, lo más importante, que existen unas causas objetivas, que les  obliga a tomar las armas para luchar contra una oligarquía al servicio de los planes geoestratégicos de dominación global del imperio gringo.   Pero, definitivamente, en este espacio el gran ganador es el sector más retardatario del estamento, es decir, el militarista   latifundista, encabezados por   el terrorista ex presidente Álvaro Uribe Vélez, quien esquiva la soga enviada por la Corte Penal Internacional la cual va a mitad de camino. También ganan los vaqueros de Lafaurie y los cultivadores de palma africana. ¿Perdedores? El sector industrial y, desde luego, el presidente  Santos a quien se le descarrila la locomotora. 

En el  mundo paralelo en el que se firma  la llamada Paz burguesa la cual  incluye la entrega de armas sin cambios estructurales, sale perdiendo el pueblo, pues se queda sin la protección de gran parte de los justicieros  cilindros bomba,  los changones y las trampas de guadua,  aunque le quedan los AK-47 del ELN,  el EPL y un reducto del M19, por si acaso;   no obstante, estos son una excusa para mantener incólume el agigantado aparato militar.  Y pierde  el terrorista extraditable No. 82 quien fusil al hombro “pega p´al Ubérrimo…” a  comandar junto al doctor Ternura Carlos Restrepo las BACRIM.  En este escenario paralelo medio ganan  los insurgentes, quienes podrán dormir a pierna suelta por un corto tiempo. Y, definitivamente, el premio gordo se lo lleva Juan Manuel, quien se la pasa recorriendo al país montado en su locomotora exhibiendo su premio  Nobel de Paz. 

Pero para entender este asunto de ganadores y perdedores en un mundo donde se firma la Paz sin los cambios  sociales esperados, se tiene necesariamente que acudir a las matemáticas del caos. Dentro de los acuerdos firmados  queda entre claro oscuro  cuál es el modo de producción  en el que  los colombianos se tienen que ganar la papa;   hay escaramuzas entre los capitalistas neoliberales   y los    Keynnesianos y entre estos dos y los  socialistas reinsertos.  Se termina  imponiendo el llamado capitalismo con rostro humano, pero sólo es una ilusión, pues capitalismo no hay sino uno y este tiene cara de tigre diente de sable, con sus colmillos listos para hincarlos en la yugular de la humanidad.

Los ex insurgentes instruyen aceleradamente  a sus cuadros,   para que aprendan  lo más  pronto posible los diversos   procedimientos productivos.  Pero se  teme que los reinsertos,  que buscan marcar un rumbo alterno revolucionario, se puedan  convertir  en burócratas  defensores del Estado. Y, también, existe el temor de que una nueva élite estatal se haga cargo del discurso y el poder, a nombre de los excluidos, y que, una  vez más, se haga un privilegio del poder de unos pocos.  

No obstante, existe una marcada diferencia entre las castas dominantes  de siempre y los nuevos actores políticos, en Colombia se siente orgullo de identidad patria, trabajan más que la mayoría de los empleados, son honestos, no roban, viven con los recursos necesarios, se  bajan el salario en las empresas, en el congreso, asambleas y concejos;  se relacionan directamente con la gente a través de las miles de manifestaciones en que participan a lo largo del país. De alguna manera se percibe el desplazamiento de las élites hacia los nuevos protagonistas indígenas, campesinos, afro descendientes y obreros.

Pero a medida que pasan los días se incrementa el enfrentamiento entre los dos actores sociales por el sentido de las transformaciones sociales, unos frenando los procesos de cambio y los otros echándole carbón a la caldera para que avance a todo vapor la locomotora de la transformación social. Y el enredo se aumenta gracias a que no están definidos   los contenidos revolucionarios para cambiar el país.

La oligarquía acostumbrada a imponer y reprimir niega cualquier posibilidad de diálogo y deliberación con las mayorías. Existe evidente incomodidad  de los representantes de la antigua élite transnacionalizada por tener que estar frente a frente con los “bota de caucho”. Y otro problema que enfrentan los  reinsertos es que tienen que desenvolverse en medio de una maraña de leyes y leguleyadas burguesas.

Como  el pacto logrado no fue fruto de la derrota de alguno de los actores en conflicto, se ha creado un infértil híbrido social y económico, avalado  por los gringos, quienes siguen viéndonos como sus Pieles Rojas.     El  lobo del capitalismo  muestra su rostro de oveja progresista  y   esconde sus colmillos de tigre socialdemócrata.

Cunde por doquier la duda de que se puedan lograr las transformaciones de las condiciones de vida de las mayorías excluidas y explotadas. No se ha podido llevar a cabo la revolución moral y ética, que proclama lo nuevo que buscan construir  los recientes  liderazgos; incluso se estorba  la acción del pueblo organizado, y se hace imposible lograr que la pretendida revolución siga siendo tal en el tiempo. Todo indica que estamos condenados a reproducir por generaciones las condiciones de miseria para la mayoría, y que seremos eternos subordinados a los privilegiados del poder.  Parece que, por bien intencionados que estén, los insurgentes no pueden  representar horizontalmente a las organizaciones sociales.  No es posible desmontar  las viejas  estructuras de dominación, y no hay ningún desplazamiento real de las élites hacia los nuevos protagonistas reinsertos mucho menos hacia los grupos indígenas, campesinos, afros y populares.

Los  nuevos integrantes  del congreso  tienen que alternar con  una variopinta gama de   colores políticos, los que,  en su mayoría, buscan reproducir   la discriminación y  el aprovechamiento en beneficio personal.  Tampoco es posible que los ex insurgentes puedan plasmar en las nuevas leyes su contenido ideológico revolucionario. En  el parlamento se bloquean todas y cada una de las iniciativas populares.

Se acusa a los funcionarios que vienen de la guerra de  malas gestiones por   corrupción o por desconocimiento de las normas administrativas.  Hagan lo que hagan les ocurrirá lo que   en nuestro mundo  al  alcalde Petro, quien por intentar  cambiar el libreto administrativo oligárquico, se le revoca el mandato y es proscrito para siempre de la vida pública por parte del talibán Ordoñez.

Tampoco es posible  cambiar las reglas de los privilegios del pasado, y más bien se han convertido rápidamente “en el canal de conversión de las nuevas autoridades para que defiendan los   nuevos privilegios y la ampliación de los mismos”.  No solo los nuevos actores, como dice  Juan Carlos Pinto Quintanilla en   Las Revoluciones Inconclusas (2013),  “…adquieren los  recursos que no tenían sino beneficios y capital simbólico que les permita generar clientelismo adherente”.

El caso de la policía es un capítulo aparte,  aunque se logró  plasmar en una Ley la prohibición de que los militares asistan a las academias militares gringas, para evitar que se les manipule la mente y se conviertan en violadores de derechos humanos, terroristas de estado  y crueles torturadores,  la corrupción y privilegios de la vieja guardia no se desmonta ni con una guerra.

Lo más destacado del  pacto de La Habana es que se pudo introducir en el universo sociopolítico el concepto de inclusión. En el congreso, ministerios y empresas públicas son comunes nuevos rostros, sin embargo, deben actuar en medio de los viejos funcionarios que, reiterativamente, han venido cambiando de color político según el gobierno de turno.    Hay  que  enfatizar la parcial inclusión de  actores que nunca  habían ocupado espacios estatales, pero eso no significa que se haya podido definir el camino de la transformación revolucionaria que haga posible el bienestar general.   Y como no se permite “la construcción de instrumentos revolucionarios como la horizontalidad,   por lo que los privilegios individuales son el goce supremo” (Juan Carlos Pinto Quintanilla. 2013)

Cabe  esperar que el  momento revolucionario que se vive se agote en la democratización liberal sin que se pueda avanzar hacia la construcción revolucionaria del bienestar universal.

Pero no todo está perdido, pues una simple operación de aritmética nos lleva a un mundo donde es  posible el avance dialéctico del fatídico modo de producción capitalista a uno de igualdad social.  Y esto es sólo es posible gracias a que en el acuerdo  en la Habana se otorga la autonomía total de media Colombia.   Allí se establece una sociedad con igualdad de oportunidades; todos los afortunados que logran quedar en el nuevo mundo gozan de  salud, seguridad social y educación gratuita. Se nacionalizan la banca y las empresas mineras. En el mundo sin desigualdades se estimula la iniciativa privada, pero no se permite la  acumulación irracional;   el inversionista no puede  contratar empleados, es decir que no paga salarios, si  requiere operarios tendrá que asociarlos. Es un mundo de propietarios donde el hombre no explota al hombre.  Por el contrario,  en la Colombia  de siempre el malestar social se acrecienta, pues el pueblo se mira en el espejo vecino; y un grupo de individuos alzados en armas   inician otra prolongada guerra de liberación.

*DMV. UN. MSc. Economía. P. U Javeriana. Profesor universitario.

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